03.FEB.15 | postaporteñ@ 1339

Chile: los gorilas estaban entre nosotros (3)

 

La lucha electoral de marzo de 1973

autor Helios Prieto

© 1973 Ed. Tiempo Contemporáneo. Bs. As., Argentina -2014 Ed. Viejo Topo. Santiago, Chile

El nuevo gabinete fue un acuerdo transitorio, una conce­sión que la UP se vio forzada a hacerle a la oposición, de espaldas a las masas, pero con la esperanza de recuperar terreno en las elecciones parlamentarias de marzo de 1973. Por su parte la oposición esperaba obtener en esa elección los dos tercios necesarios para colocar a Allende en la situación de sirviente incondicional de un Congreso con mayoría opositora o, simplemente, desembarazarse de él mediante una acusación constitucional. La táctica de la DC (partido Democrata Cristiano) era la primera: su sueño era conseguir que Allende se convirtiera hasta 1976 en un dócil títere de su política para hacerlo llegar a las elecciones presidenciales total­mente desprestigiado y recuperar el gobierno. El Partido Nacional buscaba en cambio crear las condiciones para sacarlo legalmente del gobierno o para un futuro golpe de estado. Las expectativas de la oposición, que después se mostraron desmesuradas, tenían en esos meses cierto asidero. La crisis económica era grave, el desabasteci­miento comenzaba a ser desesperante y en octubre las masas pequeñoburguesas habían actuado a la ofensiva, mientras que el proletariado había estado constreñido a la posición defensiva en que lo había colocado la UP.

Durante cuatro meses y medio la lucha electoral absorbió las energías del proletariado; los cordones industriales que habían surgido como órganos de la lucha de clases directa se incorporaron a la campaña electoral. El Partido Socialista mostró una vez más su tradicional capacidad para canalizar las aspiraciones revolucionarias de las masas por un cauce socialdemócrata. La candidatura de Alta­mirano se presentó como una alternativa “izquierdista” que hizo que el MIR retrocediera en su propósito de presentar candidatos propios y –por temor a un fracaso electoral– se limitara a apoyarla. Los combates de agosto a octubre encontraron eco en los discursos petardistas sin contenido del candidato socialista. “Avanzar sin transar”, “A darles con todo”, “Aplastar la sedición”, “Crear, crear Poder popular”, “Ahora es el momento, con todo y adelante”, eran las consignas del día, vacías pero seductoras.

Por su parte el PC8 partido comunista) desarrolló una inteligente campaña contra el mercado negro y la especulación, logrando convencer a sectores de la población de que el desa­bastecimiento se debía, exclusivamente, al sabotaje y acaparamiento de la oposición. Una burla a las masas por dos motivos: el primero, porque era la política económica de la UP –consustancial a su “modelo de tránsito pacífico al socialismo”– la principal causa del desastre económico; el segundo, porque al día siguiente de las elecciones el PC se olvidó de la lucha contra el mercado negro pasando, alegremente, a ocuparse de otros temas. Lo cierto es que el proletariado chileno dio una prueba más de su paciencia y abnegación, votando por los candidatos de la UP pese a que ésta lo estaba llevan­do al desastre paso a paso; la UP obtuvo el 43 % de los votos y se cerró la salida constitucional a la crisis. En un reciente reportaje publicado en Chile, el general Gustavo Leigh, integrante de la Junta, declaró que fue en el mes de marzo cuando el alto mando de las FFAA comenzó a preparar el golpe de estado. Esto podía ignorarlo sólo quien quisiera ser ciego y sordo a la realidad para seguir disfrutando la molicie de la “vía chilena”. Pese a todo, con un frenesí suicida, la UP siguió alimentando, más que nunca, el mito del carácter profesional, democrático y constitucionalista de las FFAA.

De marzo a junio la U.P. pierde base social

La contienda electoral había desviado a la clase obrera de la lucha de clases. Una vez finalizada, los problemas de las masas se plantearon con crudeza creciente. En los meses de campaña los conflictos sindicales casi desaparecieron, quince días después volvieron a comenzar las huelgas y ocupaciones y se desarrollaron a un ritmo vertiginoso hasta fines de abril, cuando el Congreso despachó la ley de reajustes y hubo otra notoria caída de los conflictos. Ante la ola de huelgas del mes de abril la UP adoptó una política represiva y hostil. La campaña contra el “economismo” se redobló en todos los órganos de prensa  y, en algunos casos, se combinó con la represión directa. Para responder a las exigencias crecientes de las masas el Poder Ejecutivo envió al Congreso –dominado por mayoría opositora– un proyecto de ley de reajustes. Era una maniobra politiquera que buscaba transferirle a los diputados de la burguesía la responsabilidad de responder a las demandas de las masas. El pretexto formal era que el proyecto contenía reformas tributarias para que los aumentos fueran financiados con nuevos impuestos a la burguesía. Por supuesto que el proyecto fue aprobado, meses más tarde, sin esas fuentes de financiamiento.

Respaldado en las elecciones el reformismo se prepa­raba para gobernar hasta 1976 reprimiendo la izquierda. Comenzó organizando un golpe de estado en el MAPU(Movimiento de Acción Popular Unitaria) uno de los partidos de la UP, en el que el ala izquierda, que tenía algunas posiciones cercanas al MIR(Movimiento de Izquierda Revolucionaria) había ganado el último Congreso. Matones armados por el PC ocuparon los locales partidarios y la imprenta, ex­pulsaron a los dirigentes legítimos e impusieron como dirección a la derecha minoritaria. Este golpe era un tanteo inicial para desatar una ofensiva similar contra la izquierda socialista, pero la reacción de la base obrera del MAPU que apoyó masivamente a la dirección de izquierda, dejando a los golpistas en minoría, pospuso la ofensiva contra la izquierda socialista. Esta no llegó a consumarse nunca porque la reanudación de la lucha de clases despertó al reformismo de su sueño electoral y lo obligó a unir fuerzas para enfrentar –a su modo– la  nueva ofensiva burguesa, y para ahogar los intentos de autonomía de la clase obrera

La dirección socialista-comunista de la CUT, que había sido incapaz en dos años y medio de gobierno de sindicalizar a los trabajadores y de crear organismos regionales de coordinación sindical, se lanzó sobre los cordones industriales, creación de los sectores más avan­zados de la clase obrera, con la pretensión de controlarlos para impedir que estorbaran los planes económicos del reformismo, principalmente su política salarial y sus propósitos de limitar la extensión del área estatal de la economía para llegar a un acuerdo estable con la De­mocracia Cristiana. Esta política contra el proletariado se desarrolló por tres andariveles. Donde pudo hacerlo, el gabinete UP-Generales devolvió las empresas que los obreros se habían tomado en la crisis de octubre (las trece industrias electrónicas de Arica por ejemplo) para restarle poder a los cordones y ofrecerle garantías a la burguesía. Se desató a la vez una campaña contra el “paralelismo sindical” exigiendo a las direcciones autónomas que se subordinaran a la dirección de la CUT. Esta dirección, por último, comenzó a organizar cordones industriales donde no existían todavía, siguiendo procedimientos antidemocráticos, designando los dirigentes desde arriba y con muy poca participación de las masas, en la perspectiva de preparar un “Congreso de los Cordo­nes” en el que tendría –gracias a estos procedimientos burocráticos– mayoría para imponer su política. Esta guerra de desgaste contra los sectores más avanzados de la clase obrera fue la fase inicial de una ofensiva que culminaron, a sangre y fuego, los militares. El MIR participó inicialmente en la formación de los cordones industriales y comandos comunales, pero no entendió su naturaleza y las funciones que espontáneamente les asignaba la clase obrera: para ésta eran organismos proletarios en los que se nucleaba para crear sindicatos clasistas, defender sus reivindicaciones inmediatas y enfrentar a la burocracia estatal y sindical. La dirección del MIR, en cambio quería que en Chile se repitieran las condiciones de la Rusia del 17, entonces pretendió que los cordones jugaran el papel de los soviets. Esto condujo a que sectores conscientes del proletariado se apartaran de ellos cuando empezaron a tratar los pro­blemas de abastecimiento y distribución de alimentos y más tarde, cuando se desató la ofensiva burocrática, el MIR no supo cómo responder y terminó adhiriendo a la campaña contra el “paralelismo sindical”. Su represen­tante ante una mesa redonda organizada por la revista socialista-mirista “Chile Hoy”, señaló que los cordones “incurrían en paralelismo sindical” sorprendiendo al coordinador de la mesa que llegó a preguntarle cómo era posible que el MIR tuviera una posición más hostil hacia los cordones que los socialistas. La explicación subsiguiente fue de antología: si los cordones hubieran agrupado todos los sectores populares (soviets), no hubieran caído en el paralelismo; como no lo hacían, caían en él. El conflicto que jugó un papel central en este período fue la huelga de los mineros de El Teniente. El proletariado del cobre había sido en Chile la indiscutible vanguardia del movimiento obrero hasta 1970. Se trata del sector del proletariado más altamente concentrado y sometido –junto a los mineros del carbón– a las peores condiciones de vida y de trabajo. Aislados en campamentos insalubres, en medio del desierto, bajo la explotación directa de las compañías imperialistas, los obreros del cobre tenían en su haber el más alto por­centaje de huelgas en todo el país, y habían sufrido las peores masacres durante la administración de Frei. En septiembre de 1970 fue en los enclaves cupríferos donde Allende sacó el más alto porcentaje de votos de todo el país, porcentaje que osciló en las tres concentraciones más grandes (El Teniente es una de ellas) entre el 60 y el 80 % (mientras en el resto del país promedió menos del 33%). Es cierto que los obreros del cobre tenían salarios más altos que el promedio nacional, pero no se debía a la “generosidad” de las compañías norteamericanas. Simplemente ocurría que en quince o veinte años de trabajo brutal, los obreros del cobre desgastaban total­mente su fuerza de trabajo, siendo el sector obrero que tenía el promedio de vida más bajo; en la gran minería del cobre hay, además, un promedio de 300 accidentes de trabajo mortales por año.

Una dirección que quisiera realmente arrancar a los  capitalistas parte de la plusvalía y redistribuir el ingreso nacional favoreciendo a la clase obrera con mayores sala­rios, propósito que decía perseguir la UP con su proyecto de ley de reajustes enviado al congreso justamente en la época en que comenzó la huelga de El Teniente, no tenía otro modo de movilizar la clase obrera de todo el país que apoyar las demandas del sector tradicionalmente más combativo, para luego extenderlas al resto del mo­vimiento obrero. La UP hizo exactamente lo contrario. La huelga se inició contando con el apoyo de la totalidad de los obreros de “El Teniente”, socialistas y comunistas incluidos, pero a los cinco días de iniciada, las direcciones de esos partidos conminaron a sus afiliados para que volvieran al trabajo, cosa que hicieron en los lugares en que los sindicatos estaban controlados por socialistas y comunistas. De inmediato la UP desató una odiosa campaña tendiente a separar a los obreros del cobre del resto de su clase tildándolos de “aristocracia obrera” (cada uno de esos “aristócratas” tiene una expectativa de vida de 40 o 50 años). Se alimentaron las más bajas pasiones de los obreros apelando a los más sumergidos, como por ejemplo, los obreros del carbón que ganan salarios de dos o tres mil escudos mensuales, para que denunciaran a sus hermanos del cobre como privilegiados. Se ocultó ante los ojos del país y el mundo el carácter proletario del conflicto, llamando a los huelguistas “empleados” y negando que fueran obreros. Una sucia utilización de una ley democratacristiana, que le había otorgado el nombre formal de empleados, entre otros, a los torneros, electricistas, fresad ores, ajustadores, operadores de palas mecánicas y choferes, oficios que dado el alto grado de especialización de la gran minería del cobre, abarcan casi la mitad de los obreros.

Ni siquiera el legislador democratacristiano habría imaginado que su ley sería tan útil para dividir a los obreros. El principal dirigente del conflicto, Guillermo Medina, que había sido un año antes el jefe de la cam­paña electoral del candidato socialista, fue desde allí en adelante, para toda la prensa UP, el “nazi Medina”. La misma prensa publicó declaraciones de su hijo, militante de la juventud comunista, renegando de su padre.

Sin embargo, el heroico proletariado minero no cedió. A los treinta días de huelga una vez que se hizo evidente que el gobierno UP cuidaba escrupulosamente sus intereses, la burguesía comenzó a hacer una utilización demagógica del conflicto. La confederación “Triunfo Campesino” controlada por la democracia cristiana, apoyó pública­mente a los huelguistas y tras ella se incorporaron los gremios burgueses y los estudiantes opositores. La UP había arrojado lo mejor de su base social en brazos de sus enemigos. La dirección sindical de Chuquicamata, la mina a tajo abierto más grande del mundo, llamó en ese momento a una elección para decidir si marchaba o no a la huelga en apoyo a los mineros de El Teniente. La posición de la UP, de no adherir a la huelga, ganó por menos de 100 votos sobre un total de 5.000 votantes; con desparpajo, el burócrata comunista de la CUT, Luis Figueroa, presentó esta división de la clase obrera de Chuquicamata por la mitad, como un gran triunfo del proletariado contra el nazismo. Cuando en junio, los obreros de El Teniente marcharon sobre Santiago a exigir una entrevista con Allende, el grupo móvil de carabineros, que la UP decía haber disuelto en 1970, los esperó sobre un puente y los reprimió violentamente. En Rancagua, la ciudad más cercana a la mina, también los carabineros, obedeciendo órdenes del gobierno, di­solvieron a los manifestantes con todos sus elementos disuasivos, incluyendo tanquetas. Protegiendo a los crumiros (5) socialistas y comunistas de los piquetes de huelga, los carabineros asesinaron a un huelguista.  En este clima de profunda división de la clase obrera, se produjo el intento golpista del Blindado 2 del 29 de junio

(5) Crumiro: sinónimo de esquirol, rompehuelgas

continuará


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