Días atrás, en respuesta a un lector del blog, escribí (en Comentarios) que entre los motivos principales del alto endeudamiento desde mediados de los 2010, figura el creciente déficit de la cuenta corriente. A fin de proporcionar elementos para el análisis, en lo que sigue presento datos tomados de las series históricas de la Balanza de Pagos, posición de inversión internacional y deuda externa, 2006-2021, Fte INDEC y BCRA
(https://www.indec.gob.ar/indec/web/Nivel4-Tema-3-35-45).
Rolando Astarita 6 FEB 2022
En los primeros años de la post-convertibilidad el balance de la cuenta corriente fue superavitario. Existía mucha capacidad ociosa, el tipo de cambio real era elevado y los salarios bajos. A lo que se agregó luego la suba de los precios de los commodities. De manera que en los tres años que van de 2006 y 2009 (seguimos los cuadros del INDEC citados) el superávit acumulado de la cuenta corriente fue de 25.243 millones de dólares. El ítem decisivo fue la balanza de bienes y servicios, con un acumulado positivo de 55.832 millones de dólares entre 2006 y 2009. Las rentas de inversión (principalmente por inversión directa y de cartera) experimentaron, en cambio, un neto acumulado negativo, siempre entre 2006 y 2009, de 34.427 millones de dólares. Se trata de un neto derivado de plusvalías por inversiones realizadas en el país, y remitidas al exterior. Son propias de los mecanismos de transferencias de valor operadas principalmente por las multinacionales.
El superávit de la cuenta corriente habilitó a que los activos de reservas aumentaran, hasta 2010, en 20.000 millones de dólares. También que se pudiera cancelar deuda por 9.500 millones de dólares con el FMI sin afectar seriamente la capacidad de pago de Argentina. Aunque, por otra parte, el gobierno emitió deuda a tasas elevadas –bonos a Venezuela por 6000 millones de dólares. En cualquier caso, la deuda externa del gobierno general se mantuvo estable. A fines de 2006 era de 87.606 millones de dólares; a finales de 2015 fue de 87.701 millones de dólares (INDEC).
En 2010 comienza el giro hacia el déficit en la cuenta corriente: ese año esta fue negativa por 1.623 millones de dólares, y en los siguientes años el déficit se profundizó. Entre 2010 y 2015 el déficit acumulado de cuenta corriente fue de 49.655 millones de dólares (y en 2015 llegó a 17.622 millones). Entre los factores que contribuyeron a este resultado está la apreciación del peso. Aquí tengamos presente que el gobierno intentó frenar la inflación retrasando el tipo de cambio. De hecho, el índice del tipo de cambio real multilateral elaborado por el BCRA, que en diciembre de 2006 era 163, se ubicaba en 85 en diciembre de 2015. También influyó el debilitamiento relativo de los precios de las exportaciones; y una balanza energética que a partir de 2011 fue deficitaria. En consecuencia la balanza de bienes y servicios se debilitó, al punto que entre 2013 y 2015 tuvo un déficit acumulado de 6.390 millones de dólares. El problema de fondo, por supuesto, era estructural: baja inversión, escaso desarrollo tecnológico, competitividad basada en bajos salarios.
Por otra parte, entre 2010 y 2015 aumentó el neto negativo de rentas de inversión: un acumulado en los 6 años de 80.020 millones de dólares; o sea, en promedio, 13.000 millones por año, contra 8600 millones promedio anual entre 2006 y 2009. Tengamos en cuenta que, de conjunto, entre 2006 y 2015 el neto acumulado de rentas de inversión fue negativo por 114.447 millones de dólares. Este aspecto muchas veces no se señala, pero es significativo.
Una consecuencia del deterioro de la cuenta corriente fue que los activos de reservas disminuyeron, entre 2010 y 2011 en casi 27.000 millones de dólares. Entre 2011 y 2015 el BCRA perdió reservas por 28.900 millones de dólares. Y aumentó el endeudamiento del gobierno. La deuda bruta de la Administración Central se había mantenido relativamente estable (192.294 millones de dólares en 2004 y 197.154 millones en 2011), pero entre 2011 y 2015 se incrementó en 43.000 millones de dólares. Con la particularidad de que el aumento se debió, esencialmente, a deuda con Agencias del Sector Público. En % del PBI esta deuda pasó del 18% en 2010 al 30% en 2015. Una consecuencia fue un fuerte deterioro del activo del BCRA. Pero la deuda con organismos internacionales, en términos del PBI, se mantuvo constante; y bajó 3 puntos porcentuales la deuda con acreedores privados (a resultas de estos cambios la deuda externa del gobierno general, que sumaba 85.041 millones de dólares a fin de 2015, apenas había subido a 87.701 millones a fines de 2015).
Por otra parte, se aceleró la salida de capitales. Entre 2006 y 2010 la salida de capitales por inversión en monedas y depósitos (PII) fue de 35.500 millones de dólares. Entre 2011 y 2015 sumó otros 43.500 millones. Más en general, entre 2006 y 2015 el conjunto de activos externos (inversión directa, inversión de cartera y “otra inversión”) en manos de argentinos pasó de 177.512 millones a 271.766 millones de dólares. En cuanto al stock de la inversión directa en Argentina pasó de 59.882 millones de dólares en 2006 a 98.773 millones en 2012, para bajar a 79.773 millones en 2015. Y el stock de inversión de cartera fue de 60.727 millones en 2006 (55.884 correspondían a títulos de deuda); y 59.461 millones en 2015 (50.108 millones en títulos de deuda).
De conjunto, la posición de inversión internacional neta pasó de 6.457 millones de dólares en 2006 a 56.487 millones en 2015. Que el neto de la PII sea positivo significa que los activos externos poseídos por residentes argentinos superan a los activos en Argentina poseídos por residentes en el extranjero. El hecho de que este aumento de las acreencias de residentes en Argentina no se traduzca en una mejora del balance de las rentas de inversión, en la cuenta corriente, es indicativo de que las utilidades obtenidas en el exterior se reinvierten principalmente en el exterior.
En este respecto, en notas publicadas en el blog decíamos, en 2010 y 2011, que “en Argentina se mantenía una de las características típicas del atraso, que una parte muy importante de la plusvalía se volcaba al consumo suntuario, la inversión inmobiliaria, o iba al exterior. … las inversiones de argentinos en el exterior obedecían a una lógica de valorización financiera, y… los rendimientos de esas inversiones se reinvertían en el exterior, de manera que representaban una importante sangría en términos netos del excedente. La contrapartida de esta salida era que la inversión en plantas, equipos e infraestructura productiva, si bien había mejorado en algún punto del PBI con respecto a los 90, continuaba siendo relativamente débil” (véase, por ejemplo, aquí).
Estas evoluciones ocurrieron con relativa independencia de la actividad del FMI en Argentina, o de su injerencia en las relaciones comerciales y financieras de Argentina (mejor dicho, del capitalismo argentino) con el resto del mundo.
A fin de contextualizar lo anterior, agregamos que en los cuatro años comprendidos entre 2005 y 2008 el PBI creció a un promedio anual de 7,5%; en 2009 se contrajo 5,9%; tuvo una fuerte recuperación en 2010 y 2011 (8% crecimiento anual promedio); y se estancó entre 2012 y 2015 (0,8% de crecimiento anual promedio)
En 2016 la necesidad de financiamiento debido al déficit de la cuenta corriente fue de 15.000 millones de dólares; y en 2017 más de 31.000 millones. Una posibilidad era financiarlo con un aumento de la inversión directa. Pero esta se mantuvo débil. En el cuarto trimestre de 2017 el stock de ID era 80.700 millones de dólares, contra 78.978 millones de finales de 2015. Al terminar 2018 fue de 72.589 millones; y en diciembre de 2019 todavía más bajo: 70.458 millones de dólares (Macri había prometido una “lluvia de inversiones”).
El gobierno de Cambiemos apostó entonces a inversiones de cartera, altamente especulativas, no solo para financiar la balanza de pagos (vía aumento de las reservas), sino también el déficit fiscal (el financiamiento vía emisión había llegado a un límite, dada la carta orgánica del Central).
Arribaron entonces muchos capitales especulativos, con frecuencia utilizando los mecanismos del carry trade (véase aquí).
El stock de inversión de cartera pasó entonces de 59.461 millones de dólares en 2015 a 165.000 millones en el primer trimestre de 2018. Los títulos de deuda pasaron de 50.108 millones de dólares en 2015 a 140.705 millones de dólares el 2018-I. Un incremento, en términos redondos, de 90.000 millones de dólares en apenas dos años. La deuda externa del gobierno general subió de 87.701 millones de dólares a finales de 2015 a 153.052 millones en 2018-I. Un incremento de 66.000 millones en poco más de un año. Se tomaba deuda de manera creciente para financiar una economía que cada vez presentaba más problemas en sus cuentas externas (además del déficit fiscal). En 2017 el rojo de la cuenta corriente superó los 31.000 millones de dólares, equivalente a más del 5% del PBI. Se desata entonces una crisis típica de las que se conocen como sudden stop: capitales financieros comienzan una rápida retirada cuando advierten que la situación es insostenible (ejemplo, crisis mexicana de 1994-5, crisis tailandesa en 1998). En Argentina ocurre a comienzos de 2018. Los fondos especulativos que habían entrado atraídos por la perspectiva de rápidas ganancias, desarman sus carteras y liquidan posiciones. El stock de títulos de deuda pasa de 140.705 millones en 2018-I a 64.165 millones en 2019-IV. Una caída de 76.000 millones, en números redondos. Es aquí cuando entra en juego el préstamo del FMI. En la PII el stock de préstamos (pasivos) pasa de 56.675 millones de dólares en 2017-IV a 108.77 millones en 2019-IV. A finales de 2019 la deuda externa del gobierno general llegó a los 172.898 millones de dólares.
La dinámica de endeudamiento también se refleja en las estadísticas de la deuda bruta de la Administración Central. Esta pasó de 20.665 millones de dólares en 2015 a 323.065 millones en 2019; 82.400 millones de dólares de incremento en cuatro años. La deuda de la Administración Central con organismos multilaterales y bilaterales (FMI en primer lugar), en % del PBI, pasó del 6% en 2015 al 20% en 2019; la deuda con privados, también en % del PBI, subió del 12,2% al 32,5%. Y la deuda con Agencias del Sector Público, siempre en términos del PBI, pasó al 35% en 2019, contra 30% en 2015.
Naturalmente, con el estallido de la crisis cambiaria y financiera se aceleró la fuga de capitales. Los activos en moneda y depósitos en moneda extranjera pasaron de 153.309 millones de dólares en 2015 a 226.569 millones a fines de 2019: un aumento de 93.000 millones de dólares. Los activos externos detentados por argentinos (inversión directa + inversión indirecta + “otra inversión”) subieron de 271.766 millones en 2015 a 399.273 millones en 2019-IV. Un incremento de 128.000 millones de dólares en cuatro años.
El préstamo del FMI sirvió entonces para financiar salidas de capitales, tanto de fondos extranjeros de inversión que habían apostado a ganancias financieras rápidas, como de residentes argentinos. Lo cual no impidió la fuerte depreciación de la moneda: en diciembre 2017 el precio del dólar era $19; en diciembre 2018 estaba en $39 y en diciembre 2019 $63 (230% por encima del nivel de fines de 2017). La devaluación del peso impulsó la suba de precios. Por eso, y a pesar de la reducción del déficit fiscal (única causa de la inflación, según buena parte de la ortodoxia monetarista) la inflación pasó del 25,7% en 2017 al 34,3% en 2018 y al 53% en 2019.
Por último, señalamos que de los cuatro años del gobierno de Cambiemos, el PBI solo creció en 2017, un 2,8%. En promedio, el crecimiento fue negativo 1% anual. Y la crisis siguió abierta en los años que siguieron hasta el presente.
Una conclusión que se desprende de este repaso es que es equivocado reducir la crisis y estancamiento del capitalismo argentino al rol del FMI. Este tipo de explicación es propia del reformismo pequeñoburgués, siempre afecto a recetas milagrosas –y “nacionales”, faltaba más- que dejen intactas las relaciones sociales fundamentales.
Por supuesto, se puede decir que el Fondo agravó los problemas, pero estos hubieran permanecido sin ese préstamo (que, dicho sea de paso, representa solo una parte de la deuda total de la Administración Central, el 13%). Para expresarlo en términos de la balanza de pagos: la necesidad de financiamiento de la economía argentina entre 2011 y 2018 fue, en el acumulado, de 118.600 millones de dólares. No había forma de que eso no estallara en una crisis cambiaria y financiera, con amplias repercusiones en la economía de conjunto, y el aumento de la pobreza, el hambre y la desesperación para millones de seres humanos.