02.FEB.15 | postaporteñ@ 1338

Chile: los gorilas estaban entre nosotros (2)

Por posta

 

autor Helios Prieto

© 1973 Ed. Tiempo Contemporáneo. Bs. As., Argentina -2014 Ed. Viejo Topo. Santiago, Chile

Introducción

A mi amigo Alejandro Alarcón, sometido a Consejo de Guerra por el único delito de ser obrero consciente.

Una onda de estupor recorre la izquierda biempensante. ¿Cómo es posible que las FFAA chilenas hayan roto “una tradición tan bonita” (para decirlo con las palabras del Ministro del Interior, general Bonilla), para consumar el golpe de estado más sangriento que se conozca en la historia de América? Formularse esta pregunta es el mejor tributo a la efectividad de la campaña desarro­llada durante muchos años por la Unidad Popular y los partidos “comunistas” y socialdemócratas de todo el mundo, los que lograron echar un espeso manto de olvido sobre la historia represora de las FFAA chilenas para mejor cortejarlas

En la conciencia del pueblo chileno se produjo una profunda fractura en relación al papel que jugaban los aparatos represores del Estado: por una parte recordaba las masacres que arrancando de Santa María de Iquique en 1907 (3.000 obreros fusilados), pasaban por doce­nas de muertos en Valparaíso y Santiago en 1957, para terminar en las masacres mineras del gobierno de Frei; por otra parte, desde todos los medios de comunicación y en todos los discursos oficiales se machacó sobre el carácter constitucionalista (por supuesto, sin señalar el carácter burgués de la Constitución chilena) de las FFAA. Allende llegó a decir, a mediados de 1971, en un discurso que pronunció en la Universidad de Concepción, rodeado por sus edecanes militares y polemizando con el MIR, que él era presidente de la república “gracias a las FFAA de Chile”

Parecía que Chile había tenido dos ejércitos: uno hasta 1970 y otro de allí en adelante. Sin embargo el gobierno de Allende, cumpliendo escrupulosamente con el Esta­tuto de Garantías Constitucionales que suscribió con sus aliados democratacristianos en el Congreso Nacional en octubre de 1970, no efectuó ningún movimiento importante de jefes ni en las FFAA ni en Carabineros y pese a que proclamó la disolución del odiado “Grupo Móvil” (cuerpo especializado en la represión callejera) se limitó a cambiarle el nombre, llamándole de allí en adelante “Grupo Especial”. El aparato de represión siguió intacto y son los generales “allendistas” los que hoy masacran al pueblo chileno

Este trabajo no es una historia de los tres años de gobierno de la UP. Nuestro propósito es escribirla a medida que vamos rehaciendo nuestro archivo, que se consumió en el fuego purificador de la Junta Militar en los días posteriores al golpe de estado. Esta es una crónica de los hechos más importantes de la lucha de clases en los meses anteriores al derrocamiento de Allende que trata de explicar las causas directas de esa caída y el salvajismo de la Junta Militar. Las causas de fondo se  encuentran en el “modelo de transición al socialismo” que eligieron los reformistas chilenos y en la política económica que aplicaron en los dos primeros años de gobierno. Esta política económica que analizaremos en un trabajo más extenso, provocó una grave crisis y modificaciones importantes en las relaciones entre las clases, contribuyendo al aislamiento del proletariado y al fortalecimiento de la burguesía industrial y comercial. Quedamos pues en deuda con el lector.

Quisimos adelantarnos publicando este trabajo para participar en el debate que ya ha comenzado en todo el movimiento revolucionario, sobre el fracaso de la Unidad Popular chilena. Chile ha sido otro modelo clásico de lo que le sucede al proletariado cuando es dirigido por los reformistas. Sin embargo no nos hacemos demasiadas ilusiones sobre la efectividad de este análisis. Las fuerzas que trabajan para el capitalismo en el seno de la clase obrera cobijadas bajo la bandera del “comunismo” son muy poderosas: hoy los partidos comunistas reformistas tratan de convencer en la mayor parte del mundo a las masas para que repitan todos los errores que se cometieron en Chile. Esperamos vivir unos pocos años más para ver otra vez a los parlamentarios “comunistas” y “socialistas” hablando en Chile de la vía pacífica al socialismo y del carácter constitucionalista de las FFAA, las que una vez se desviaron de su límpida trayectoria por la conjura de una pérfida camarilla de generales. Quizás el empeño de los reformistas fracase. Rosa Luxemburgo decía que  hay un solo remedio para las ilusiones reformistas del proletariado, pero que, desgraciadamente, ese remedio va acompañado de mucha sangre. Como se sabe, los mili­tares chilenos no han escatimado esa medicina. Miles de discursos y panfletos de los reformistas de todo el mundo no bastarán para olvidar la sangre y el sufrimiento que le costó al proletariado chileno el intento de “construir el socialismo sin costo social”

1972: La lucha se agudiza

En el segundo semestre de 1972, la lucha de clases comenzó a agudizarse en las grandes ciudades. La burguesía había permitido que 1971 fuera un año de relativa estabilidad para el gobierno, en parte porque tuvo que rehacer sus fuerzas después de la derrota política que sufrió en las elecciones de 1970, pero, fundamentalmente, porque el partido de la burguesía industrial y comercial –la Democracia Cristiana– apoyaba los objetivos naciona­listas y agrarios del programa de la UP: reforma agraria de acuerdo a la ley de la misma Democracia Cristiana, nacionalización de las riquezas básicas –especialmente el cobre– y desarrollo del capitalismo de estado, tendencia que ya había comenzado a manifestarse en los gobiernos burgueses de la década del treinta. En 1971 el gobierno se dio a una política de reactivación económica consistente  en alzas masivas de salarios para aumentar la demanda y “forzar a los burgueses a ocupar la capacidad industrial ociosa”. Esta política tuvo éxito por unos meses pero generó una gran demanda de importación de bienes de capital y consumo, y aumentó el circulante creando graves presiones inflacionarias. A fines de año la situa­ción económica se tornaba grave y, además, la UP podía avanzar ya muy poco si no atacaba a la burguesía indus­trial, base de sustentación de su aliado fundamental, la Democracia Cristiana. En diciembre de ese año se desata la contraofensiva burguesa –en la célebre “marcha de las cacerolas”– que continuaría, con altos y bajos, hasta la caída de Allende. En el primer semestre de 1972 la UP pierde votación en las elecciones complementarias, sus “aliados” vuelven al redil democristiano, y el cum­plimiento de su programa empieza a detenerse, desde entonces las fábricas que pasan al área estatal serán sólo las que el proletariado tome por propia iniciativa y en abierta rebeldía a sus direcciones. En julio de ese año es removido Pedro Vuscovic del Ministerio de Economía y reemplazado por Orlando Millas del PC, el que propone “congelar el proceso”. Desde hacía un año, como conse­cuencia del crecimiento descontrolado de circulante, de la política económica general de la UP –que por razones de espacio es imposible analizar aquí– y del sabotaje consciente de la burguesía, comienzan a canalizarse hacia el mercado negro los productos esenciales y a crecer el desabastecimiento de los mismos. En el primer año de gobierno la burguesía había respetado relativamente los precios oficiales, pero en el primer semestre de 1972 éstos escapan al control del estado que sólo disponía de 500 inspectores para controlar el comercio de todo el país (125.000 empresas). El gobierno crea entonces las Juntas de Abastecimientos y Precios (JAP), que a fines de 1971 sumaban en todo el país 880 y a fines de 1972 eran 2.080, pero que no tenían poder alguno para fiscalizar los precios. En el primer semestre de 1972 los alimentos suben el 37,4 % (casi el doble de todo el año anterior). La primera medida de Orlando Millas es adoptar una política “realista” de precios y en los meses de agosto y setiembre autoriza un alza de precios en los alimentos del 38,1% y el 30,4% respectivamente.

La UP había sostenido con orgullo, hasta ese momento, haber logrado una considerable redistribución del ingreso nacional a favor de los trabajadores. A partir de agosto toda reivindicación salarial fue atacada como “economi­cismo” e imputada a la “falta de conciencia de clase”. Por efectos del mercado negro y de la inflación, los obreros retornaban paulatinamente al nivel de vida que tenían en 1970. Inevitablemente se produjo la primera reacción autónoma del proletariado. Con la oposición del PC los obreros de Cerrillos, una de las barriadas industriales más grandes de Santiago, fundan el primer “cordón”, toman las fábricas y cierran los caminos, exigiendo que las industrias sean estatizadas. Esta consigna obedecía al alto grado de conciencia anticapitalista de la clase obrera chilena pero tenía, además, un fundamento económico: los obreros de las industrias estatizadas tenían un nivel más alto de salarios. Desde el principio los “cordones industriales” integrados por obreros de la UP se mueven con gran autonomía frente a sus direcciones políticas

En octubre la burguesía lanza su primera ofensiva de masas de carácter global. Ataca en el punto en el que se sabe más fuerte: el aparato de distribución, ya que allí la clase obrera tiene poco peso numérico y organización. Logra paralizar todo el transporte y el comercio. Uno de los mitos de la UP ha sido y es que en octubre la clase obrera obtuvo un triunfo sobre la burguesía. Para alimentar este mito recurrió al fácil expediente de adjudicarles a la burguesía objetivos que no persiguió, para concluir después con que fue derrotada. Según la UP la movilización de octubre perseguía el derrocamiento de Allende. Evidentemente los mariscales de la UP no supieron olfatear el golpe de estado ni en octubre de 1972 ni en setiembre de 1973 y terminaron como el pastor de la fábula, de tanto anunciar golpes de estado nadie les creyó cuando la cosa fue en serio. Exceptuando el grupo delirante “Patria y Libertad” –una secta fascista sin importancia social ni política– en octubre de 1972 ningún partido de la burguesía buscó el golpe de estado. Por más que se rastreen las declaraciones del Partido Nacional y de la Democracia Cristiana es imposible encontrar llamamientos al derrocamiento de Allende (a diferencia de los días previos al golpe de setiembre de  1973, en los que hasta el Congreso Nacional proclamó que el gobierno estaba apartándose de la Constitución y la ley). En ese mes dramático la burguesía resucitó a González Videla, el más anticomunista de todos los políticos burgueses, quien apareció ante las cámaras de TV después de 20 años de ausencia de la vida pública para hacerle un llamado a Allende para que hiciera lo mismo que había hecho él durante su presidencia, proscribir al PC y mandar a sus militantes a campos de concentración. Para sorpresa de quienes creían que la burguesía quería el derrocamiento inmediato de Allen­de, González Videla finalizó su intervención con una enérgica declaración anti-golpista

En realidad los partidos burgueses se propusieron exactamente lo que consiguieron, llevar a los militares al gabinete y de esta forma cercar y controlar totalmente al gobierno. Este hizo todo lo necesario para que el ob­jetivo de la burguesía se llevara a cabo. A los pocos días de iniciada la huelga de los camioneros, decretó zona de emergencia en las 13 provincias más importantes y las colocó bajo el mando de los mismos generales que hoy masacran a la clase obrera. Simultáneamente im­pidió que los obreros intervinieran en la lucha política convenciéndolos de que su deber era la “batalla de la producción” para romper el paro, y desautorizando o reprimiendo a los pocos sectores que escapando a su control formaban piquetes para abrir los comercios o requisar los camiones. La clase obrera fue confinada a las fábricas en una actitud combativa pero fatalmente defensiva, las calles quedaron hasta el 11 de setiembre en manos de la burguesía y la solución del conflicto fue entregada al ejército, el que pasó a ocupar, montado en la UP, un lugar en el gobierno después de haber perma­necido años fuera de él. El resultado final fue el gabinete UP-Generales, gran triunfo de la burguesía que fue presentado ante las masas como la conquista del ejército para el “programa de la UP”. El único saldo positivo de las luchas de octubre, fue que se desarrollaron los comandos comunales y cordones industriales que habían surgido unos meses antes

Estos vinieron a llenar un vacío de organización muy grande dejado por el carácter burocrático de la CUT(Central Única de Trabajadores) que sólo agrupaba aproximada­mente el 30% de los trabajadores y que no tenía ningún tipo de organización regional en las grandes barriadas obreras. Pero este avance organizativo –exagerado por la izquierda socialista y el MIR que trataron de presentarlo como el surgimiento de soviets– no resultaba gran cosa ante la derrota política que significaba la participación de las FFAA en el gobierno, e iba a desaparecer meses más tarde bajo la brutalidad de la bota militar al no estar sustentado por un avance de la conciencia de clase que permitiera a los obreros comprender el verdadero carácter de las FFAA del régimen. ( continuara´)


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