11.AGO.20 | PostaPorteña 2137

VIGLIETTI ¿ANGEL O DEMONIO?

Por Voces/varios

 

La información sacudió duramente a gran parte de la opinión pública. La denuncia sobre Daniel Viglietti puso sobre la mesa un debate muy duro y doloroso para mucha gente. ¿Alcanza con un testimonio largado a las redes para tomar posición? ¿No debería oírse la versión de la presunta víctima? ¿Es más rápida actualmente la presunción de culpabilidad que la de inocencia? ¿Hay que respetar la intención de silencio de los familiares una vez que la versión comienza a circular? ¿No merece la figura de Viglietti que se aclare esta situación para recibir el repudio o la absolución? ¿Se sabía de esto y se tapó por tratarse de un ícono? ¿Es verosímil ese nivel de complicidad? ¿Estamos frente a un caso de linchamiento mediático? ¿Frente a la duda, hay que tomar siempre partido por la supuesta víctima? ¿Hay hipocresía en la izquierda en este caso? ¿Utiliza la derecha la denuncia políticamente? ¿Se puede separar al hombre de su obra? ¿Se puede levantar una imagen, aunque posteriormente primen evidencias de inocencia, después de pasar por tal acusación?

Voces 7 agosto 2020

 

Muerto o vivo por Pepi Goncalvez

Gracias por la invitación a colaborar con una reflexión sobre las denuncias por abuso sexual del cantante Daniel Viglietti. Esté vivo o muerto el perpetrador no cambiará su estatus, tampoco si es una persona con reconocimiento por su arte o no. Poco importa si la denuncia llegó a un tribunal, si hubo “prueba” o no la hubo. Tampoco importa cuántos amigos salgan a defender su buen nombre y cuantos crean que una denuncia de abuso es una maniobra con fines político-partidarios.

En el abuso (de poder) el silencio es prueba suficiente de impunidad del perpetrador. Por eso, las rupturas de ese larguísimo y doloroso silencio molestan tanto. Inclusive el olvido involuntario de las víctimas sobre los padecimientos que sufrieron nunca puede tomarse como la no existencia del abuso. Cualquier fiscalía especializada, cualquier equipo de terapeutas puede corroborarlo. El daño es inmenso, es permanente. Toda la vida queda signada por ese abuso, en el caso que la persona logre tener fuerzas para seguir viviendo. Quienes que pasamos por eso, lo sabemos.

Obligar a alguien, que estuvo toda su vida cubierta por el silencio al que la sometió el perpetrador, para que salga a hablar es, además de una crueldad una forma de revictimizarla.  Sea a través de las redes, en entrevistas en la prensa, etc. Rodear a todas las mujeres de la familia de sospecha y acosarlas periódicamente es también una forma de la violencia de género.

El poder del perpetrador se prolongará en el tiempo y el espacio, vendrán a limpiar su imagen sus aliados, sus incondicionales, las instituciones que lo consideren necesario. También, en la lógica mediática de la actualidad, podrán aparecer empresas de limpieza de imagen listas a cobrar por restaurar lo que haya dañado la denuncia, el juicio o el castigo social.

Todo este espacio que estamos ocupando en el semanario también es una forma de violencia hacia la víctima, que afecta además a quienes no se han animado a denunciar a sus perpetradores y se enteraran del caso. Porque son sus cuerpos las que se están poniendo en cuestión por parte de cientos de personas que hablan del asunto sin la menor empatía por la situación. Cada acalorada defensa a quien fue acusado dos veces por familiares cercanos la vuelve a revictimizar.

Es como una cinta de Moebius que siempre te deja en el mismo lugar, no hay otra forma de salir y curarte que decirlo. Pero a veces, el poder del otro es tan grande que es capaz de ejercerlo y obligarte al silencio, aunque esté muerto.

Cultura del abuso por Isabel Viana

El abuso de menores es inaceptable y ninguna jerarquización de un abusador puede validar su acción. Abusar de otras personas debiera ser inaceptable por definición, pero no lo ha sido siempre. Cada sociedad – y cada grupo dentro de ella – adopta criterios para definir “bien” y “mal”.  La condición de acciones buenas o malas debe definirse en función de su ejecutor, lugar y tiempo. Lo válido para la Alemania nazi o la dictadura en nuestro país es hoy considerado monstruoso. Estar en uno u otro grupo es función de los valores de quien juzgue y del momento en que se evalúen las acciones.

Las mujeres y los niños han sido y son sistemáticamente usados, abusados y explotados por personas empoderadas. Las mujeres, cuanto más si son núbiles, son presa válida para los abusadores. La mayoría de las culturas ha naturalizado y naturaliza acciones tan terribles como la esclavitud, o los abusos sexuales, por ejemplo, estableciendo que son parte del orden natural vigente.

En nuestro país la cultura del abuso se expresó y se expresa cotidianamente a través de múltiples formas de violencia y de tolerancia, en todos los niveles de la sociedad. Los abusos que hoy se juzgan como resultado de la Operación Océano son probablemente valorados como hazañas varoniles por quienes comparten la cultura masculina validada.

Los actos “malos” suelen llevarse a cabo bajo pactos de silencio, voluntarios o forzados. Nadie reconoce públicamente haber participado en torturas, violaciones, agresiones contra niños, prostitución de adolescentes. Las familias entienden proteger su el buen nombre familiar y el de la víctima, callando y acallando. De igual modo, las sociedades no reconocen la condición falible de sus íconos y líderes: la historia publica sólo los aspectos evaluados como “buenos” de sus biografías y deja de lado los atroces. Las miserias personales se escamotean. Pienso en los descubridores y colonizadores de América, salvajes asesinos y torturadores, a los que seguimos ensalzando por sus gestas.

Entre los humanos viviendo en sociedad hay muchos integran la multitud en la que no destacan. Pocos se distinguen como individuos, por sus características físicas o intelectuales, sus capacidades, liderazgo (político, religioso), sus roles institucionales, la excepcionalidad de su obra, la riqueza que acumulan: son las personas públicas, visibles dentro del conjunto. Los medios contemporáneos los exponen en profundidad haciendo posible el conocimiento y difusión de sus actos privados.

Es frecuente que una comunidad otorgue a algunas de sus personas públicas roles identificatorios que las hacen representativas del grupo. Les otorga atributos modélicos, que refuerzan su representatividad. Se simplifican sus características y actos, excluyendo los “no publicables”, no aceptables en la vida del hombre público.

Cuando se publican aspectos indeseables del ícono, se interpreta la difusión como una agresión al grupo social de pertenencia. En el mundo contemporáneo la vida privada de las personas públicas es “noticia” y, por tanto, objeto de investigación y difusión irrestricta. Trascienden detalles de su vida privada que no hacen al cumplimiento de sus roles. El interés público resulta frecuentemente morboso. Hay incontables ejemplos de detalles publicados de la cotidianeidad de figuras políticas, artistas, mega ricos, difundidos sin respeto.

En el caso de la pregunta de Voces, se denunció en las redes sociales, medio válido de comunicación contemporánea, a un artista ya muerto, figura icónica y líder cultural y político, cincuenta años después de los hechos, usando el poder de difusión inmenso de la vincularidad en red. Pretendiendo romper con la hipocresía del silencio se construyó un “río revuelto”, donde hay ganancia para “pescadores” del campo político. Sea cierta o falsa la denuncia, las redes sociales pueden ser aptas para recibir opiniones y denuncias, pero no son ámbitos válidos para juzgar. La Justicia tiene múltiples casos en el presente, en todos los niveles de la sociedad, cuya resolución, rápida, ejemplar y debidamente difundida, puede constituirse en sostén del imprescindible cambio cultural requerido para erradicar a fondo las conductas abusivas.

Juzgado, sea quien sea por Margarita Percovich

Deben existir muchas situaciones como esta tanto en personajes del campo de la izquierda como de la derecha. Responden a la cultura con la que se han educado los varones tradicionalmente. No se les puede culpar a las víctimas que no denuncien por lo doloroso de la situación y que generalmente las familias y allegados ocultan los hechos. Por eso la legislación internacional impide la prescripción de estos delitos. Lo importante es proteger a la víctima y que realice su proceso personal. El victimario, de ser confirmado el delito, debe ser juzgado, sea quien sea.

Sobre los cazadores furtivos por Celsa Puente

La noticia de una supuesta violación a una niña de diez años, integrante de su familia, por parte del cantautor Daniel Viglietti cuando él tenía 27, sacudió con energía la vida social uruguaya. Como pasa habitualmente en un mundo de redes sociales que “enredan” todo lo que sucede, aparecieron voces variadas y superpuestas, muchas de ellas aludiendo a supuestos conspiratorios de carácter político, otras, al mejor estilo de un partido de fútbol formando parte de las hinchadas a favor y en contra acerca de la credibilidad de la circunstancia planteada.

Me interesa reflexionar sobre lo que esta historia puntual exhibe acerca de cómo somos como sociedad, porque a partir de este suceso, se desnudan aspectos de nuestra cotidianeidad tristemente caracterizada por abusos frecuentes hacia niños, niñas y adolescentes perpetrados en un 80 por ciento de los casos por adultos integrantes del núcleo familiar. Esta cifra escalofriante de abusos a menores de edad que se producen en el ámbito intrafamiliar, nos introduce sin anestesia en la dolorosa paradoja de confirmar que el espacio que debería oficiar de protección, termina siendo el de violación, sometimiento y sufrimiento. Para muchos niños, niñas y adolescentes, el hogar termina siendo el espacio más peligroso y tortuoso del mundo.

La cuestión reviste tal gravedad y es de tan terrible talante como para mostrarnos que NADIE está exonerado. No hay ninguna familia que pueda jactarse de que esto no sucede o sucederá.  En principio porque ocurre en familias de todas las clases sociales, de todos los niveles culturales, de todas las religiones, de todos los partidos políticos. Nos llega a todos sin distinciones, lo que lo hace desesperantemente desolador. Es producto de una sociedad patriarcal que siempre ha dado a los varones la potestad de posesión del cuerpo-territorio de las mujeres, con su correlato en los más débiles, las generaciones que llegan al mundo y en tiempo de ser protegidos y acompañados para su fortalecimiento, terminan siendo utilizados como mercancía de posesión al servicio del goce de adultos incalificables. El agravante es, además, que los abusadores no son figuras fácilmente identificables. Suelen ser buenos padres de familia, prolijos y de apariencia respetable, conocedores del arte de la simulación a la perfección. Eso les permite gozar de un prestigio y una confianza como para que nadie pueda sospechar que, frente al menor desliz de tiempo disponible, pueden tronchar los sueños de un destino de felicidad de niñas y niños de los que abusan y a los que sacrifican en forma infame. Gracias a esa capacidad simuladora, muchas veces las situaciones duran años eternos: toda la niñez o la adolescencia.  Le solicitan a la víctima el secreto – muchas veces a través de la seducción, otras a través de la amenaza-  lo que provoca que los casos no se conozcan rápidamente y muchas veces, no salen nunca a la luz. En otras ocasiones, cuando se confirma por parte de la familia la situación, suelen hacer un pacto de silencio. El origen de ese mutismo es habitualmente la vergüenza o el temor al escándalo. Así es que, al tiempo de abuso y violación, debe sumarse el tiempo de silencio cómplice, que ampara al violador y “viola”, ahora colectivamente, cada día a la víctima. Elegir el camino del silencio que opera como una fuente de reiteración de la violación inicial, genera la devastación física y psicológica de una persona que deja secuelas para toda la vida.  Las relaciones de dominación recaen sobre el cuerpo victimizado y el psiquismo de los niños, niñas y adolescentes sometidos, atrapados por esta sociedad patriarcal que ha armado una maquinaria perfecta: sostener la mirada acusatoria sobre las víctimas y no sobre el victimario, desconfiar de la víctima si tiene el coraje de hablar y, en consecuencia, silenciarla.

Así que les pido que no pregunten más por qué después de muchos años se dan a conocer estos hechos. Las víctimas y sus familias, cuentan lo sucedido cuando pueden, no cuando quieren. Viven con ese dolor de tener a su lado cazadores furtivos que desde la jerarquía de la masculinidad patriarcal capturan los cuerpos femeninos o feminizan los cuerpos de los varones como nos plantea la antropóloga argentina Rita Segato. Destruyen, naturalmente, también sus psiquismos. Como sociedad nos toca aceptar esto que nos ocurre para empezar a cambiarlo sin dilaciones.  Nos compete trabajar para garantizar el derecho a una vida libre y digna, generando relaciones respetuosas y horizontales, con niños, niñas y adolescentes para prevenir el abuso y denunciar a aquellos que someten y violan porque son, sencillamente, delincuentes, aunque estén legitimados por el patriarcado.

Siempre del lado de la víctima por Virginia Cáceres

Desde que el periodista Nelson Díaz publicó en su cuenta de Facebook lo que parecía ser la reafirmación de un concepto propio en base a un hecho ya conocido por él, y aparentemente por varias personas más, el abuso sexual y especialmente el rol del abusador fue el centro del debate en estas últimas semanas.

El caso Viglietti puso en evidencia que, a pesar de los intentos incansables por centrar el tema y darle el abordaje que corresponde, la hipocresía y la utilización política partidaria de la víctima, y del victimario en los casos de abuso sexual están más vigentes que nunca. Puso en burda evidencia la necesidad por parte de algunos sectores de la sociedad de construir un relato que coloque al abusador sexual como propiedad exclusiva de quienes profesan determinadas ideologías y la urgencia en amplificar las voces que, desde el feminismo enfrentan ese relato en el entendido que el abusador puede ser de izquierda o de derecha, católico, agnóstico o budista porque lo único que tienen en común los abusadores es la construcción de la mujer como objeto el cual pueden disponer a su antojo.

Todo surge con la noticia, la que a primera vista parecía ser la primicia menos pensada, algo que no podía ser siquiera imaginado. Sin embargo, no pasaron 24 horas antes de que empezaran a aparecer los primeros relatos de personas que decían conocer los hechos. Tan impactante como la noticia en si misma fue leer la confirmación de los hechos por parte de una integrante de la familia, quien con total convicción aseguró la veracidad y el cocimiento de los hechos los cuales, según sus afirmaciones habían sido mantenidos en secreto por opción familiar. El secretismo como forma de (no) abordar los abusos sexuales intrafamiliares sigue siendo hoy día el método más utilizado. Los asuntos íntimos de la familia deben mantenerse como tales, relegados a ese ámbito sin exponer ni exponerse ante los otros a juzgamientos morales.

Inmediatamente después de confirmados los presuntos hechos por familiares directos comienzan a aparecer otras voces, ya no del núcleo familiar si no algunos periodistas, amigos del supuesto victimario, personas allegadas manifestando que conocían los hechos o que habían escuchado en algún momento sobre ellos. Sin embargo, la inmensa mayoría de la sociedad desconocía este relato. ¿Cómo puede ser que, tratándose de una figura pública nunca antes se había filtrado esta información? ¿Cómo puede ser que ante las tantísimas biografías escritas nunca antes alguien hizo siquiera referencia? ¿Cómo puede ser que conociendo los hechos se pueda mantener silencio ante los variados homenajes y honores públicos?

Es que el abusador sexual sigue contando hoy con la mirada cómplice de la duda por parte de una comunidad que elige no castigar socialmente ciertos actos, pretendiendo utilizar el principio de inocencia como sinónimo de impunidad. El silencio encubridor legítima y naturaliza las conductas.

Del silencio encubridor a la defensa irrestricta del presunto abusador, apelando siempre a la descalificación de la víctima hay un solo paso y siempre va atado a un fuerte contenido emocional que exacerba cualquier apreciación. Claramente, el hecho de tratarse de una persona pública potencia cualquier emoción.  Es que Viglietti es, para muchas personas un referente cultural, un símbolo que representa una determinada moral, una figura idealizada y puesta en un pedestal que anula cualquier acción negativa que pudiera cometer, incluso la posibilidad de un delito como el de abuso sexual.

Imaginen por un segundo si Viglietti estuviera vivo, ¿sería una opción real para la víctima, hoy mujer adulta denunciar el abuso? ¿Se imaginan el escarnio público al que sería sometida? La construcción social de una figura pública es tan poderosa que es capaz de darle un blindaje especial contra cualquier posibilidad de denuncia. Y así pasa con el padre, el tío, el abuelo, el vecino o el profesor que comete el abuso.

El buen vecino, el excelente compañero de trabajo, el buen padre de familia como verdades absolutas son versiones que inhiben a la víctima a contar su relato porque el mismo parte del descreimiento. Entonces, resulta imprescindible y necesario cuestionarnos y repensar el lugar en el que colocamos a nuestros ídolos, los públicos, pero también los ídolos privados, los de nuestra vida cotidiana, la idealización que hacemos de algunas figuras y el pedestal moral en el que los colocamos impidiendo ver lo que pasa antes los ojos de todos.

Como mujer del derecho no defenderé nunca, bajo ningún concepto los escraches públicos ni las denuncias en redes sociales porque el único camino valido en una República que brinda garantías a todas las partes, es el camino de la justicia ante los órganos correspondientes. Sin embargo, también como mujer del derecho tengo bien claro que el camino judicial no es sinónimo de justicia, que atravesar ese camino es exponerse al juzgamiento hostil de quienes eligen no creer como primera reacción y no todas las víctimas están dispuestas o cuentan con herramientas personales para transitar ese camino. Ante la duda, posicionarse del lado de la víctima es claramente una decisión política que nada tiene que ver con el partido al que pertenece el presunto abusador, es una decisión política desde la concepción del feminismo. Yo elijo políticamente posicionarme siempre del lado de la víctima, cuidando el principio de inocencia y el justo y debido proceso, pero siempre, del lado de la víctima.

Yo sí te creo por Andrea Bertino

Hace un par de semanas nos explotó la bomba en la cara: Aparecía una denuncia de abuso sexual contra Daniel Viglietti; estandarte de la música popular uruguaya. Y a los de izquierda, nos explotó más aún. Independientemente del caso en sí mismo, que tuvo dichos y desdichos y que yo no estoy capacitada para tomar partido, me gustaría enfocar esta nota a cómo reacciona la sociedad frente a una denuncia de abuso. Cuando alguien denuncia que lo robaron, le creemos. Cuando alguien denuncia que lo atacaron en la calle, también le creemos. A nadie, por más desconfiado que sea, el primer pensamiento que se le viene a la mente es el de ¿será verdad? A nadie. ¿Entonces por qué nos pasa eso con las denuncias de abuso hechas por mujeres? Y hago hincapié en esto porque la desconfianza de la veracidad es en el caso de las denuncias hechas por mujeres. Cuando un varón, caso excepcionalísimo, lo hace; es visto no solo como un acto de valentía sino como una verdad casi que instantánea. Cuando es una mujer, no. Es casi automática la desestimación de ese relato, la duda, la de “quiere cagarle la vida al varón” o de “quiere llamar la atención”.

Por eso las mujeres no denunciamos, porque no nos creen. Y cuando logramos hacerlo, tampoco nos creen. De verdad alguien, medianamente sensato, puede pensar que un evento tan traumático y doloroso para una mujer, ¿puede ser usado como “arma”? ¿En serio alguien es capaz de afirmar que una mujer gana algo poniéndose en quizá el peor lugar que se puede poner, que es el de abusada y, además, de mentirosa potencial? Además, se sigue con una construcción errónea del perfil del abusador y seguimos sin darnos cuenta de que son tipos completamente insertados en la sociedad, comunes, cultos y hasta comprometidos con causas sociales y políticas. Y seguimos metiendo lo político aún en temas que tienen que ver con violación de mujeres, con nuestros cuerpos. Cuando hace unos años se habló del perfil abusivo del Gucci en redes sociales, nadie se alarmó tanto. ¿Por qué? Porque es un cantante de cumbia que además nunca mostró mucho compromiso con casi nada salvo rescatar perros, digamos. Como si ser “culto y de izquierda” te eximiera de ser un abusador. Seguimos siendo hipócritas e ignorantes, pensando que los abusadores andan de madrugada abusando con gabardinas hasta el piso. Con esto, se perdió el foco por completo del hecho en sí mismo y se transformó en una guerra de bandos políticos. Como casi todo, como casi siempre.

Viglietti: ¿Ángel o demonio? Por Veronika Engler

La pregunta no es si Viglietti es ángel o demonio, la pregunta es si es correcta la forma en que se manejan estos temas en las redes sociales.

La opinión pública se transforma en linchamiento social y no importan los argumentos que se den, la mayoría de las personas no leen ni investigan lo suficiente y manejan una información parcial y sesgada de los hechos, demostrando una irresponsabilidad muy grande y una total falta de criterio sobre a quién dañan con los comentarios. La denuncia, en este caso, fue hecha por un periodista de forma inadecuada y luego fue confirmada por alguien que no es la víctima. La supuesta víctima (la persona que coincide en edad y cercanía con el acusado en el momento de los hechos), desmiente lo sucedido, a pesar de eso escriben como un mantra que apoyan a la víctima, lo que es en sí una enorme contradicción. Se crea una suerte de caos sobre el tema y se exponen frustraciones y problemas que son de índole personal. Para colmo de males aparecen nuevas acusaciones que mantienen las características antes nombradas: nuevos relatos sobre supuestas damnificadas que no realizan la denuncia.

Es una manera irresponsable de manejar un tema sumamente delicado y serio, se pierde el respeto no solo por la persona que es acusada sin pruebas, que en este caso no se puede defender porque está muerto, se vulnera a las supuestas víctimas que no dan un paso al frente y que con el caos mediático difícilmente lo hagan. Va contra todo lo recomendado en estos casos y apunta más a destruir una imagen que a apoyar a las perjudicadas. Tampoco se respeta a la familia, que es en definitiva la que sufre más lo que está pasando, circulan en las redes un sinfín de teorías sobre motivos y disputas familiares en las que no tenemos derecho a involucrarnos. Hay quienes lo utilizan de forma política, con la finalidad de manchar la memoria de quien es un símbolo cultural para varias generaciones (fundamentalmente de izquierda). La impunidad de estar tras una pantalla sirve para proferir con total liviandad un sinfín de insultos que dejan ver la miseria humana en toda su dimensión y que a mi entender no merecen respuesta. Este fenómeno se ve potenciado cuando se trata de una figura pública, se pueden ver otras denuncias en las que hay víctimas tangibles y hechos probados y sin embargo pasan desapercibidas. Quienes se rasgan las vestiduras cuando se trata del tema de Daniel, autonombrándose defensoras/es de todas las mujeres y niñas, no comentan ni reproducen otras acusaciones de abuso de la misma manera y con la misma saña, en este caso se actúa con total alevosía, falta de criterio e impunidad.

Cancelado por Melisa Freiría

Como sociedad hay debates que ya debiéramos haber superado. No tendríamos que estar aclarando que los varones violan, ni discutiendo si son de un partido o de otro, ni avisando que no son todos sino algunos. Los hombres violan sin importar su identificación política. Los hombres violan sin importar si son ídolos de generaciones enteras. Violan sin importar si son padres, hermanos, abuelos, amigos, etc. Es algo que ya tendríamos que haber asumido como sociedad y dejar de sorprendernos. Superemos la cultura de la violación y pensemos individual y colectivamente qué hacer con eso.

Cuando decimos que “se va a caer”, ¿a qué nos estamos refiriendo? Tenemos arraigada una estructura de pensamiento con determinado marco de valores, principios y tradiciones que creemos correctos, adquiridos históricamente para cada tiempo y lugar. Esta estructura de pensamiento muchas veces avala violaciones a los derechos humanos, pero está en constante devenir. Por eso es que por ejemplo llegó un momento en el que abolimos la esclavitud. Sin embargo, hoy en día a la mujer se la sigue considerando un objeto de posesión sobre la cual se tiene poder en distintas culturas y se la puede violar. Porque la violación es eso, un sistema de dominación dentro de las relaciones de poder y por lo tanto subsiste. Esta estructura de pensamiento es la que “se va a caer” fruto de la lucha de las mujeres en la evolución de la humanidad.

Duele darse cuenta de que una persona a nuestro alrededor puede ser o haber sido violador. Cuesta mucho asumir que alguien con quien nos relacionamos, o a quien admiramos durante mucho tiempo, sea una persona que haya violado. Nadie dijo que no iba a doler. El hecho de tomar conocimiento de un abuso o violación por parte de alguien cercano o conocido tampoco nos hace cómplices de nada, pero lo que sí nos hace es ponernos a prueba en nuestro accionar desde ese momento.

Frente a los abusos y las violaciones hacia las mujeres, que ya sabemos que existen, ¿Cómo reaccionamos como comunidad? ¿Qué hacemos?

En este sentido, ha tomado fuerza la llamada cultura de la cancelación. Cuando producimos y consumimos cultura estamos contribuyendo a reproducir un relato, un sistema de “valores”, así como también el propio sentir del artista. La cultura de la cancelación ha sido entonces una herramienta para encausar dicha cultura y con ella el sentido común, hacia lugares deseables. Las redes sociales ayudaron a afianzar con firmeza estos procesos.

Cuando consumimos música cuyas letras lo único que hacen es tratar a la mujer como una propiedad y objeto sexual, estamos contribuyendo a la cultura de la violación. Cuando seguimos consumiendo un producto de un violador, le seguimos financiando su carrera como si nada.

Obviamente tomar la decisión de dejar de consumir implica un cambio cada vez mayor en muchísimas cosas de nuestra vida cotidiana. Nadie dijo que no iba a doler, pero no olvidemos que el mayor dolor lo sufren las víctimas y es con ellas con quienes tenemos que empatizar. Porque si no es con nosotras, no es con nadie.
 


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