07.DIC.19 | Posta Porteña 2073

Evo Morales, Su Caída Y Los Mitos De Occidente

Por Pedro Portugal Molllinedo

 

Consideraciones sobre las miradas exógenas al contexto político boliviano:

 

Pedro Portugal Mollinedo*

Periódico PUKARA Nº 160  DICIEMBRE 2019 La Paz

Los acontecimientos recientes en Bolivia han merecido análisis y comentarios en la prensa y redes sociales internacionales, con calificaciones y previsiones mucho más tajantes y alarmistas que las que se pueden leer en la misma Bolivia.

 Esto se debe, en gran parte, a que el desposeído del poder en este país, Evo Morales, es un indígena. Se ha construido un mito en el mundo occidental sobre el indígena que contradice los anteriores que en esta misma parte del mundo se construyeron antes. Todo mito social tiene funcionalidad económica y política Cuando el mito procede del colonizador (o del neocolonizador), seguramente su implementación tiene relación con el mantenimiento de un domino y no con la liberación de los así identificados.

 Europa y sus retransmisores en nuestros países utilizaron varios mitos en su histórica relación con los llamados indios de América. Primero eran salvajes, paganos, incivilizados; luego retrasados, cerriles; finamente, en vías de desarrollo con particularidades locales. Actualmente los mitos son más halagadores, pero no menos perniciosos. En Occidente hay una moda de elogiar al primitivo como portador de verdades que el vil occidental no puede percibir y que se expresarían en una cosmovisión en la que lo humano se subordina a lo natural, lo que haría del indio un ser respetuoso del medio ambiente y de la convivialidad, incluso con los más míseros bichos de la Madre naturaleza.

Esos mitos sirven solamente para resolver ilusamente un complejo de culpa occidental y condicionan una aproximación errada de la realidad social y política en esa parte del mundo, pues necesariamente tienen que refugiarse en la metafísica y obvian analizar los problemas históricos y sociales contemporáneos.

 La invasión europea a partir de 1492 ha originado la colonización, entendida no como asunto de saberes y alteridades, sino como el más terrenal usurpamiento del poder político.

A partir de entonces los indígenas fueron enajenados del poder político y de toda influencia efectiva en la conducción de sus propios asuntos. Esa es la realidad de la colonización y por ello la descolonización histórica fue la autodeterminación y el acceso a la independencia de los antes colonizados.

Por razones que detallarlas excede el objeto de esta nota, en América no se pudo efectivizar ese tipo de descolonización histórica. En lo que actualmente es Bolivia el intento más claro de esa alternativa fue –seguramente– la guerra de Tupak Katari, en 1781. Razón por la cual ese movimiento y particularmente la figura de su líder siguen siendo emblemáticos en nuestro país.

En América se dio más bien lo que se conoce como las “guerras de independencia”, que crearon los actuales estados en el continente e impusieron el modelo republicano bajo la hegemonía de los criollos, los hijos de los españoles y, más subordinadamente, de los mestizos. En ese nuevo modelo no logró la formación de una nueva identidad nacional integrando al indígena, sino que reprodujo la segregación colonial española, a veces agravándola.

El criollo empoderado instauró una sociedad racializada (si entendemos al racismo como la creencia de diferencias biológicas esenciales entre los seres humanos, la racialización es la construcción de roles sociales a partir de ese prejuicio). La institucionalidad estatal y el poder político estuvieron así fundamentados en la interiorización indígena, su ubicación en el último escaño de una sociedad de castas, antes que de clases, y la utilización de ideologías para justificar y reproducir esa injusticia.

A nivel de justificación ideológica el criollo utilizó todas las ideologías procedentes de Occidente, a veces desnaturalizándolas según sus intereses. Sucedió con el cristianismo, la ilustración y el liberalismo, el socialismo y actualmente el culturismo posmoderno.

En todos los países del continente la ideología dominante en la academia es el culturalismo posmoderno y todas las aplicaciones estatales hacia lo indígena se hacen en esa inspiración, que es, además la de las agencias de cooperación internacional.

Lo particular de Bolivia es que esa generalidad fue asumida por un presidente indígena, lo que llevó a muchos ingenuos a creer que se trataba de la aplicación de políticas indígenas a través de un verdadero gobierno indígena. De ahí la confusión en el análisis de lo que sucede en la actualidad en Bolivia y que descarrilla a la casi totalidad de comentadores extranjeros. Ese error genera desvaríos en el análisis de lo que sucede en este país. Voy a tomar, solo como muestra, lo expresado por Thierry Meyssan en su nota “La Bolivie, laboratoire d’une nouvelle stratégie de déstabilisation” (1)

Ese autor cree que (“El nombramiento de un nuevo gobierno sin indígenas llevó a los indios a salir a la calle en lugar de los matones que perseguían al gobierno de Morales”)

El nuevo gobierno sería solo de “blancos” y el indio los estuviese combatiendo en las calles. Cualquier curioso que ingrese a algún medio de comunicación sabe, por el contrario, que el actual gobierno ha incluido a indígenas en su gabinete, aun cuando sea en responsabilidades nada estratégicas, y que ha tenido la habilidad de concertar con las organizaciones sociales –COB, CSUTCB, Pacto de Unidad, Interculturales, Ponchos Rojos…– que antes se creían exclusivas y aliadas a muerte del gobierno de Evo Morales (2)

 Por otro lado, es la bancada de senadores y diputados del MAS –ahora predominantemente indígena, pues los criollos empoderados sobre ellos y que eran quienes realmente gobernaban Bolivia están en fuga, refugiados en embajadas o gozando ya las delicias del exilio dorado– la que finalmente aceptó nuevas elecciones, ¡sin la participación en ellas de Evo Morales y Álvaro García Linera!

Esto era previsible, pues en los 14 años de gobierno de Evo Morales la relación del Estado con los indígenas fue siempre clientelar. No hubo descolonización política, funcional, estructural. Es, por tanto, que los mismos mecanismos de sumisión se manifiesten con cualquier otro nuevo gobierno

Peor aún, al ser los modelos del culturalismo posmoderno de inspiración liberal capitalista, es previsible que en ese esquema el actual gobierno tenga más éxito que el anterior en su aplicación. De ser así, de la misma manera que esa política significó una impostura y el posterior abandono indígena a Evo Morales, representará también el caos para cualquier otro que lo implemente y no entienda la descolonización en sus términos económicos, sociales y políticos, y no como idealización del pasado, supuesta autonomía sobre territorios reducidos y no de participación decisoria plena en el conjunto del país y en términos sincrónicos. No hay tampoco la “violence inter-ethniques” que Thierry Meyssan parece desear antes que constatar.

Es cierto que la oposición a Morales surgió primero en medio de la clase media y que gran parte de esta tiene añoranzas de tiempos pasados, en los que se expresaba el racismo sin tapujos. Hubo expresiones de ese tipo, sin duda, pero no se manifestaron entonces en ningún tipo de enfrentamiento interétnicoello vino después y por razones ajenas a la sola defensa (o ataque) a Evo Morales. La primera etapa de arremetida contra Morales surgió en la clase media, que se manifestó en movilizaciones y bloqueos urbanos.

Mientras las zonas residenciales y el centro de La Paz se hallaban convulsionados, en los barrios populares y particularmente en la colindante ciudad de El Alto la vida cotidiana se desarrollaba normalmente, pese al llamado de Morales para que se movilicen y lo defiendan.

Finalmente, hubo cabildos en el Alto y movilizaciones populares en La Paz en apoyo a Morales, que generó enfrentamientos, algunos violentos, con los movilizados de la clase media, pero fueron sin contundencia y nada decisorios, pues los acontecimientos concluyeron en la renuncia de Evo Morales.

Después del abandono de Morales a sus partidarios, al salir al exilio que le ofreció México, y dejar mal plantados a sus ministros (algunos hablaban –y seguro se organizaban– para hacer de Bolivia otro Vietnam) recién se manifestó la ira en El Alto y en las comunidades indígenas, pero fue porque en la fiebre de su victoria, los ganadores empezaron a vilipendiar e insultar a la Whipala, la bandera de los indígenas. Así, se dio la situación contraria. Mientras La Paz y particularmente sus zonas residenciales se hallaban ya quietas, la furia se desencadenaba en el campo, las zonas populares y especialmente El Alto.

El nuevo gobierno reaccionó con violencia, provocando muertos y heridos, justificados o pasados en silencio por quienes vieron en ello acabar con los resabios del masismo y del anterior régimen, o distorsionados en su análisis por quienes veían póstumas pero heroicas defensas de Evo Morales.

En realidad, es la emergencia de una nueva realidad y de una conciencia que empieza a tomar forma, organizada bajo los gritos de guerra: “Ahora sí: Guerra civil” y “A la Whipala se la respeta, carajo” y que en el futuro solo puede tener desenlace político: Es el surgimiento de lo que será la verdadera descolonización y que no puede ser sino dar satisfacción a la exigencia de empoderamiento real en la vida política boliviana.

Este empoderamiento no será –en mi opinión– la satisfacción de una supuesta revancha étnica. Puede ser más bien la oportunidad de crear una verdadera nación. La historia nos ha mostrado –salvo en la experiencia latinoamericana– que las naciones no son fatalidades étnicas, sino creaciones políticas, que al ser acertadas originan nuevas realidades que trascienden a sus creadores. Pero para ello se necesita inspiración, vitalidad y hegemonía, y los últimos acontecimientos nos muestran que ello, en Bolivia, puede provenir del pueblo aymara.

Para que ello sea posible, hay que desembarazarse de mitos inmovilizadores creados por los criollos y enfocar la realidad. Y si son necesarios mitos, estos tienen que provenir de los colonizados pues así empieza la descolonización, y por ello no se perennizan, y son solo pasaje para poder vivir, administrar y actuar sobre la realidad contemporánea, nacional e internacional.

Uno de esos mitos es la naturaleza indígena de Evo Morales y de su gobierno.

Felizmente, en Bolivia se es crítico en ese aspecto, en especial en medio de la clase media que le idolatró en sus inicios (3), lo que al parecer no sucede aún en el extranjero…

Allí no se lo baja del Olimpo Andino y más bien se busca resucitar y poner como factores de poder elementos que tuvieron algún papel hace diez años o más y que ahora parecen ridículos o por lo menos irrelevantes, como el rol de los Oustachis en Bolivia, en los que se empeña Thierry Meyssan en su nota que evocamos.

1. https://www.voltairenet. org/article208390.html

2. https://www.opinion.com. bo/articulo/pais/consen - suan-ley-pacificacion-acuerdan-modi ficar-decreto-4078 /20191124032641738208. html

3. https://www.paginasiete. bo/opinion/2019/11/28/porque-cayo-evo-238729.html

* Pedro Portugal Molllinedo es Boliviano de origen aymara, de formación historiador, autor de varios escritos sobre la realidad indígena y actual director del periódico digital Pukara.


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