de Nicolás Ponsiglione
(octava entrega de este libro de reciente aparición Primera edición: Agosto de 2021, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina)
Un individuo moderno promedio podría preguntarse: ¿pero no fue finalmente la "verdad" la que Flexner ayudó a establecer en la medicina, desplazando una vez a todas las visiones erróneas, supersticiosas o anticientíficas? La respuesta es rotundamente negativa . Las bondades de la medicina moderna y alopática son de un carácter relativo .
En simultáneo, el descrédito que han sufrido numerosas corrientes médicas no está para nada justificado (ejemplo de esto último lo es la quiropraxia —o quiropráctica—, la cual estuvo casi a punto de desaparecer por completo en esta purga de principios de siglo)
El hecho es que Flexner —financiado por grandes empresarios como los Rockefeller y los Carnegie— contribuyó a la consolidación formal del paradigma médico moderno que beneficia a sectores empresariales, que si bien es muy útil y necesario en algunos aspectos, en otros resulta fraudulento y pernicioso. Y para afirmar esto me estoy basando en las evidencias.
Evidencia número uno que tira por la borda las "maravillas" de la medicina alopática: según un informe, la tercera causa de muerte en los Estados Unidos (país en donde se hicieron estas estadísticas) es la derivada de tratamientos médicos /90 (iatrogenia). Sólo por debajo del cáncer y las enfermedades del corazón —lo voy a repetir—, el tratamiento médico es la tercera causa de muertes /91
Este es el lado oscuro de la medicina moderna, que ningún médico te va a reconocer jamás. El Dr. Peter Glidden hizo respecto de esta verdad una comparativa difícil de digerir: 3500 personas murieron en el atentado a las torres gemelas, en un solo día, y Estados Unidos inició una guerra por ello.
Pero 15.000 personas al mes mueren a causa de errores médicos, mala praxis o medicamentos contraproducentes, y nadie hace nada al respecto; la impunidad es total. Y lo es porque el argumento es sacrosanto: lo hicieron siempre por tu propio bien. Nadie se anima a cuestionarle nada a la medicina moderna, porque está inmunizada contra toda crítica. ¿No recuerda esto a los sacerdotes de antaño, cuya palabra santa la gente no se animaba a contradecir?
Por otra parte, Flexner consolidó un paradigma que, si bien estaba de moda en su entonces, básicamente se basaba en teorías, no en hechos científicos. Por más famosa que sea una teoría, no deja de ser eso: teoría. Con insistir una y otra vez en la validez de una teorización jamás lograremos que se convierta en hecho corroborado. Así no procede la ciencia sino la propaganda. Y así fue como procedió el informe Flexner.
Traigamos el ejemplo más controversial aunque evidente: la teoría microbiana del contagio, que le valió la fama al químico (no médico) Louis Pasteur. ¿Por qué la civilización actual olvidó el hecho de que esta teoría jamás fue corroborada científicamente? No porque sí se le llama, aún hoy, "teoría del contagio"
Esta es la plataforma teórica detrás de toda la industria farmacéutica: la idea de que la causa de una enfermedad es un agente infeccioso determinado, y que por ende eliminando el agente es como se erradica la enfermedad. Esta idea desató la gran guerra de la humanidad versus los microbios y bacterias, y más tarde también contra los virus. Guerra que se perpetúa aún en nuestros días y que no hizo sino cosechar más desgracias que beneficios.
En palabras del investigador Andrés R. Ferrante: "Paralelamente, en ese mismo momento histórico, tenemos al biólogo y químico Antoine Béchamp, científico que fue casualmente borrado, escondido y olvidado de la historia de la ciencia. Béchamp (quien había sido maestro de Pasteur) estableció los fundamentos de una teoría microbiana diametralmente opuesta al paradigma belicista —de ataques microbianos y sistemas de defensas—. En base a sus investigaciones, él propugnaba un sistema orientado a considerar las condiciones del medio y no del supuesto patógeno, el cual en última instancia sería una consecuencia de la toxicidad del primero, y no al revés. El enfoque de Béchamp obviamente no servía a los intereses económicos expansivos de la emergente industria farmacéutica, dado que explicaba y demostraba que no existía tal guerra entre el organismo humano considerado como un terreno libre de microorganismos y los gérmenes patógenos que lo acechan desde el exterior, tal como planteaban Pasteur y Koch, sino que verificaba una relación colaborativa de estos microorganismos creados a partir de la enfermedad. De haberse consolidado el paradigma propuesto por Béchamp hoy estaríamos mucho más inclinados a poner nuestra atención en mejorar el medio y el entorno del ser humano en todos los planos: físico, social, familiar, económico, emocional y espiritual.
En lugar de esto, no se ha hecho otra cosa que crear una inmensa maquinaria industrial de compuestos tóxicos destinados a crear enfermos crónicos, en una guerra eterna contra estos enemigos invisibles causantes de todos los males"
Pero triunfó la teoría de Pasteur, sentando las bases de aquella medicina que en 1910 salió a evangelizar Flexner hacia cada rincón de los Estados Unidos. La visión instaurada fue este belicismo declarado contra los gérmenes, erróneamente considerados "enemigos de la vida". Visión que el biólogo Máximo Sandín define como "sórdida, competitiva y egoísta, inventada por dos clérigos anglicanos (Malthus y Darwin) hace más de doscientos años.
La realidad es que los virus han estado implicados en la evolución de la vida desde su mismo origen". Y advierte: "la verdadera patología mental es la del pensamiento que domina en la concepción de la Naturaleza. Una concepción que han incrustado en el cerebro de los científicos y que ve a la Naturaleza como un campo de batalla en el que todos sus componentes son competidores. Pero no nos preocupemos, las grandes multinacionales farmacéuticas nos van a defender de “nuestros peores competidores”. Y tras la derrota en la lucha contra las bacterias ha comenzado la lucha contra los virus"/ 92
Si en la época oscurantista la humanidad era amenaza con el relato de demonios, diablos opositores, hechizos y brujería, en nuestros días tecnológicos pareciera asustarse fácilmente ante este relato de bacterias, microbios y virus que acechan para destruirnos en el momento más inesperado. Como explica Máximo Sandín, "la guerra contra los virus desatada fundamentalmente por las empresas que financian de un modo creciente la investigación biológica aplicada (es decir, con fines comerciales), se ha convertido en un sinsentido totalmente a espaldas de los conocimientos derivados de la investigación básica, es decir, la verdadera investigación científica". Sandín nos informa que, por ejemplo, se han encontrado en aguas marinas superficiales hasta 10.000 millones de virus por litro/93
Su función es el control de la base de la red trófica marina. Como los virus son inertes y se mueven pasivamente, cuando las colonias de bacterias y algas crecen desmesuradamente pudiendo llegar a impedir el paso de los rayos del sol a los fondos marinos, los virus las destruyen hasta que su densidad hace posible el paso de los rayos de sol. Y por si esto fuera poco, los productos sulfurosos derivados de este proceso también contribuyen a la ¡nucleación de las nubes!
Esta evidencia, así como tantas otras más, nos muestran que los virus no sólo no son esos asesinos seriales que nos pintan, sino incluso los defensores de la vida, y cumplen una función vital primordial desde el fondo de los tiempos. Por algo están ahí, ¿no crees?
En cuanto a su presencia dentro de nuestro organismo —nos informa Sandín— "se considera que un 10% del genoma humano está compuesto por retrovirus endógenos, es decir, virus que a lo largo de la evolución han ido insertando sus secuencias génicas en nuestro genoma. Pero si tenemos en cuenta las secuencias derivadas de virus (elementos móviles como trasposones y retrotrasposones, elementos repetidos cortos y largos, intrones) nos encontramos con que la inmensa mayor parte de nuestros genomas, están constituidos por virus y sus derivados que controlan la expresión de los genes codificantes de proteínas. (...) Pero nuestro organismo no sólo contiene virus en forma de secuencias insertadas en los cromosomas.
El número de virus completos que realizan funciones esenciales para nuestro organismo es de tal dimensión que sorprende a los propios investigadores. Miles de millones (más bien billones) de virus bacterianos, coexisten con los billones de bacterias de nuestro tracto intestinal que son esenciales para nuestra vida. Los bacteriófagos o fagos regulan las poblaciones de bacterias e intercambian información genética entre ellas. Es decir, los virus controlan las bacterias que controlan nuestro organismo” /94
Fue la teoría evolucionista de Darwin (presentada en 1859) lo que condujo más tarde a aquella noción belicista con el medio ambiente, el cual es interpretado como hostil, en lugar de lo que podríamos denominar una visión más holística basada en la armonía. Esta cosmovisión consolidó la premisa básica de que el universo es una maquinaria inclemente que aniquila a los débiles mientras que premia con la supervivencia a los más aptos.
Deriva también en una preponderancia exagerada del valor del individuo aislado, eclipsando la importancia fundamental que posee la cooperación en comunidades o en grandes ecosistemas.
El capitalismo voraz (o mejor dicho, la codicia humana) hizo suyas estas premisas para volcarlas luego en sus nociones del mercado y la competencia. Hoy el desastre ecológico es una consecuencia más de esta concepción de la vida. Darwin también dio inicio a la Era del Determinismo Genético, al declarar que son los factores hereditarios trasferidos de padres a hijos los que controlan la vida de un individuo. Esta noción volvió a afianzarse como nunca cuando James Watson y Francis Crick descubrieron en 1953 la estructura del ADN, el material del que están compuestos los genes. El problema es que esta visión infravaloraba el valor del medio ambiente, cuestión que el mismo Darwin señaló luego en 1876: “En mi opinión, el mayor error que he cometido ha sido no darle el suficiente peso a la influencia directa del ambiente (es decir, de la comida, del clima, etc.), independientemente del proceso de selección natural. Cuando escribí El Origen, y durante varios años después, no pude encontrar ni la más mínima evidencia de la acción directa del medio ambiente, ahora hay una enorme cantidad de evidencias” /95
En realidad, la idea de que los genes controlan la biología no es más que una hipótesis que —al igual que la teoría del contagio— jamás ha sido demostrada y que, de hecho, ya fue desacreditada por las evidencias de las últimas investigaciones científicas. En 1990, H. F. Nijhout publicó un artículo titulado Las metáforas y el papel de los genes y el desarrollo en el cual presenta evidencia concreta en este sentido. Nijhout confirma las últimas intuiciones no declaradas de Darwin: "el gen no es nada, el ambiente lo es todo". No obstante, ciencias como la biología siguen tenazmente sosteniendo el dogma central del determinismo genético.
Esta noción belicista surgida desde teorías como las de Darwin o Pasteur hizo su escalada audaz en 1954 gracias a John Franklin Enders, quien ganó un premio nobel logrando hacer de una especulación un "hecho científico". Enders y sus colegas llegaron a la conclusión de que la muerte de tejido animales en el tubo de ensayo podía interpretarse como la prueba de la presencia y multiplicación de los "virus asesinos". Tras la concesión del premio nobel, todo el mundo asumió esta hipótesis como un hecho científico. De manera sumamente contradictoria, el mismo Enders —en una publicación seis meses antes de recibir el premio— señalaba explicita y repetidamente que la muerte de tejidos animales en el tubo de ensayo probablemente no tenían nada que ver con los procesos que ocurrían realmente dentro del organismo humano, y que factores desconocidos o virus ocultos del animal podían ser la causa de la muerte de los tejidos. De hecho, observaron que los tejidos bajo estudio en el laboratorio también morían aun cuando no se les aplicara material supuestamente infectado por virus obtenidos de personas enfermas. Por ello, instaron a sus lectores a verificar estas observaciones en el futuro, con rigor científico.
Sorprendentemente, esto jamás se llevó a cabo (o, si se hizo, sus resultados no trascendieron). Posteriormente a recibir el premio Nobel, en diciembre de 1954, estas advertencias se pasaron por alto y un tiempo después Enders llegó a afirmar que todo el desarrollo futuro de vacunas se basaría en esta idea /96.
Y así ha sido hasta hoy. La moderna virología que propulsa el desarrollo y aplicación de vacunas, está basada en una especulación convertida en hecho científico gracias al poder de la corrupción y los intereses cruzados. ¿No sigue estos mismos lineamientos anticientíficos todo el desarrollo del SARS-CoV-2 desde su cuna de origen en Wuhan?
En conclusión, el materialismo moderno ha propiciado una cosmovisión que, así como hacia fuera gesta un belicismo hostil con el medio natural, hacia dentro forja una concepción mecanicista de la existencia humana, convirtiendo al hombre y a la mujer en meros mecanismos (conformados por piezas aisladas) dependientes de la intervención externa para su curación o preservación. Esta cosmovisión, claro está, beneficia directamente a los empresarios de la industria farmacéutica. Cuando se lleva a un extremo radicalizado, surge la extraña idea de vacunar a todo el mundo, en todas las edades y durante toda la vida.
El problema con las cosmovisiones o paradigmas (sean éstas científicas, filosóficas, religiosas o políticas) está en sus extremos, que los tornan fanáticos y, para el caso de la medicina, la vuelve anticientífica porque deja de obedecer a las evidencias mismas. Cuando ya no responde a la evidencia científica es porque prioriza determinados intereses creados; en ese preciso instante se torna dogmática. Así, deja de ser ciencia, y se convierte en un mero dispositivo de lucro para algunos, de control para otros, y de dependencia para la mayoría. La medicina moderna y alopática, antes de extremarse en su corporativismo y en su politización, produjo grandes avances para la humanidad. Eso es innegable. Propulsó un progreso sin precedentes en los avances tecnológicos, que llevaron a una mejoría notable en la calidad de vida y en la esperanza de vida de las personas. Aunque también es cierto que nos han educado para infravalorar los avances en materia de sanidad y buenas costumbres (los cuales se introdujeron en las nuevas ciudades industriales insalubres recién para comienzos del siglo XX), mientras ensalzamos a la alopatía como si de una panacea se tratase.
Pero el pecado mortal de la medicina moderna no está en sus avances científicos y tecnológicos, sino más bien en su monopolización en manos de la política y del interés lucrativo, que llevó a una inclemente purga de toda otra visión o terapia existente que no encajara con los intereses creados. Luego, no es cierto que el avance tecnológico deba erradicar forzosamente toda otra visión; esa idea unilateral fue insertada por intereses ajenos a la ciencia. Las corrientes médicas pueden tranquilamente coexistir y retroalimentarse. Más aún, pueden avanzar juntas brindando lo que cada una puede aportar, siempre que sea útil y beneficioso para los pacientes. Pero, ¿por qué esta necia y orgullosa pretensión de hegemonía radical? La respuesta a esto la encontramos en la política y en el afán lucrativo, no en la ciencia.
Lo que nosotros estamos atestiguando en pleno siglo XXI es el arribo a un claro extremismo de esta cosmovisión médica en manos del Poder. La buena noticia es que son los extremos, precisamente, los que llevan a toda postura a su propia y certera caída.
El poder político/económico hizo suya gradualmente a la ciencia médica, forjando una alianza con médicos y científicos dispuestos a servir a los intereses propios del poder. (Monos, más monos. Y estos también bailaron por la plata). La consolidación formal llegaría con la creación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) después de la Segunda Guerra Mundial, la cual hunde sus raíces en este credo flexneriano.
Así como en la antigüedad fue Constantino quien contempló con asombro y entusiasmo la evidente utilidad política e imperialista que presentaba el fenómeno religioso convenientemente articulado, en nuestros tiempos para los poderosos de turno aconteció algo idéntico con respecto a la ciencia médica. La religión ya no es palabra santa, pero la ciencia en cambio sí lo es. Me viene a la cabeza el sacrosanto "está comprobado científicamente", que más allá de cómo se comprobó o de la fuente o el contexto, ya de por sí es garantía segura de lograr un status de verdad Absoluta. Las opiniones personales quedan fuera.
Tanto la religión oficial como la ciencia o la medicina oficiales ostentan ese adjetivo de peso tan sólo porque el poder político/económico se lo adosó. ¿Y a cual sector, a cual corriente religiosa o científica le cedió el rótulo sagrado? Bueno... a la que conviene. ¿Pero a quién le conviene? Este es el punto clave.
¿No es ridículo que sea un político o un empresario quien tome decisiones en el ámbito religioso (o en el científico o médico) y determine cuales creencias son las válidas y cuales las inadecuadas (o que dicte cuales son los tratamientos válidos y los postulados e hipótesis aceptadas)?
El cetro de autoridad que posee la religión o la ciencia oficial es un cetro ni religioso ni espiritual ni médico, sino lisa y llanamente político y material.
Los religiosos o científicos corruptos (pseudo, claro está) lo aceptan emocionados; entonces queda incuestionablemente definido a quienes sirven. La alianza está consolidada. Los grandes damnificados: las personas comunes que sencillamente quieren investigar con total libertad, que quieren vivir de acuerdo a su búsqueda honesta, sea esta científica o religiosa. Los grandes beneficiados: un puñado de gente poderosa y rica, que se desvive por perpetuar un poder enfermizo. Y esto ocurre así tanto en religión como en ciencia, en espiritualidad como en medicina. En alma como en cuerpo.
En nuestros tiempos el cetro de poder se lo ha ganado la ciencia médica. El dios muerto dio lugar a que asuma el poder una Diosa enorme y poderosa, cautivante y amenazadora: la diosa de la naturaleza, de lo corporal, de la medicina, de las ciencias aplicadas a la salud humana, pero todo alumbrado bajo una determinada cosmovisión: materialismo mecanicista. Todos se inclinan ante ella tal como en el Medioevo todos lo hacían ante el dios pseudo-cristiano que inventó Constantino. Hoy como ayer, no inclinarte y reverenciarlo tiene sus graves consecuencias de tipo social. Más vale acatar, o pagar el precio.
El asunto estriba en que en un mundo netamente materialista lo que más determina a las grandes masas es el cuerpo y la forma, ya no el espíritu.
Por extensión es un mundo consumista: prima el tener, el inmediato, tangible y definido tener; y no la ya anticuada, abstracta, fantasiosa promesa del ser. El ser se lo dejamos a los locos, a los visionarios, a los románticos, a los new-age. Para nosotros: tener. Simplemente queremos saber el precio que tienen las cosas, nada más tiene relevancia. Hay muchos deseos que satisfacer, para eso trabajamos, ¿no es así?
Hasta algo tan abstracto e inmaterial como el espíritu ya se ha materializado en "salud mental" y su asiento estaría en el cerebro físico. Y si estás deprimido y desmoralizado, en lugar de ir a una iglesia o templo podes ir al psiquiatra que en seguida te va a recetar la pastilla adecuada.
Por ende, todo el continuum psico-físico del ser humano puede —y es— manipulado convenientemente por la medicina oficial, bajo la estricta observancia y visto bueno de los poderes políticos y económicos actuales.
La masa íntegra comparte el mismo deseo primordial de estar saludable para poder gozar debidamente de la vida y los bienes y servicios que el mundo globalizado ofrece a manos llenas. También comparten una poderosísima emoción medular: el miedo a la muerte.
En un mundo de formación materialista, la muerte es por supuesto un gran tabú. De lo que hay más allá, lo que viene después de la vida cuando el cuerpo dejó de funcionar, de eso no se habla. Además, en la visión materialista de la existencia, cuando la forma se acaba, ¡se acaba todo! ¡No preguntes más y disfruta en paz!
¿A qué va tanta filosofía que te distrae de tus posibilidades actuales de tener y gozar con ello?
El poder digita los motores de miedo y deseo generales, y para lograrlo se sirve de un relato proveído por la ciencia médica oficializada previamente por ellos mismos.
Los fieles deben adorar la vida material, la vida y salud de sus cuerpos físicos. Deben también hacer oídos sordos a credos o creencias no oficiales —paganas—, como las medicinas alternativas, las curas naturales, la homeopatía, incluso a los científicos que se salen del discurso avalado y permitido por las autoridades. Que sepa el infiel que ellos son todos unos chantas, unos impostores, son todos pseudo. Eso no es ciencia, ¿no?
Y para ridiculizarlos aun mas (no vaya a ser que la gente empiece a prestarles un poquito de oído), los meten en la misma bolsa que los platillistas, los sectarios, los terraplanistas y los conspiranoicos. La estigma y el descrédito social están por demás garantizados.
Por otro lado, cosa no menor, tengamos en cuenta que los científicos que no comparten el discurso oficializado carecen casi por completo de financiamiento alguno. Esto limita muchísimo el radio de sus posibilidades de investigación y desarrollo. Esa es otra manera de asesinar —por inanición lenta— a estas corrientes alternas a la oficial, porque en áreas como la ciencia es realmente muy costoso llevar a cabo estudios y encima poder vivir de ello. A su vez, la ciencia oficial goza de abultados presupuestos otorgados por el asociado principal: el poderoso, que si hay algo que le sobra es dinero para financiar lo que le convenga o le venga en gana.
En los tiempos antiguos se tomó y se utilizó la idea del dios único para con ella recrear una entidad en el imaginario colectivo que pudiese tener los atributos y la investidura de dios omnipotente y omnicomprensivo. El fin que perseguía era el control de la masa por parte de las autoridades. Porque quienes se invistieran de la autoridad máxima como representantes del culto, tendrían un poder terrenal incuestionable. Serían nada menos que los representantes del dios todopoderoso en la tierra.
Pero hagamos una diferencia importante: hablar del dios así creado en la mentalidad humana no es hablar de Dios en sí mismo, ni de la mónada tal como es investigada por los místicos de todo el mundo, sino de una ideación convenientemente ajustada a los parámetros, requisitos y limitantes de sus humanos co-creadores.
Es una abstracción, una ideación creada a medida de cierta mentalidad. Así, la imagen del dios católico controló a la sociedad católica de una región y época determinada; el dios islámico, hizo lo suyo con el pueblo musulmán; el dios judío, con su pueblo.
¿Qué poder puede tener una amenaza basada en la figura e idea del dios islámico para un individuo judío? Ninguna, por supuesto. Es decir que el poder que un dios dado tenga sobre un grupo de personas va a estar siempre ligado a un factor clave: la credibilidad. Cuanto más creíble sea, de tanto más poder gozará sobre sus súbditos.
En otros términos, la amenaza o el manejo premio - castigo tiene que estar fundamentado en aquello mismo que atemoriza u obsesiona a las personas sometidas al control del culto en cuestión. La manipulación de la moral y la ética es siempre un factor clave en esto.
El asunto a considerar es que en el transcurso de aproximadamente el último siglo ya no quedó dios en pie que pudiera dirigir eficazmente a las grandes masas en su conjunto, al menos para occidente.
Nietzsche tenía razón. Tenemos dioses aislados que aún funcionan, pero los sistemas de gobierno basados en la opresión y el control humano necesitaban imperiosamente un nuevo y todopoderoso dios, que pudiera obrar sobre todos por igual y en todas partes a la vez.
Ese dios es hoy, como dijimos, la medicina: la ciencia médica considerada "oficial". Se me antoja como un dios femenino por la sencilla razón de que no trata de las realidades celestiales y espirituales sino de las terrenales, corporales. No articula relatos basados en abstractas tierras promisorias, en paraísos repletos de bellas huríes ni en infiernos para tortura eterna de los pecadores. Articula, en cambio, relatos que atañen más bien a las formas, a lo inmediato, lo corpóreo y material. No dice nada de la salud del alma, sólo habla de la salud del cuerpo. ¿Hay acaso algún género de duda en que hoy día las grandes masas le rinden un culto central a esta deidad? El culto al cuerpo tiene una diosa central, y es la ciencia médica. Goza de una omnicomprensión absoluta, una omnipotencia universal, sin importar de que región, nacionalidad, raza, cultura o religión sea el individuo. ¡Es la religión de la sociedad globalizada y materialista!
El problema es que en el momento mismo en que se entronizó esta nueva diosa, dejó en el acto de tratarse de verdadera ciencia. Puede tener ornamentaciones y elementos tomados de la ciencia, pero la realidad es que es intrínsecamente dependiente de dogmas y supersticiones, es decir, de cosas que no constituyen ciencia basada en evidencias. Esto nos tiene que haber quedado claro en la primera parte del libro. Luego, la ciencia verdadera libera a las personas, las empodera, porque brinda conocimiento de las verdades, y el conocimiento de la verdad es poder. Y esto es algo que el nuevo dios no quiere que suceda. Para ello debe elaborar forzosamente ciertos relatos que si bien deben ser creíbles por la inmensa mayoría, en esencia no son más que mentiras. Es sacrílego decirlo, por supuesto, pero esta diosa está fundamentada en pseudo-ciencia, en cientificismo, en medias verdades o ficciones rotundas.
De esto se trata el relato pandémico, el cuento que nos han contado acerca de la covid19.
Es un relato basado en puras abstracciones o especulaciones y de extremo a extremo mentiroso. No creer en este nuevo dios es un acto de herejía imperdonable y como tal merece la inquisición y la excomunión, tal como era excomulgado en el Medioevo cualquier individuo que cuestionase a la Iglesia Católica. El individuo que no cree y que por ende no se somete a este nuevo orden social, no tiene derecho a permanecer en la sociedad, no puede beneficiarse más de los bienes o instituciones mundanas, para este mundo él ya no es prácticamente nadie.
Si quiere seguir gozando de su anterior vida en el marco de la sociedad tecnológica globalizada debe reconvertirse a la fe perdida, y para ello es preciso hacer un intenso lavaje cerebral que culmine en el principal acto de fe covidiano: recibir la unción, el bautismo fundamental: ser vacunado.
Veamos ahora la mecánica ideológica que construyó ambos relatos, el religioso y el cientificista, en sus mismos orígenes.
Todas las religiones occidentales mayoritarias apelan fundamentalmente a lo sobrenatural: la idea de un dios. Es el pilar en el que se asienta todo el edificio de la religión. Trátese de politeísmo o monoteísmo, incluso de animismo, da lo mismo: en esencia todas ellas apelan siempre al concepto de lo sobrenatural.
Al dios nadie lo puede ver ni tocar ni oír, pero todos los creyentes deben saber que existe, que es real, deben recordar incesantemente que él está siempre ahí. Que está todo el tiempo en todas partes, por más invisible e intangible que sea. Por eso es una cuestión de fe, se debe creer para ver, creer para que el culto entero tenga sentido. El virus del relato pandémico se comporta exactamente igual que el concepto del dios.
Así como dios es un concepto sobrenatural, el virus es un concepto supernatural. Si bien forma parte de los fenómenos físicos y es un elemento natural de la realidad sensorial, no obstante sigue siendo invisible e intangible. Si dios antecede a la creación y está ubicado en el principio espiritual, el virus le sucede a la creación y se encuentra en el mismísimo final, en el límite mismo de la materia conocida. Dios precede lo más grande, el virus sucede a lo más microscópico; ambos se codean con lo oculto y desconocido desde extremos opuestos.
Y así como dios estaría en contacto estrecho con las alturas del alma espiritual, el virus lo está con las profundidades más recónditas del cuerpo.
El temeroso creyente está siempre acechado por esta entidad extrasensorial, sea un dios o un virus, que no puede percibir con sus sentidos ordinarios. Por lo tanto, no debe relajar nunca el cumplimiento de los ritos prescriptos por el credo... Uno nunca sabe cuándo podría estallar la ira divina (o viral).
Y es tan difícil —por no decir imposible— demostrar fehacientemente la existencia de dios como la de un virus, cosa que pueden reconocer solamente los honestos (científicos o religiosos)
El virus invisible también estaría presuntamente en todas partes y todo el tiempo, como dios. Nunca nadie lo vio ni lo tocó, pero todos deben saber que está, que es real y existe.
Los judíos, por ejemplo, tienen un dispositivo conveniente (la kipá), que se ubica en la coronilla y funciona recordándoles permanentemente la existencia de la divinidad, de un dios superior. Es decir, les refuerza el recuerdo, les fortalece la fe, vuelve una vez más a dar sentido a su culto cotidiano.
Los "pandemitas", de manera sumamente similar, tienen el dispositivo del barbijo o tapabocas, que cumple la misma función que la kipá para un judío: recuerdo ininterrumpido de la idea del virus, que está allí fuera, en el mundo más allá de nuestra nariz y boca, acechando en la vastedad natural y salvaje. Deben tener presente al virus aunque no puedan verlo, para así dar sentido a todas las medidas irracionales que en consecuencia se adopten (mantener distancia, colocarse alcohol en gel en las manos, medirse todo el tiempo la temperatura, etc.)
Es preciso creer en la existencia del virus invisible, y el barbijo utilizado a todas horas sirve a tal efecto en la psicología de las masas.
Igual que en las religiones organizadas, sobre el fundamento de la existencia de este ente supernatural se construye luego todo un edificio de dogmas y supersticiones, ritos y sacrificios. Es este edificio ideológico en su conjunto el medio más eficaz para controlar y dirigir a las grandes masas, atizando y manipulando una emoción central: el miedo.
Lo que se construye de esta manera es una sociedad totalitaria, una sociedad de control. Los sacerdotes del relato pandémico piden que se crea en el virus del SARS-CoV-2, es algo así como el relato del génesis de esta ideología sanitaria.
Luego sobre dicha creencia establecen un cierto culto que garantiza a sus practicantes el logro de la tan ansiada seguridad: la de permanecer corporalmente sano y con vida, lejos del peor de los horrores: la enfermedad y la muerte
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90 Estudio de la Universidad de John Hopkins: https://www.hopkinsmedicine.org/news/media/releases/study_suggests_medical_errors_now_third_leading_cause_of _death_in_the_us
91 https://www.cnbc.com/2018/02/22/medical-errors-third-leading-cause-of-death-in-america.html
92 http://somosbacteriasyvirus.com/locura.pdf
93 Los estudios están citados en el siguiente link: http://somosbacteriasyvirus.com/covid19.pdf
94 http://somosbacteriasyvirus.com/covid19.pdf
95 Carta de Darwin a Moritz Wagner en 1876 (Darwin, 1888).
96 https://materialdenmg.com/tarjeta-roja-al-coronavirus/
séptima parte AQUÍ