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LA FEDERACIÓN ANARQUISTA URUGUAYA (1)

Por Guillermo Reigosa Pérez

 

LOS ORÍGENES: NACIMIENTO Y EVOLUCIÓN DEL ANARQUISMO URUGUAYO

 

Guillermo Reigosa Pérez 16 de noviembre de 2010

 

El anarquismo arraigó en Uruguay muy pronto y con mucha fuerza. Circunstancias históricas, como la gran afluencia inmigratoria procedente del continente europeo, el laicismo del país, consolidado durante la era de José Batlle, o la tardía hispanización y la ausencia de las instituciones de la Contrarreforma (la Inquisición, la enseñanza jesuita, las universidades pontificias…), hicieron del Uruguay un país muy receptivo a las ideas anarquistas. En ningún país de la América Latina, salvo quizás en Argentina, el anarquismo alcanzó tanta difusión, fuera entre el pueblo, fuera entre la intelectualidad o los colectivos más cultos.

Sus orígenes deben buscarse en la misma génesis del movimiento obrero uruguayo. Este movimiento dio sus primeros pasos en la décadas de 1860 y 1870, cuando comenzaron a organizarse los primeros gremios, gremios aún de carácter más artesanal que obrero, imbuidos todavía de una filosofía que bebía mucho de la Revolución francesa de 1848.

En aquellos años, el país, forzado por los cambios en la economía mundial, asistía a la redefinición de su modelo socioeconómico, al alumbramiento de un modelo básicamente agroexportador, un modelo que se apoyaría en las décadas siguientes en una inserción en el sistema capitalista mundial relativamente bien articulada y basada en su papel como proveedor de productos primarios, en la exportación de dos o tres productos cotizados, esencialmente pecuarios (lana, cuero, carne). Este papel permitió un gran desarrollo del latifundismo y la ganadería extensiva, favorecidos también por el despoblamiento del país, y del sector comercial montevideano.

La inicial reinversión por parte del empresariado rural de los beneficios en el mismo sector pecuario generó un periodo de rápido crecimiento que permitió un incipiente pero decidido desarrollo industrial y llevó al país a niveles de ingresos per cápita similares a los de las sociedades industrializadas. Era no obstante, un modelo con grandes desigualdades; la industrialización provocara un crecimiento urbano exponencial, ligado al éxodo del campo, lo que unido a la presencia de importantes contingentes de obreros cualificados procedentes del Viejo Continente, acabó generando una sobreoferta de mano de obra, sobreoferta que posibilitó a la burguesía industrial la contratación de trabajadores con salarios miserables, a cambio de extenuantes jornadas laborales sin descanso semanal y que en ocasiones llegaban a las 16 horas diarias; en algunas ramas de la producción, el trabajo infantil era harto frecuente, llegando a cifras que rondaban el 18% del total de la mano de obra empleada. Fue en este contexto de incipiente industrialización y de explotación de las clases populares donde debe situarse el nacimiento de la llamada “cuestión social” y el impulso de la protesta obrera, la sindicación y las ideas libertarias.

El progreso del ideario anarquista en Uruguay estuvo muy vinculado a la inmigración europea de la segunda mitad del siglo XIX, fundamentalmente trabajadores franceses, italianos y españoles, muchos de ellos perseguidos políticos, procedentes de sociedades ya industrializadas y poseedores de una vasta experiencia de lucha social y un rico bagaje teórico. Era un anarquismo muy influido por el “mutualismo” de Proudhon y el pensamiento de Bakunin. Su primera concreción organizativa se remonta a junio de 1875, cuando nace la FRROU, Federación Regional de la República Oriental del Uruguay. Dominada por posicionamientos “proudhounianos” e integrada efímeramente en la AIT, Asociación Internacional de los Trabajadores o I Internacional, la FRROU era conocida también como Federación Montevideana o Federación de Trabajadores de la Región Uruguaya y fue impulsada en gran medida por inmigrantes europeos, algunos de ellos franceses que participaran en la experiencia de la Comuna de París de 1871 o españoles de la Revolución Cantonalista de 1873. Su actuación más destacada fue su participación en la que fue la primera huelga de todo un gremio, la Huelga de Fideeros de 1884. Afectada sin duda por la crisis organizativa del movimiento obrero internacional, con la disolución de la AIT, en el Congreso de Filadelfia de 1875, la FRROU tuvo un desarrollo muy limitado.

A finales de siglo XIX, el movimiento anarquista uruguayo seguía dominado por los anarcosindicalistas o “anarcolectivistas”, llamados también “federacionistas” u “organizacionistas” y muy influenciados entonces por el pensamiento de Kropotkin.

Algunos de los libertarios más activos de aquellos años fueron Pierre Bernard o Luís Moglia. Aunque con un reflejo organizativo débil, la filosofía anarquista no dejaba de consolidarse en la clase obrera, consolidación favorecida sin duda por la vitalidad de las publicaciones libertarias; aunque su vida era con frecuencia corta, la proliferación de los periódicos, boletines o folletos de doctrina y propaganda anarquistas parecía inagotable y su recuento se hace hoy tarea casi imposible; se pueden recordar “La Lucha Obrera”, nacida en 1884 como órgano de la FRROU, “La Federación de Trabajadores”, semanario anarcosindicalista que comenzó a publicarse en 1885, “La voz del Trabajador”, publicación aparecida en 1890, “La Verdad”, editada en 1897 y 1898, “El Amigo del Pueblo”, repartido en 1899 y 1900, “La Aurora Anarquista”, imprimida entre 1899 y 1901, y así muchas otras publicaciones, como “Tribuna Libertaria”, “1º de Mayo”, “La Idea Libre”, “La Rebelión”, “Futuro”, etc.…

Este esfuerzo editorial del movimiento libertario uruguayo continuó en los comienzos del nuevo siglo, aunque las publicaciones se hicieron si cabe aún más efímeras; ahí están “En Marcha”, “La Acción Obrera”, “Adelante”, “Ideas”, “El Libertario”, “Germinal”…

El único proyecto de central sindical anarquista reseñable en aquellos años fue el de la Federación Obrera del Uruguay, FOU, que nació en 1896 de la coordinación de 18 gremios y tuvo una vida corta.

Con el arribo al Gobierno de José Batlle (1903-1907), del PC, Partido Colorado, el Estado comenzó a jugar un papel destacado en la actividad económica en el marco de una política de sustitución progresiva de las importaciones y del desarrollo del proteccionismo para la industria nacional. En este periodo, se duplicaron el número de plantas industriales y el número de empleados creció hasta acercarse a los 100.000 trabajadores. El impulso reformista del “batllismo” fortaleció a la clase obrera y permitió algunas mejoras de las condiciones laborales, aunque las desigualdades seguían siendo muy grandes y las jornadas no bajaban de las 13 horas; precisamente, la jornada de las ocho horas fue, junto a las demandas salariales, la principal reivindicación del movimiento huelguístico extendido por el país en 1905, un anhelada aspiración no alcanzada hasta junio de 1913.

Los esfuerzos del anarquismo “organizacionista” fructificaron el 23 de marzo de 1905 con la fundación, impulsada por la Federación de Marineros y Foguistas, de la FORU, Federación Obrera Regional Uruguaya, heredera de la FRROU. Integrada inicialmente (I Congreso, agosto de 1905) por más de una treintena de “sociedades de resistencia”, la FORU creció rápidamente y llegó a tener una gran inserción entre los trabajadores, convirtiéndose en una verdadera central única de trabajadores y alcanzando hacia 1911, en su III Congreso, los 80.000 afiliados; en aquellos años, la organización estaba integrada por la Federación de Obreros del Puerto de Montevideo, la Federación de Picapedreros, la Sociedad de Obreros del Cerro, la Federación Metalúrgica, la Federación de Ferroviarios y así hasta más de 40 agrupaciones gremiales. Su protagonismo fue incuestionable hasta la I Guerra Mundial, destacando su liderazgo en la defensa de los derechos de organización sindical, obteniendo el derecho de huelga durante la II Presidencia de José Batlle (1911-14), en las luchas por la jornada laboral de las ocho horas, encabezadas por los sectores textil, portuario y papelero, o en el movimiento contra el trabajo infantil. La nueva federación tuvo, como era de esperar, sus propios órganos de difusión: “La Emancipación”, “La Federación” y “Solidaridad”. Además, dentro del enfoque anarquista de crear una contracultura libertaria propia, la FORU mantuvo líneas de trabajo sin relación directa con la lucha laboral, debiendo destacarse su impulso de campañas contra el alcoholismo o su colaboración con el CIES, Centro Internacional de Estudios Sociales, en la fundación de ateneos, centros de estudios y bibliotecas.

El CIES, con su sede en Montevideo, naciera en 1898 a iniciativa de un grupo de anarquistas italianos, en su mayoría del sector textil; en aquellos años, comienzos del siglo XX, era el principal espacio de orientación ideológica anarquista, el núcleo director de la cultura anarquista del Uruguay, difundiendo el pensamiento libertario a través de la potenciación del teatro y la literatura, la fundación de escuelas y bibliotecas cooperativas o la publicación del periódico “Batalla”.

Es importante señalar el importantísimo papel de estos centros, publicaciones, bibliotecas, escuelas o ateneos en la formación de la identidad y los valores propios de la clase obrera. Los anarquistas, en actitud desafiante con relación a la educación formal y los valores burgueses, promovían el auto y mutuo didactismo, promocionando una cultura alternativa y contra hegemónica y convirtiendo sus salones en verdaderas escuelas de pensamiento libre en las que además impartían una vasta gama de cursos que incluían aritmética, química, geografía, música, historia universal, danza o teatro.

En mayo de 1911, la FORU demostró su fortaleza con la convocatoria, en apoyo del conflicto de los tranviarios, de la 1ª huelga general de la historia de Uruguay, que duró tres días y fortaleció enormemente la confianza del movimiento obrero en su fuerza.

Hacia 1913, el estancamiento del sector ganadero, perjudicado por la multiplicación de la oferta en el mercado internacional, la crisis financiera internacional y la decadencia de Gran Bretaña, su principal cliente, arrastró a los otros sectores, incluido el industrial. A pesar de las políticas proteccionistas del “Segundo Batllismo” (1911-1915), la desocupación creció fuertemente y entre 1912 y 1917 los salarios reales se redujeron más del 30%.

La depresión económica coincidió con una fuerte lucha fraccional dentro de las organizaciones sindicales, desvaneciéndose los sueños de unidad sindical e iniciándose una etapa de divisionismo, debilidad y atomización gremial en la que la clase obrera se situó claramente en una posición defensiva ante la arremetida de la patronal.

El triunfo de la Revolución Soviética en 1917 y la consiguiente fractura del movimiento obrero internacional, con el nacimiento en 1919 de la III Internacional o Internacional Comunista y la reorganización en 1920 de la II Internacional o Internacional Socialdemócrata, alcanzaron a la FORU, erosionando su poder. La primera consecuencia del triunfo bolchevique fue la división de la organización, iniciada cuando ciertos sectores “anarcosindicalistas” evidenciaron su identificación con la “Dictadura del Proletariado” y la idea de acelerar la derrota de la burguesía a partir de la dirección de la lucha por una minoría revolucionaria; la integración de estos sectores, llamados “anarcounionistas” o “defensistas”, en la Internacional Sindical Roja, la “filial” sindical de la Internacional Comunista, fue entendida como una violación del Pacto federal de la FORU por los sectores más ortodoxos, los “anarcopuristas” o “principistas”, que respondieron con la creación del Comité de Relaciones de Agrupaciones Anarquistas. La polarización de los debates del Congreso de 1919, al que aún asistieron delegados de más de 50 agrupaciones sindicales, auguraba una ruptura inmediata de la FORU. Su división a comienzos de los años 20, llegó al punto de existir dos consejos directivos y dos sedes. Aunque el acercamiento de los “anarcounionistas” a los comunistas se oficializó en 1920 con la organización conjunta del CPOU, Comité Pro Unidad Obrera, la división oficial de la FORU no se materializó hasta septiembre de 1923, cuando estos anarquistas prosoviéticos, fundaron junto a los comunistas, aún minoritarios, la USU, Unión Sindical Uruguaya, respaldada por el CIES; por su parte la Plenaria del Comité de Relaciones de Agrupaciones Anarquistas fundaba en marzo de 1926 la I FAU, la I Federación Anarquista Uruguaya, que tuvo un escaso y corto recorrido.

Los comunistas, crecidos por el imparable avance de sus ideas dentro del movimiento obrero, acabaron abandonando la USU, organizando su propio proyecto, la Confederación General de Trabajadores del Uruguay, CGTU, fundada en 1929 y precedida del Block de Unidad Sindical.

Si bien la escisión comunista favoreció un acercamiento entre la vieja FORU y la USU, en las décadas de 1930-1940 el otrora poderoso anarquismo uruguayo entró en un proceso de evidente desactivación y cedió ante las nuevas fuerzas político-sindicales: los socialistas, organizados políticamente desde 1910, al abrigo de la II Internacional Socialista o Internacional Socialdemócrata, y representados primero por la UGT, Unión General de Trabajadores, fundada ya en 1905, y luego por la CSU, Confederación Sindical Uruguaya, central que no obstante fue abandonando sus raíces socialistas al tiempo que se acercaba al moderado modelo sindical estadounidense; el sindicalismo autónomo, con gremios independientes de orientación ideológica muy diversa; y sobre todo los comunistas, que obtuvieron un creciente protagonismo través de la CGTU, autodisuelta en 1936, y de la nueva UGT, proyecto plural, aunque de clara preeminencia comunista, fundado en 1942. La FORU se convirtió en una débil sombra de su glorioso pasado, limitando su inserción casi en exclusiva a los gremios de taxistas, plomeros y carboneros.

Fuera de la FORU, la influencia organizativa del anarquismo tampoco iba mucho más allá, destacando sólo La Federación Naval, el sector de la carne, con el poderoso sindicato de Frigoríficos Swift, y los sindicatos autónomos de los sectores gráficos y panadero.

No obstante, y a pesar de su división y dispersión organizativa, el pensamiento anarquista conservó una presencia significativa dentro del movimiento obrero. Su tradición editorial contribuyó sin duda a ello, destacando publicaciones como “El Hombre”, “La Tierra”, “la Batalla” o “El Hacha”. También el Ateneo Popular, constituido en 1928 en el antiguo local social del CIES, y luego el Ateneo Libre del Cerro y La Teja por una Cultura Popular Sin Dogmas, fundado en 1952 y más conocido como el Ateneo Libre, tuvieron un papel dinamizador muy importante para el movimiento anarquista, sobre todo en las décadas de 1940 y 1950.

En la década de los 40, el contexto internacional determinó una coyuntura muy favorable para la economía uruguaya: la incapacidad de las potencias desarrolladas, implicadas en la conflagración mundial, para seguir suministrando al país los productos industriales, se unió a las ansias de los estancieros por apostar por un sector donde reinvertir con rentabilidad los excedentes del sector agroexportador, estancado por la caída de los precios, y favoreció a la industria sustitutiva de importaciones, volcada al mercado interno y beneficiada también por el proteccionismo del “neobatllismo” del Gobierno de Luis Batlle Berres (1947- 1951). Tras la II Guerra Mundial, la coyuntura internacional, primero con la reconstrucción de una Europa devastada y luego con la Guerra de Corea (1950-1953), siguió favoreciendo a la economía uruguaya durante una década más. La nueva situación permitió que entre 1945 y 1955, Uruguay alcanzara las tasas de crecimiento económico más altas de todo el siglo XX. Era el Uruguay de las “vacas gordas”, la llamada “Suiza de América”

 El impulso industrial llenó Montevideo de establecimientos fabriles y aunque no sacó a la clase trabajadora de su desamparo, multiplicó las posibilidades de encontrar empleo, generando un gran éxodo hacia la capital y posibilitando un extraordinario crecimiento de barrios populosos como El Cerro, La Teja o Nuevo París; en estos barrios, poblados fundamentalmente por familias obreras, germinara una gran conciencia de clase y una arraigada actitud “antisistema”: sus vecinos mostraban un acusado sentimiento “antimilico” (antimilitar) y “anticarnero” (antipolicial) y tuvieron un papel muy protagónico en muchos de los conflictos de aquellos años, siendo muy común por ejemplo que dejaran abiertas las puertas de sus viviendas durante los enfrentamientos entre las fuerzas represoras y los manifestantes, para que los activistas perseguidos encontraran refugio; durante muchos años, estos barrios fueron auténtica cantera del anarquismo uruguayo.

El proceso de concentración fabril, con el consiguiente crecimiento de la población obrera, impulsó también la expansión de las organizaciones sindicales, surgiendo nuevos gremios y fortaleciendo a los ya existentes. Tras un largo periodo pautado por las duras derrotas, el movimiento obrero resurgió con fuerza en el despertar de los años cuarenta. Fue ésta, una etapa de grandes logros y conquistas sociales y laborables (categorización, licencias, aguinaldos complementarios…), una etapa en la cual los enfrentamientos obrero-patronales alcanzaron un punto álgido que se tradujo en duros conflictos sindicales: las huelgas metalúrgicas del 46, 47 y 50, la Huelga General del 30 de junio de 1947, las huelgas textiles de 1953, el conflicto de Ferrosmalt en 1955, etc.…

 

EL NACIMIENTO DE LA FAU

 

Con el comienzo de la década de los 50, y dentro de este resurgir del movimiento obrero, el anarquismo, tras más de dos décadas de decadencia, dio sus primeros pasos hacia la revitalización y la reorganización. El primero de estos pasos, muy tímido aún, vino de la mano del anarquismo internacional, que también sufriera una etapa difícil a partir de la I Guerra Mundial: las divisiones surgidas ante la Gran Guerra, con el Manifiesto de los 16 y el distanciamiento entre Kropotkin y Malatesta, el desencanto de la Revolución Rusa, el avance del comunismo y de los fascismos, la represión en USA, con la ejecución de Sacco y Vanzetti, la derrota en España, la devastación de Europa por el nazismo y la II guerra Mundial.... El movimiento libertario emergió muy lentamente de la terrible prueba y en 1949 celebraba el Congreso Internacional Anarquista de Paris, que abogó por la necesidad de una Internacional Anarquista. De este congreso nació la CCRA, la Comisión Continental de Relaciones Anarquistas, con sede en Montevideo, que contribuiría en los años siguientes al proceso de unificación del anarquismo uruguayo. El estímulo necesario para el resurgir organizativo del anarquismo uruguayo vino en gran medida de las luchas sindicales de 1951-52. En 1951, los sindicatos autónomos, con una significativa presencia anarquista, desafiaron la hegemonía comunista dentro del movimiento obrero y protagonizaron las conocidas como "Luchas de los Gremios Solidarios", un movimiento de solidaridad que tuvo su episodio principal en el apoyo a los trabajadores en huelga de la refinería estatal ANCAP (Administración Nacional de Combustibles Alcohol)Portland), que conmocionó especialmente a los barrios de La Teja, Pueblo Victoria y El Cerro y que se estima que movilizó a más de 40.000 trabajadores y vecinos. A raíz del conflicto, el gremialismo autónomo decidió apostar por la unidad sindical y creó la Coordinadora de Gremios Solidarios, que aspiraba a la unificación de las grandes centrales y los gremios independientes. Las acciones de los "Gremios Solidarios" despertaban gran expectativa y en ocasiones congregaban a miles de trabajadores. Aunque el proyecto unificador fracasó, la experiencia de los "Gremios Solidarios" fortaleció mucho a los sindicatos autónomos y demostró el resurgir del sindicalismo más combativo, la línea de acción directa, tan próxima a la tradición libertaria. A la hora de hablar del proceso hacia la unificación anarquista, se hace necesario hablar, junto al ya mencionado Ateneo Libre, de la Juventudes Libertarias y del periódico Voluntad.

Juventudes Libertarias era una pequeña organización "especifista" que tenía su sede en la Sociedad de Resistencia de Obreros Panaderos. El grupo naciera ya en 1938, aunque en 1950 se reforzó significativamente con el ingreso de los militantes anarquistas de la ARU, Agrupaciones de Reforma Universitaria. Sus miembros eran en su mayoría estudiantes, universitarios que en muchos casos militaban también en la FEUU, la Federación de Estudiantes Universitarios de Uruguay.

Por las "Juventudes" pasaron, entre otros, José Jorge Martínez "Tito", Roberto Gilardoni, Alfredo Zitarrosa, Fernando O'Neill, Perico Scaron, Ricardo Capano, Taco Costa, Jaime Machado, julio Mancebo, Alfredo Errandonea, Juan Carlos Mechoso, Gerardo Gatti Antuña, Hugo Cores o Raúl Cariboni, muchos de ellos convertidos, una década después, en los líderes del anarquismo uruguayo. Por lo que respecta a Voluntad, era una publicación anarquista que naciera a finales de la década de los 30. Aunque compartía espacio con "Solidaridad", el órgano de la FORU,

A comienzos de la década Voluntad ya era la principal referencia escrita del dividido movimiento anarquista uruguayo. En agosto de 1953 este periódico hacía su primer llamamiento a la unidad, reclamando la celebración de un congreso anarquista uruguayo. Hacia 1953-54 las tesis organicistas comenzaron a calar entre los anarquistas uruguayos, que comenzaron a percibir como una necesidad la unidad organizativa, una unidad con la que devolver al movimiento obrero su fortaleza y combatividad para enfrentarse al capitalismo.

 

El Pleno Nacional Anarquista

 

En el invierno de 1955, Voluntad daba un paso definitivo hacia la unificación con la convocatoria del anarquismo uruguayo a un congreso nacional, el Pleno Nacional Anarquista; el motivo, organizar una representación eficiente del movimiento anarquista uruguayo en la que sería la I Conferencia Anarquista Americana, propuesta por los libertarios cubanos y a celebrar en abril de 1957. Esta vez, la convocatoria fue respondida con entusiasmo por la militancia anarquista y los escasos núcleos libertarios del país, encabezados por las Juventudes Libertarias y la Agrupación Libertaria El Cerro-La Teja, nacida aquel mismo año y muy vinculada al Ateneo Libre.  Entre los asistentes al Pleno, figuras como Luce Fabbri, su compañero Érmacora Cresatti, Roberto Franano, Carlos Molina, Aparicio Espinola, Roberto Gillardoni, Alfredo Errandonea, Aparicio Villanueva "El Pulga",  Gerardo Gatti, Wellington Galarza, etc.

 El pleno se celebró a mediados de abril de 1956 e incidió en la necesidad de una estructura federal que agrupase al disperso movimiento anarquista, aprobando la formación de una Comisión Pro Federación Libertaria encargada de preparar un congreso constituyente y convirtiéndose así, en antesala del Congreso Constituyente de la FAU, celebrado a finales de año. A destacar también, la aprobación de un plan sindical, que buscaba aumentar la presencia anarquista en los gremios y rompía con la tradición libertaria de rechazo absoluto a toda legislación laboral, la incidencia en el fracaso del sistema democrático de partidos como modelo regulador de las relaciones sociales y la defensa en el terreno internacional de posicionamientos antiestatistas y anticapitalistas, con una apuesta clara por la acción directa de los pueblos y contra el imperialismo estadounidense, la política de bloques, los totalitarismos y el comunismo, percibiéndose ya un cierto latinoamericanismo inexistente hasta entonces en el movimiento anarquista uruguayo

 

El Congreso Fundacional

 

Finalmente, durante los días 27 y 28 de octubre de 1956 se celebraba en el local de la Sociedad de Resistencia de Obreros Panaderos el congreso fundacional de la FAU, culminación del proceso de unificación anarquista. Al acto fundacional, dominado por anarcosindicalistas y “especifistas malatestianos”, asistieron los militantes sindicales, los sectores juveniles y estudiantiles agrupados en las Juventudes Libertarias y numerosas organizaciones barriales anarquistas, la mayoría de ellas nacidas al calor del Pleno Nacional Anarquista y de la misma convocatoria constituyente; estas agrupaciones barriales proliferaron en los barrios populares de La Teja y El Cerro, mayoritariamente anarquistas, destacando entre otras, la Agrupación Libertaria de Malvín, la Agrupación Libertaria El Cerro y la Agrupación Libertaria La Teja–Paso de Molino, herederas de la antigua Agrupación El Cerro–La Teja, la Agrupación Libertaria del Cerrito-Porvenir, la Agrupación del Barrio Sur, la Agrupación de la Unión, etc.… Junto a ellas, destacaban los militantes extranjeros: italianos, judíos rusos, polacos y alemanes, argentinos y un nutrido grupo de exiliados españoles, sobre todo catalanes, que crearon su propia organización, la Agrupación Anarquista Iberia.

El Congreso Constituyente aprobó la Carta orgánica, que recogía los derechos y deberes de la militancia y fijaba la estructura orgánica de la federación; a su frente estaría el Consejo Federal, encargado de ejecutar las resoluciones de los congresos ordinarios, convocados anualmente, e integrado inicialmente por Rubens Barcos, Ángel Caffera, Hugo Trimble MacColl, José Jorge Martínez “Tito”, Alberto Marino Gahn, Gerardo Gatti Antuña y, como Secretario General, Roberto Gillardone.

Fuera de la FAU quedaban los anarquistas individualistas y “antiorganicistas”, y entre ellos el grupo editor inicial de Voluntad, ahora en manos de los “federacionistas”; este grupo, que incluía a gente como Ricardo Romero, se mostró contrario a que su publicación se convirtiese en el órgano oficial de la nueva organización y decidió publicar otra versión del periódico, conviviendo durante meses con la de la FAU, que en 1957 cambió su nombre por el de Lucha Libertaria y que se publicó regularmente hasta 1962.

 

La inserción en la “Nueva Izquierda”

 

Aunque el anarquismo uruguayo hunde sus raíces, como ya vimos, en los mismos orígenes del movimiento obrero oriental, su resurgir organizativo, el nacimiento de la FAU, fue el primer episodio de la ruptura del bipartidismo instalado en la izquierda uruguaya a mediados del siglo pasado, representado por el PCU, Partido Comunista de Uruguay, y el PSU, Partido Socialista del Uruguay, una ruptura confirmada en los años siguientes con la aparición de una nueva izquierda. Esta nueva izquierda incluía a grupos reformistas, desprendidos en general desde los dos partidos tradicionales, el PC y el PN, Partido Nacional, y sobre todo a un conglomerado de organizaciones revolucionarias originadas fundamentalmente a partir de diversas escisiones comunistas y socialistas. Entre los primeros, el Movimiento Batllista 26 de Octubre y la Lista 99 de Zelmar Michellini, dos escisiones surgidas en el PC en 1961 y 1970, respectivamente, la Lista 41 de Enrique Erro, que surgió del PN en 1962, o el Movimiento Socialista, que defendía los valores de la socialdemocracia europea y que fue constituido en 1963 por el fundador del PSU, Emilio Frugoni, desplazado por una nueva dirección.

Por lo que respecta a las organizaciones revolucionarias: el MRO, Movimiento Revolucionario Oriental, de Ariel Collazo, que nació en 1961 como una escisión del PN y que algo más tarde desarrollaría su propio brazo armado, las FARO, Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales; el MAC, Movimiento de Apoyo al Campesinado, surgido en 1962 de las Juventudes del MRO; el MIR, Movimiento de Izquierda revolucionaria, una disidencia escindida en 1963 del PCU y rebautizada a partir de 1972 como PCR, Partido Comunista Revolucionario; el MLN-T, Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, formado en 1965 con un origen muy diverso (MAC, MIR, PSU…); el MUSP, Movimiento de Unificación Socialista Proletaria, de Luján Molíns, nacido en 1965 a partir del  PSU; y el MAPU, Movimiento de Acción Popular de Uruguay, surgido en 1966 en el ámbito cristiano más radicalizado y origen luego, a comienzos de los 70, de los GAU, Grupos de Acción Unificadora, de Héctor Rodríguez. Será dentro de esta “nueva izquierda revolucionaria” donde se insertará la FAU a partir de mediados de la década de 1970.

 

El contexto económico: crisis

 

El surgimiento de la FAU coincidió en el tiempo con las primeras señales sobre la crisis del modelo socioeconómico uruguayo, una crisis lenta pero profunda, estructural, con sus raíces en el reordenamiento internacional producido tras la II Guerra Mundial, con el avance de las transnacionales y el imperialismo, pero también con causas internas, como el tipo de estructura agroganadera, basada en una concentración de la tierra cada vez mayor, la debilidad de la industria de sustitución de importaciones o el escaso desarrollo de la industria de medios de producción, que generaba una gran dependencia de la tecnología extranjera. Las importaciones requeridas por la industria no tardaron en superar a las exportaciones de una ganadería estancada, generando el déficit en la balanza de pagos. La caída de la rentabilidad industrial detuvo el proceso de reinversión en el sector e impulsó la transferencia al exterior de gran parte del capital acumulado, deteniendo el crecimiento de la producción. La inflación inició una escalada que acabaría alcanzando niveles desconocidos en la historia del país y el desempleo empezó a extenderse preocupantemente, generándose una creciente conflictividad social. En 1959, la firma con el  FMI (Fondo Monetario Internacional) de la I Carta de Intenciones marcó el comienzo de una política de aplicación de las duras condiciones económicas impuestas desde afuera; no obstante, ésta y las sucesivas cartas de intenciones tuvieron un cumplimiento siempre parcial, puesto que había zonas en las cuales la propia estructura del sistema, con  unos partidos gobernantes apoyados en una base social policlasista y en un mecanismo de recluta electoral clientelista, impedía una aplicación estricta; el sistema era incapaz de acabar de la mañana a la  noche con el reparto de empleos, el relativamente avanzado modelo de provisión social, etc.… sin autodestruirse. La profundidad de la crisis, por su naturaleza estructural, llevó al naufragio de todos los intentos de reformismo, impulsados por las facciones más populares y nacionalistas de los partidos tradicionales: el proyecto distributivo y arbitral del “neobatllismo”, las leyes de reforma agraria de Wilson Ferreira, Ministro de Ganadería y Agricultura de los Gobiernos del Partido Nacional entre 1958 y 1966, las primeras medidas del Gobierno de Oscar Gestido (1967-1972)… La “Tacita de Plata” se hacía trizas; la “Suiza de América” naufragaba en el mar de la más profunda crisis de su historia.

 

La nueva organización y el movimiento sindical

 

La coyuntura económica hizo que desde mediados de la década del 50, el movimiento obrero sintiera la necesidad perentoria de unificarse. Tras el proyecto de la Coordinadora de Gremios Solidarios a comienzos de la década, el primer intento a destacar fue la Comisión Coordinadora Pro Central Única, impulsada por la Federación Autónomo de la Carne tras la unidad sindical alcanzada durante la huelga de la industria frigorífica en 1956, que contara con el apoyo de los sindicatos autónomos y de agrupaciones de la UGT y la CSU; la comisión reunió a delegados de la UGT, la CSU, la Federación Autónoma de la Carne, la USOP, Unión Solidaria de Obreros Portuarios, el COT, Consejo Obrero Textil, la Coordinadora de Funcionarios Públicos, la FEUU y, en nombre de los restantes sindicatos autónomos, el Sindicato de FUNSA, la UECU, Unión de Empleados Cinematográficos de Uruguay, y la Federación Gastronómica, y aunque no consiguió la ansiada unificación sindical, debiendo señalarse la temprana retirada de la CSU, seguida por la de la Federación de la Carne, la comisión retomó las prácticas de acción conjunta, con nueve medidas de paros solidarias entre 1956 y 1958, y preparó el camino hacia la unificación.

En este contexto, se hace necesario destacar el importante papel jugado por la FAU, que desde su nacimiento tuvo en la acción sindical una de sus actividades fundamentales, volcándose en las luchas obreras y sociales del país y en el fortalecimiento del sindicalismo. No en vano, en este ámbito se encontraba una de sus principales fuentes de militancia. El debate sobre la actividad sindical y sus formas de actuación fue una constante en el seno de la organización. Los dos rasgos principales de la actuación sindical de la FAU fueron: su decidida apuesta por una central única y su apoyo total a las luchas del momento, sobre todo aquellas que aportaban elementos novedosos y radicales al sindicalismo uruguayo.

Uno de estos elementos novedosos y radicales fue la unidad obrero-estudiantil, uno de los pilares de la concepción sindical de la FAU. Fue este un objetivo buscado por la FAU desde sus inicios, un objetivo que ya se perfilara durante la Huelga Universitaria de 1951 y durante la “Luchas de los Gremios Solidarios” del mismo año, pero que no tuvo continuidad hasta la huelga estudiantil de 1958, durante la Ley Orgánica de la Universidad, apoyada por el movimiento obrero.

Otra lucha que aportó elementos relativamente novedosos a la acción sindical de aquellos años fue la de la FUNSA (Fábrica Uruguaya de Neumáticos SA), cuyo sindicato, dirigido por un decidido núcleo anarquista estrechamente vinculado a la FAU, se convertirá en la década siguiente, la de los 60, en bandera de la acción directa. Fue en esta fábrica, a finales de 1958, cuando se llevó a cabo por primera vez en el país una ocupación de un centro de trabajo con puesta en marcha de la producción bajo control obrero, un auténtico hito de las luchas sindicales del Uruguay que reafirmó muchos delos principios de la FAU: el rechazo a la acción legalista en la lucha obrera y la defensa dela acción directa, la importancia de la formación de los trabajadores y de una Universidad orientada a formar técnicos para las sociedad, no para el capital, o la importancia de la solidaridad externa de los sindicatos federados.

Por lo que respecta a la campaña por la unificación sindical, la FAU apostó desde el principio por la idea una central única e independiente, considerada una necesidad para enfrentar al Estado y al capitalismo. El papel del Sindicato de FUNSA, dirigido por León Duarte, y del SAG, Sindicato de Artes Gráficas, encabezado por Gerardo Gatti, líderes ambos de la FAU, en el proceso de unificación es incuestionable. De hecho, muchas de las reuniones llevadas a cabo en 1963 y 1964 para avanzar en la unidad sindical se celebraron en el local del SAG.

1959 inaugurara una etapa de gobiernos del Partido Nacional (1959-1967), con sus prácticas neoliberales y de ingreso al FMI; los problemas económicos, el alza del costo de la vida y la bajada del salario real, y los reclamos populares sólo obtuvieron una respuesta represiva por parte del Estado. Ante esta situación, la idea de la unidad sindical cobrara cada vez más fuerza dentro del movimiento obrero. El camino definitivo hacia la central única se inició en abril de 1961 con el nacimiento de la CTU, Central de Trabajadores de Uruguay, y la autodisolución en su seno de la UGT comunista, un proyecto en el que participaron más de 80 agrupaciones en representación de unos 300.000 trabajadores; dentro de la central, casi la mitad de las organizaciones procedían de la vieja UGT, aunque el peso de otros sindicatos, como el COT, la crisis del movimiento comunista internacional o la “autocrítica” de los “ugetistas” otorgaron a la nueva organización una relativa independencia; dentro de la central, a la treintena de organizaciones de la antigua UGT, se suman la FUECI, Federación Uruguaya de Empleados de Comercio e Industria, algunos sindicatos próximos a la UGT, como Textiles y Gastronómicos, que años antes fueran filiales de la central comunista, o Administración de Puertos, la UECU y algunas ex-filiales de la CSU, como Municipales y Salud Pública. En los años siguientes al nacimiento de la CTU, los enfrentamientos de clase se acentúan y todo se radicaliza: el aumento dramático de la desocupación, los duros conflictos en la industria frigorífica, la Administración, los Tabacaleros  y los Servicios Públicos contra los intentos del Gobierno y la patronal para liquidar, reglamentar o dividir a sus sindicatos, el apoyo en la calle a la Revolución Cubana, la aparición, sobre todo a partir de 1962, de las bandas fascistas, la sindicalización radical de los entes industriales y comerciales del Estado(agua, energía, banca, combustibles, teléfono, transporte aéreo y ferroviario…), con el liderato de los Bancarios o con la huelga de la UTE (Ursinas y Transmisiones Eléctricas del Uruguay) a comienzos del 63, la encarnizada reacción del gobierno, el Ejército y la prensa afín ante la “insumisión” de estos sectores estratégicos, el nacimiento imparable de las agremiaciones de asalariados agrícolas (tamberos, arroceros, remolacheros, esquiladores…) y su salto del campo a la ciudad, con la “Marcha por la tierra” de los cañeros de Artigas en febrero del 63, etc.…

En este contexto, la unidad sindical se convierte en un clamor popular. Finalmente, tres años después de la fundación de la CTU, hacia noviembre de 1964 y con la finalidad de alcanzar la anhelada unidad, nacía la CNT, Convención Nacional de Trabajadores, un organismo de coordinación entre la CTU y los sindicatos que se encontraban fuera de ella (bancarios, frigoríficos, electricistas…), convertida finalmente, en octubre de 1966, con la celebración del Congreso de Unificación Sindical y la autodisolución de la CTU, en la central única de los trabajadores uruguayos. La nueva central representaba al 90% de los trabajadores sindicados. Con la CNT la lucha sindical adquiriría otro significado; nacía como una verdadera propuesta nacional, no como una mera suma de gremios creada para luchar por los salarios. Con ella, el movimiento obrero comenzó a luchar de otra manera y a desarrollar un programa realmente alternativo.

La anhelada unificación sindical no tuvo su reflejo en el ámbito político. Los dos proyectos de unidad lanzados en esta etapa, nucleados en torno al PCU y al PSU, no pasaron finalmente de meras plataforma electorales, eso sí con desigual fortuna. La UP, Unión Popular, nació en mayo-junio de 1962 como una coalición promovida por el PSU e integrada también por la Lista 41 de Erro, el FAR, Frente de Avanzada Renovadora, (una organización izquierdista de origen cristiano),la Agrupación Nuevas Bases y un grupo de independientes; sus resultados electorales en los comicios a los que concurrió, los de noviembre 1962, fueron realmente pobres, obteniendo sólo dos diputados, y los socialistas, que perdieron más del 30% de sus votantes y su representación parlamentaria, no tardaron ni medio año en abandonar el proyecto; a partir de entonces el PSU se acercaría, cada vez con más fuerza, a la senda de la izquierda revolucionaria. El otro proyecto fue el FIDEL, Frente Izquierda DE Liberación, la coalición electoral aglutinada alrededor del PCU: junto a él el MRO y una serie de pequeños partidos, en su mayoría escisiones progresistas de los partidos tradicionales, como la Agrupación Batllista Avanzar, escindida en 1929 del PC, el Movimiento Batllista 26 de Octubre, la APUM, Agrupación Popular Unitaria de Maldonado, nacida en 1966, o el MPU, Movimiento Popular Unitario, surgido, también en 1966, del PSU; fue un proyecto más exitoso que el de la UP, permitiendo un crecimiento electoral de los comunistas del 25% en los comicios del 62 y perviviendo hasta la actualidad.

 

LA ESCISIÓN DE 1964

 

Por lo que respecta a la FAU, tras su nacimiento, inició una etapa centrada en su consolidación y fortalecimiento y en el debate interno sobre su modelo organizativo interna, su papel en el movimiento sindical y su apoyo a la Revolución Cubana, debate que conducirá a mediados de la década siguiente, la de los 60, al final de esta etapa, marcado por la escisión de una parte significada de la federación.

La preocupación por la cuestión organizativa estuvo muy presente dentro de la FAU hasta comienzos de 1959. El tema, nunca resuelto satisfactoriamente, reapareció a comienzos de los 60 con la polarización de posicionamientos desencadenada por la evolución del proceso revolucionario en Cuba. A medida que se fueron definiendo las posiciones, se hizo evidente la existencia de dos corrientes con concepciones organizativas opuestas: una corriente “centralizadora”, que estaba ligada a los sectores sindicales de la federación y que incidía en la necesidad de un modelo organizativo funcional y eficaz, más disciplinado, baso en el carácter vinculante de los acuerdos adoptados, un modelo organizativo capaz de afrontar la radicalización de la lucha y la creciente represión que se atisbaban ante el previsible agravamiento de la crisis, preparado incluso en su caso, para una posible situación de clandestinidad o de lucha armada; y una corriente “asamblearia”, integrada fundamentalmente por los colectivos barriales y estudiantiles, tildada por sus críticos de “hiperfederalista” y partidaria de una estructura organizativa más participativa, más fiel a la tradición organizativa libertaria, basada en los Plenarios de Militantes y en el respeto a la independencia de las agrupaciones federadas; uno de los militantes “anticentralistas” más activos en los debates fue Alfredo Errandonea.

En cuanto al papel sindical de la organización, existían diferencias entre las posiciones “obreristas”, que veían a la clase obrera como el sujeto histórico del proceso transformador de la sociedad y que incidían más en la necesidad de volcar esfuerzos en la búsqueda de la unidad sindical, tarea que requería la colaboración con los comunistas, o en el apoyo al movimiento cañero de Raúl Sendic y la UTAA, Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas; y los sectores que defendían una concepción estratégica más amplia, que priorizase algo menos al sector obrero y apostara por el desarrollo de un movimiento popular social y culturalmente más diverso, con mayor protagonismo de las cooperativas de consumo, de experiencias barriales como las desplegadas por la Comunidad del Sur (panaderías populares…).…

Pero fue un acontecimiento externo, la Revolución Cubana, el que acabó por definir dentro de la FAU dos tendencias cada vez más irreconciliables, tensionando el debate interno hasta evidenciar lo imposible de su convivencia en la misma organización y desencadenando así su ruptura. La cubana fue una revolución que despertó grandes esperanzas en amplios sectores de la izquierda latinoamericana, sacudiendo a sus partidos tradicionales, unos partidos socialistas y comunistas excesivamente inmovilistas, sometidos con frecuencia, sobre todo en el caso de los segundos, a los designios de Moscú y a la política de bloques e instalados casi siempre en estrategias reformistas y electoralistas. La izquierda uruguaya no fue, como ya vimos con el nacimiento de la “nueva izquierda”, una excepción y la FAU tampoco.

Si bien al principio, el apoyo de la federación anarquista al proceso revolucionario de Cuba fuera casi unánime y las posiciones críticas anecdóticas, hacia 1961 este respaldo ya era cuestionado por una parte muy significativa de la militancia, que rechazaba las tendencias centralistas y estatistas del régimen cubano, contrarias a su entender, a los principios libertarios de autogestión, libertad y participación. Los debates se encendieron más a partir de la declaración de Castro como marxista-leninista, en diciembre del mismo año. Los sectores que seguían apoyando a la Revolución Cubana insistían en que lo importante era que ésta evidenciaba la posibilidad de desarrollar exitosamente procesos insurreccionales y de resistencia al capitalismo y al imperialismo. Para parte de estos sectores pro-cubanos, la vía insurreccional, lucha armada incluida, comenzaba a concebirse como un medio de lucha legítimo, una estrategia a desarrollar, aunque pensada todavía, en aquellos años, para el largo plazo. Esta posición chocaba con la de los sectores críticos, partidarios sólo de vías pacíficas.

Los posicionamientos al interior de la FAU ante estos debates no fueron estáticos, modificándose o reafirmándose según el avance de las discusiones, el desarrollo de los acontecimientos o las definiciones de los líderes, y no siendo pocos los militantes que se realinearon hacia una u otra tendencia, pero hacia 1962 ya estaban perfiladas dos corrientes muy definidas: una “corriente crítica u ortodoxa-tradicional”, que asumía las posiciones “asamblearistas”-“federalistas” y pacifistas, rechazaba el rumbo de la Revolución Cubana y apostaba por un movimiento popular amplio, frente a una “corriente reformista”, ligeramente mayoritaria y defensora de un mayor centralismo, de la línea obrerista, de la vía insurreccional y de un apoyo claro, sin grandes críticas, al proceso cubano. Con esta corriente se alinearon la Agrupación del Ateneo del Cerro y los sectores obreros, como la poderosa militancia de FUNSA; a su frente, los hermanos Gatti, León Duarte, Roberto Franano y Juan Carlos Mechoso, un pequeño grupo de de militantes que participaran en la fundación de la FAU y que a partir de 1962-1963 se hicieron con su dirección, manteniéndose al frente de misma hasta el Golpe de Estado de 1973; junto a ellos, otros destacados activistas, como Fernando O´Neill, Carlos Fuques, Luís Aldao, Tato Lorenzo…

La “corriente ortodoxa” estaba integrada sobre todo por agrupaciones barriales y del sector educativo: la Agrupación Sur, la Agrupación Anarquista de la Facultad de Medicina, la Comunidad el Sur, con Rubén Prieto, Víctor Gutiérrez y Sergio Villaverde, la Agrupación Anarquista de la Facultad de Bellas Artes, con Jorge Errandonea –también su hermano Alfredo- y la Agrupación de la Unión, liderada por Luce Fabbri Cressatti; esta intelectual y profesora de la Facultad de humanidades, era la hija del histórico anarquista italiano Luigi Fabbri y llegara al país  con apenas 20 años, huyendo de la Italia fascista de Benito Mussolini; Luce Fabbri fue una de las referencias teóricas más importantes del anarquismo uruguayo y su papel en los debates internos previos a la ruptura de la organización fue muy destacado; su enfrentamiento dialéctico con José Jorge Martínez “Tito” desde la páginas de “Lucha Libertaria” fue muy intenso a lo largo de  1961 y 1962 y no hizo sino reflejar concepciones teóricas ya irreconciliables: la concepción anarquista “tradicional” de Fabbri, que defendía por encima de todo la lucha por la libertad y el antiestatismo y repudiaba toda represión, y la concepción de J. Martínez, que apostaba por el apoyo a toda lucha revolucionaria y se definía por el “tercerismo”, el antiimperialismo, el tercermundismo y el latinoamericanismo, adelantando la líneas de la “nueva izquierda” en la que se enmarcará la FAU a partir de 1964 y avanzando algunas posiciones marxistas que más adelante tendrán un peso creciente dentro de la FAU. A pesar del cisma, no faltaron los intentos por acercar posturas, pero hacia 1963 la idea de la inevitabilidad de la ruptura parecía ya asumida por todos.

Este clima desanimó a algunos militantes, que optaron por abandonar la organización antes de que la división se consumase: fue éste el caso de J. Jorge Martínez y de Alfredo Zitarrosa, próximo al sector “obrerista”, o de Elbia Leites, que no se identificaba plenamente con ninguna de las dos tendencias.

El proceso de ruptura cuajó definitivamente durante dos plenos de militantes, un órgano donde las fuerzas de ambas corrientes estaban más equilibradas: el Pleno de Militantes de diciembre de 1963, que evidenció una vez más la profundidad de las diferencias entre las partes, y el Pleno de Militantes de febrero de 1964, en el cual el rechazo de algunos sectores de la “corriente reformista” a los acuerdos adoptados en la reunión de diciembre elevó la tensión hasta límites nunca alcanzados; este pleno del 64 acabó con una resolución que establecía la disolución de la FAU y el reparto de su patrimonio. Si bien la resolución de disolución no fue aceptada por la “corriente reformista”, que rechazaba la legitimidad del pleno para adoptar tal decisión y defendía tal debate en un Congreso de Agrupaciones (órgano donde sí tenían mayoría), la ruptura de la federación era ya un hecho. Finalmente, en diciembre, las agrupaciones de la “corriente crítica”, alrededor del 30%, abandonaban definitivamente la FAU. Algunos de los escindidos se reintegraron al poco tiempo a la organización, como Zelmar Dutra o Roger Julien, de la Agrupación de Bellas Artes, o Washington Pérez, Robert Larrasq, Rubén Prieto o Víctor Gutiérrez, todos ellos de la Comunidad Sur. No fue éste el caso de otros muchos, como Luce Fabbri, los hermanos Jorge y Alfredo Errandonea, Sergio Villaverde, Érmacora Cressatti o Rubens Barcos. Parte de la disidencia trató de nuclearse orgánicamente con la fundación la ALU, Alianza Libertaria del Uruguay, organización influenciada por el “anarcoliberalismo rockeriano” y de vida realmente efímera, desapareciendo hacia 1965.

Consumada la división, la FAU eligió una nueva Junta Federal que quedó integrada por los hermanos Gatti, León Duarte, Juan Carlos Mechoso, Washington Pérez, Alberto Marino, Carlos Fuques y, como Secretario General, Roberto Franano.

 

LA FAU SIN PUNTOS Y LA COORDINACIÓN REVOLUCIONARIA

 

Tras la ruptura, la nueva FAU, ya sin el lastre de los críticos, aceleró lo que no era sino un proceso de redefinición ideológica y estratégica, un proceso de búsquedas y final abierto que la acabará llevando hasta la lucha armada y, en un gradual alejamiento de la identidad anarquista más tradicional, hasta análisis y concepciones cada vez más próximas al marxismo. A la visión de Bakunin y de Malatesta se fueron añadiendo, primero de forma tímida y luego más nítidamente, el pensamiento del Che o incluso algunos elementos del leninismo.

Aunque parece incuestionable el mantenimiento de las ideas anarcosindicalistas a lo largo de toda la década, vivas en aspectos como el énfasis por la acción directa, la solidaridad de clase o el carácter “finalista”, emancipador, de la lucha obrera, tampoco parece discutible la influencia que la Revolución Cubana y el pensamiento del Che Guevara fue teniendo en la reformulación ideológica de la organización; la vieja idea anarquista de la acción directa se mantenía, pero lo hacía cada vez más a través del tamiz del guevarismo: la consigna de Gerardo Gatti de la “acción directa a todos los niveles” será buena prueba de ello. Todo esto implicaba la necesidad de desarrollar un aparato fuerte, capaz de incursionar en formas de acción más complejas. Fue éste un proceso largo y laborioso, no libre de contradicciones, un proceso que entró en su fase definitiva con el exilio, la derrota y la transformación del anarquismo uruguayo: tras el repliegue organizativo forzado por el Golpe de Estado de 1973, el proceso culminó con la autodisolución de la FAU y el nacimiento del PVP en 1976, durante el exilio argentino; el rechazo por parte de un pequeño sector de la militancia y de los cuadros de la FAU, la mayoría de ellos en las cárceles de la dictadura, a este desenlace, y sobre todo a la definición ideológica del PVP durante el Congreso de París de 1977, supuso que, en contra de la percepción inicial, la transformación del anarquismo uruguayo, acabara finalmente alumbrando dos opciones organizativas diferentes: el PVP, socialista, y una nueva y pequeña FAU relanzada en 1986 por aquellos sectores que se seguían sintiendo identificados con el ideario libertario.

Al poco del cisma, la FAU comenzó a conocerse como “FAU sin puntos”, cambio sintomático de los nuevos tiempos que vivía la organización: se trataba de escapar del encorsetamiento marcado por las siglas del nombre original, de ser coherentes con su nueva etapa, una etapa definida, entre otras cosas, por el abandono del federalismo y el gradual alejamiento de la teoría anarquista más ortodoxa.

En los años inmediatos a la ruptura la FAU profundizó en la línea ideológica- estratégica que condujera a la marcha de los “críticos”, pero lo hizo lentamente y sin grandes rupturismos. El aspecto más definitorio de esta etapa, quizás sea la colaboración con los otros grupos revolucionarios: la nueva concepción revolucionaria impuesta en la FAU, una concepción mediatizada por la Revolución Cubana, suponía de hecho, su inserción dentro de la “nueva izquierda revolucionaria” surgida en el país y en todo el continente, favoreciendo la colaboración con las otras organizaciones revolucionarias y el abandono de las políticas estratégicas excluyentes. Esta colaboración ya existía, de la mano de la “corriente reformista” luego triunfante, desde el mismo nacimiento de esa “nueva izquierda” en 1962, antes del cisma anarquista pues, pero fue tras éste, cuando adquirió un impulso evidente.

Sus escenarios fueron fundamentalmente tres: el Movimiento Cañero, El Coordinador y el diario Época.

(continuará)


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