19.FEB.19 | Posta Porteña 1995

Clara Aldrighi, La Izquierda Armada / comenta Amodio (I)

Por AMODIO

 

La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros Ediciones Trilce 2001

 

Sobre esta obra, “osada, rigurosa y de sesgo testimonial, constituye, entonces, un insoslayable aporte a la interpretación de nuestra historia reciente y hasta de nuestro presente” asi la presentaron en su momento; Héctor Amodio Pérez  hace un cometario que a partir de ahora iremos publicando

En la segunda parte de la Introducción de La izquierda armada, su autora, Clara Aldrighi dice que “Uno de los interrogantes que se plantea de inmediato es si este tipo de fuentes orales proporciona al investigador una información confiable. Ciertamente la visión de sí mismos y de la realidad social y política del país puede estar filtrada u opacada por el tiempo transcurrido, por el intento de justificar las opciones y experiencias personales, por reflexiones críticas posteriores. Con todo, es sabido que los materiales autobiográficos son de una confiabilidad relativa, aunque no por ello carecen de validez documental, en la medida que sean controlados, contrastados o integrados con otros testimonios y fuentes que permitan revelar inexactitudes o contradicciones, así como estudios históricos, políticos y sociológicos sobre el tema y el período. (La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 8).

Una vez leído el libro y dedicado el tiempo suficiente para su comprensión, advierto con claridad que los testimonios, lejos de haber sido contrastados, son aceptados sin más. La autora, que califica esta obra como de investigación, ofrece en su desarrollo opiniones que se contradicen unas con otras, y a veces es el mismo entrevistado quien se contradice a sí mismo, sin que la investigadora lo advierta y se lo comunique al lector. Es indudable que cada protagonista filtra la realidad a través de su percepción de las cosas, a veces en un intento de justificar las opciones y experiencias personales, por reflexiones críticas posteriores, y es función del investigador, hacerlo notar. Cuando esto no se hace, como es el caso de Clara Aldrighi, el investigador hace suyas las palabras del entrevistado, con lo que la investigación del autor desaparece y el lector queda librado a su buen saber y entender.

… Esta investigación enfrenta sin lugar a dudas los problemas que debe resolver toda historia de un período reciente. Treinta años de distancia de los acontecimientos y procesos aquí analizados son relativamente escasos: los balances no están concluidos ni histórica ni políticamente, aún se encuentran abiertas muchas heridas y también mantienen su vigencia ciertas heridas negativas que impiden a la sociedad uruguaya hacerse cargo del pasado reciente en su integridad. (La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 9).

Treinta años de distancia eran los que había cuando el libro fue publicado. En los años siguientes, muchos de los testimonios que aparecieron como un provisorio avance fueron desmentidos sin que haya constancia de ello. Al contrario, la misma autora publicó en 2009 Memorias de insurgencia, en el que repite de forma textual testimonios anteriores, por lo que acaba por refrendarlos como verdaderos.

Por otra parte, escribir sobre un período y un tema que coincide con la propia experiencia vital, puede conducir a apreciaciones y juicios discutibles, a puntos de vista determinados por prejuicios más sólidos de los que habitualmente están presentes en el trabajo histórico. El tema que trato aquí, en efecto, forma parte de mi propia vida, porque milité activamente en el MLN en los años de mi juventud. He tratado, espero que con éxito, de evitar las simplificaciones y de que la imparcialidad y la objetividad fueran los hilos conductores de la investigación en su conjunto.
Pero imparcialidad no significa indiferencia, en especial en relación con uno de los temas que aquí se analizan, el de la prolongada violación de los derechos humanos por parte de los aparatos represivos del Estado uruguayo, cuya función era la defensa de la ley. (La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 9)

Tan loables propósitos no los ha podido cumplir. No solo en este libro, sino en otras publicaciones de su autoría, como El caso Mitrione y Memorias de insurgencia y en otras varias apariciones en Brecha. Su interés en defender a quienes la realidad ha terminado por dejarlos desprovistos de toda legitimidad política –e incluso moral- ha sido evidente, al tiempo que ha pretendido hacerme aparecer como integrando varios servicios secretos, sin un solo argumento que lo demuestre. 

Pongo en razonables dudas su militancia en el MLN. De haberlo sido, muchos de los testimonios habrían sido cuestionados por la autora, porque su conocimiento de las normas de funcionamiento la habría obligado a dejarlos de lado o al menos a cuestionar su validez. Puede, eso sí, haber estado en la llamada columna 70, o en el 26 de Marzo, con lo que su ignorancia de las normas estaría justificada, ya que ambas organizaciones no eran el MLN, sino dos apéndices que se regían por sus propias reglas. Es más que probable que se adjudique su condición de militante del MLN por su relación de pareja con Joaquín Lázaro Constanzo Ruiz, que daba cobertura al local llamado El Complejo, una fábrica de detergentes y otros productos químicos situado en Av. Lezica 5808 que ofició de cárcel del pueblo, según confirma Diez de Medina en Mapa de un engaño.

La dirección del MLN -entendiendo por ella no sólo al Ejecutivo, sino también a las direcciones intermedias- estuvo primeramente a cargo de un grupo de “profesionales de la política”, cuya experiencia en múltiples planos resultaba invalorable para la consolidación y crecimiento de la organización. Pocos núcleos del MLN estuvieron tan compenetrados como éste que constituyó la primera dirección, conjunto de hombres que en una mezcla lograda de afinidad intelectual, de experiencias conspirativas compartidas, de acciones militares en las que el aprendizaje común y el riesgo estrechaban aún más los lazos de compañerismo, condujo al MLN en los años de la consolidación. (La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 124).

Tenemos aquí una gran falsedad, que me obliga a extenderme en mi análisis. Esta falsedad es producto del desmesurado interés que tiene la autora en mitificar al MLN y de rebote, a algunos de sus dirigentes. O a la inversa, que tanto da una cosa como la otra. No valdría la pena desmentirlo si no fuera porque este mismo argumento se ha manejado para intentar justificar la debacle que acabó con el MLN, achacando esa debacle a la juventud e inexperiencia de quienes asumieron, después de la caída de Almería, la responsabilidad histórica de reconstruir una organización diezmada por la represión y los errores producidos al encarar un plan –el Satán- que insumía la atención del conjunto del MLN.


Si algo distinguió a quienes integramos Tupamaros y luego el MLN, fue nuestra actitud vocacional, totalmente alejada del carácter de “profesional” y mucho menos de “profesional de la política”. Del grupo primigenio, anterior al Tiro Suizo, nadie tenía experiencia conspirativa ni capacidad para desarrollar acciones militares. La misma acción del Tiro Suizo y sus consecuencias son prueba de lo que digo. Lo único que unía a ese grupo y a quienes nos integramos a partir de 1963 era nuestra voluntad de crear una herramienta político-militar para hacer la revolución en el Uruguay.

En enero de 1965 se produjo la separación de FAU y pese a que las diferencias políticas superaban con creces a las afinidades, la unidad se mantuvo hasta comienzos de 1966. Es cierto que fue una unidad más artificial que real, como los hechos lo demostraron finalmente, y sólo nos mantuvimos quienes entendimos que nada de nuestra experiencia anterior era válida y que debíamos empezar desde cero. Fuimos los que provenían del MAC y quienes lo hacíamos desde el partido Socialista, que aceptábamos a Raúl Sendic como líder político.
La primera dirección, la integrada por Sendic, Fernández Huidobro y Tabaré Rivero era la fiel representación de esa integración. Un miembro por cada uno de los grupos y Sendic como miembro nato. Nadie tuvo en cuenta capacidades porque sabíamos que carecíamos de ellas. Y será precisamente a partir de ese momento que se decide comenzar a trabajar de forma más íntima, más coordinada.
Esa primera Dirección se rompe en setiembre de 1966, por la sanción a Tabaré Rivero. En enero de 1967, cuando nace el MLN, quienes fuimos sus fundadores elegimos a Sendic, Manera y Fernández Huidobro, para dar continuidad a la Dirección anterior y en reconocimiento al papel que Manera había cumplido desde los inicios. Se sustituyó a Rivero por Manera.
Estos tres serán quienes conducirán al MLN hasta inicios de 1968, cuando el viaje a Cuba de Manera propicia el ingreso a la dirección de Marenales. Antes, el MLN debió soportar la crisis de mediados de 1967, con el fin de la infraestructura de los balnearios y que obligó a concentrar medio MLN en Marquetalia, un “cantón” situado en Camino Pajas Blancas 8690.


A finales de setiembre de 1968 el MLN se vio sacudido por las renuncias de Sendic al Ejecutivo y de Alicia Rey al MLN. Sendic renuncia porque no se le deja participar en los operativos y Alicia por lo que dio en llamarse “el problema de las mujeres”, que no era otra cosa que la expresión del machismo imperante.

Ambas renuncias tenían en común una crítica al estilo de trabajo del Ejecutivo, pero uno de sus miembros, Sendic, no discute sus críticas en el Ejecutivo, sino que las traslada primero a la base, contraviniendo las normas de funcionamiento acordadas. Lo que se ataca como problema de fondo es la centralización del trabajo del Ejecutivo, que impide el desarrollo de los militantes y por tanto de la organización en su conjunto.

La crisis amenazó con romper lo poco conseguido hasta esos momentos, y que se reflejaba por el escaso avance alcanzado, pese al aumento de los clandestinos. Como tantos problemas, el de las renuncias se resolvió mediante una solución de “paños calientes”, de sí pero no. Se resolvió dividir al MLN en dos columnas, se nombraron a los respectivos comandos y se puso en ellos a militantes que hasta ese mismo momento eran contrarios a la descentralización. Es en octubre de 1968 que aparecen las “direcciones intermedias”, los comandos de columna. Se resolvió mantener al mismo comité ejecutivo, dado que pese a las críticas recibidas, no se vislumbraban recambios.
Pocos días después se produce la detención de Marenales y soy llamado a sustituirlo. Consideré que no podía aceptar, dadas las diferencias de criterio que se había manifestado días antes, pero se me manifestó que pese a ellas se consideraba que debía integrar el Ejecutivo y como prueba se me dijo que en una reunión anterior se había decidido dividir las dos columnas iniciales y hacerlas más reducidas, uno de los planteos que habíamos expuesto. En vez de dos columnas, siete.

Así, se pasó de no tener militantes para realizar labores de responsabilidad, como el reclutamiento, a de un día para el otro designar a siete comandos de columna, es decir, más de veinte militantes para esa y otras responsabilidades, como la administración de locales, formación de los grupos armados y de servicios, etc. 

El golpe de timón dado por el Ejecutivo, pese a que dos de sus miembros –Marenales y Huidobro eran reacios a la descentralización-, hará que el MLN comience a sentar sus bases de forma más sólida. Pero no alcanzaba con la decisión de delegar responsabilidades: había que apoyarlos y aportar experiencia. En ese sentido, todo el aporte que desde el primer comando de la columna 15 se pudo aportar quedó limitado al buen saber y entender de Sendic y Fernández Huidobro, que decidieron mantener bajo su responsabilidad al resto de las columnas. Esto propició el desarrollo desigual que se hará evidente a los pocos meses de funcionamiento y que convertirá a la columna 15 en la más fuerte y desarrollada, pese a ser la más golpeada por su elevado accionar.
Pese a todos los intentos por desacreditar a la columna 15 y a quienes la creamos y la dirigimos, el criterio de trabajo en equipo que supimos mantener le permitió, en muchos momentos, monopolizar el accionar del MLN y por reflejo facilitar el desarrollo de las otras columnas. Será entonces el cuarto comité Ejecutivo y no el primero, el que logrará el afianzamiento y desarrollo del MLN.

La mayor crisis en la dirección política del MLN se produjo en los momentos inmediatamente posteriores a la fuga de 1971. Ya en las primeras reuniones se verificó un malestar y una suerte de desconfianza entre los antiguos dirigentes y algunos integrantes de la dirección que los había reemplazado en 1970. 

Una de las decisiones más desconcertantes de los dirigentes del primer MLN, en los momentos posteriores a la fuga, fue la de aceptar su encuadramiento en la base, como fruto de estas diferencias. “Es en 1971-señala Fernández Huidobro- cuando nosotros cometemos el verdadero error. Al fugarnos decidimos irnos a la base: todos los dirigentes, como Manera, Marenales, Fernández Huidobro, Sendic, fuimos, a partir de entonces, militantes rasos. Señala Rosencof que en esa oportunidad propuso la creación de un Comité Central integrado por los miembros del Ejecutivo y los dirigentes recientemente fugados, pero “la Dirección lo rechaza y también lo rechazan los compañeros que salen, en una actitud tan noble como nefasta: se plantean todos militar desde la base. En efecto, recuerda Engler, “Sendic se fue al Río Negro con un ‘grupo de bosque’, totalmente determinado a hacer esa experiencia. Marenales se vino conmigo al comando del Collar y también Fernández Huidobro, como responsable de un grupo militar. Amodio y Rey, mientras tanto, quedaron como comandos de la columna 15. Esta situación se prolongó demasiado, hubo incluso un malestar en los grupos de base, pensaban que el Ñato no debía estar con ellos sino en la dirección. A mí me parecía exactamente lo mismo”. (La izquierda armada, Ediciones Trilce, págs. 125-126).

Lo anterior pertenece a La izquierda armada, página 126. Pero Fernández Huidobro manifiesta a la misma historiadora en la página 127 que “Nos fuimos a la base con el Bebe [Sendic} y algunos compañeros, porque no habían sido aprobados los planes que habíamos mandado: el Collar, el Tatú y otros. Nos dijimos: vamos a demostrar en la práctica que son viables. Tenemos que ganarnos de nuevo los ‘garbancitos’ de abajo para arriba”. 
De las palabras de Fernández Huidobro surge con claridad que la integración en la base no fue una imposición de la dirección del MLN sino una decisión adoptada por quienes en Punta Carretas, habían elaborado los planes que el MLN descartaba. Además se desmienten las afirmaciones de Engler y Rosencof.

¿Puede alguien creer en la objetividad de una historiadora que asiste a tamaña contradicción sin que cuestione a su entrevistado? Esto ha sido posible porque la autora ha recopilado opiniones de Fernández Huidobro expresadas en distintos momentos, según fueran de su conveniencia. La incapacidad de la “investigadora” que no advierte las contradictorias opiniones queda de manifiesto de forma evidente.

Los protagonistas atribuyen los contrastes entre las distintas direcciones a la ambición del núcleo que gravitaba en torno a Amodio y Rey. Ciertamente la lucha por el poder en la organización se vuelve muy intensa después de la fuga del Penal. Una lucha “tremenda” -observa Fernández Huidobro-: “Y perdemos. Porque no tenemos correlación de fuerzas. Hoy Amodio es un traidor, pero en aquella época tenía más prestigio que Sendic dentro del MLN. Alicia Rey también”. “En la reunión que tuvo lugar en el ‘Complejo’ a comienzos de 1972 -señala Rosencof- había una corriente de gente que se venía trabajando un puesto de dirección. Me refiero a Amodio, Alicia Rey y Marrero que les era muy afín. No se trataba de diferencias políticas sino de pura ambición. (La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 127).


Sin embargo, los hechos han demostrado que todo fue al revés de cómo ha sido planteado. Las diferencias se centraban en cuanto a la aprobación o no de los planes en discusión, que llevarían al MLN a “elevar el nivel de los enfrentamientos”, dejando de lado las condicionantes internas y las de carácter político y social. Las palabras de Fernández Huidobro validan lo que digo. Quienes aspiraban a ocupar un puesto en la dirección para imponer los planes que no habían sido aprobados – el plan Tatú, el Collar y el segundo frente- y que hoy nadie duda que estén en la génesis de la debacle, fueron Fernández Huidobro y Sendic. Marrero estaba en el Ejecutivo y Alicia Rey y yo en el Comando general de Montevideo, que era la llave de conexión con las columnas de Montevideo.

No obstante, se manifestaban en este conflicto también importantes diferencias políticas. En los meses que van desde setiembre de 1971 a marzo de 1972, la dirección se presentaba como un mosaico de liderazgos, voluntades y orientaciones contrastantes. Observa Rosencof: “Se discutía el Documento 5, los que salen traen un Plan de Ofensiva, las chacras se multiplican. A las ya existentes se suman el Collar con sus conflictos, el Tatú es un mundo aparte que choca además con la 15, a la que pide fierros largos que la 15 no entrega. En suma, la dirección del período a que hacemos referencia se caracteriza por la falta de visión global de la organización; por la ausencia de una línea de conjunto, que degeneró en una política de ‘bandazos’; por la ausencia de una línea ideológica común. (La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 127).

Claro que las diferencias eran de carácter político, y esto es lo que se ha tratado de ocultar. Rosencof confirma que desde Punta Carretas se trae un plan de ofensiva. En este libro no dice quiénes lo aportan. Habrá que esperar a 2009 para que en Memorias de insurgencia diga que los planes los aporta Fernández Huidobro, “planes maravillosos pero impracticables”, dirá entonces. El Tatú es un “mundo aparte”, solo defendido por sus impulsores. Dice que choca con la 15, ocultando que todo el Ejecutivo –incluyendo al propio Rosencof- lo considera inviable. ¿Qué “fierros largos” iba a entregar la 15 si no los tenía? Y de haberlos tenido ¿cómo los iba a entregar en contra de una decisión del propio Comité Ejecutivo? Rosencof trata de desvincularse de su posición anterior a marzo de 1972 y así tratar de disimular la cabriola ideológica que practica a partir de ese momento

Los documentos del periodo revelan, en efecto, una mentalidad cargada de optimismo y confianza en el seguro, aunque no inminente, triunfo de la revolución. Proponen acentuar, diversificar y extender las acciones militares a todo el territorio. Aunque ciertos documentos, como el Plan 72, el Plan Hipopótamo y el mismo Documento 5, generaron discusiones y no pasaron de ser meros proyectos. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, págs. 127-128.

Aquí nuevamente se falsea la realidad. El único proyecto fue el Documento 5, que no llegó a discutirse nunca. En este documento se planteaba la posibilidad de incorporar al proyecto revolucionario a algún sector de las FF.AA. lo que Fernández Huidobro tratará de impulsar a partir de la primera tregua, en julio de 1972. Los demás, el plan del 72 y el Hipopótamos fueron llevados a la práctica después del 16 de marzo de 1972, e incluían el plan Hipólito y la puesta en marcha del segundo frente, mediante el plan Tatú. La “mentalidad cargada de optimismo” era la de quienes pretendieron, desconociendo la realidad uruguaya y aplicando experiencias que fueron válidas en otras condiciones políticas y sociales, trataron de llevar la guerrilla al interior del país y convertir la lucha urbana en rural. Esta es la verdadera causa del desastre sufrido.

La crisis de poder en el vértice del MLN -que trató de resolverse a comienzos de 1972 con cambios en la dirección y la expulsión de Amodio- aunque subestimada en las interpretaciones de los protagonistas, fue una de las causas decisivas de la derrota de la organización. Junto a la tortura, la colaboración de Amodio, Píriz Budes y Rey proporcionó una ayuda invalorable a las Fuerzas Conjuntas para el desmantelamiento rápido del aparato y el aprisionamiento de los cuadros de mayor ascendencia y proyección política. La presencia de dirigentes traidores puede haber incentivado casos de desmoralización frente a la tortura y hasta defecciones. En una organización basada en un tono moral tan acentuado, la traición puede volverse más importante que la derrota militar. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 128.

Aquí aparece la verdadera Clara Aldrighi, una de las más grandes falsificadoras de la historia de Uruguay. No ha podido demostrar una sola de las acusaciones que se han formulado en mi contra. Insiste en adjudicarme responsabilidades que mis mismos detractores desmienten o que al menos relativizan. Aporta ella un elemento nuevo: fui expulsado a comienzos de 1972. ¿Razones? No importa. Con su palabra, es suficiente. Para eso es “docente e investigadora de Historia Contemporánea en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación y en la licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República”

A finales de 1971, ante las discrepancias con el plan de hostigamiento que estaba en ciernes, renuncié al Comando general de Montevideo y el MLN me adjudicó la responsabilidad de la organización de la segunda fuga de Punta Carretas. ¿Una fuga se le puede encomendar a un expulsado? A comienzos de 1972, concretamente en marzo, el MLN desarticula su organización interna para desplazar de los puestos de dirección a todos quienes se oponían a los planes aportados por Fernández Huidobro y Sendic, al tiempo que pone en marcha el “segundo frente”, desmantelando Montevideo para enviar a las “tatuceras” a militantes urbanos, en una muestra del voluntarismo imperante.

 Héctor Amodio Pérez  -Enero de 2019 (continúa)


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