05.FEB.15 | postaporteñ@ 1341

Chile: los gorilas estaban entre nosotros (4)

 

autor Helios Prieto

© 1973 Ed. Tiempo Contemporáneo. Bs. As., Argentina -2014 Ed. Viejo Topo. Santiago, Chile

Del intento de Souper al golpe del 11 de setiembre 

El 29 de junio los militantes de la UP despertaron sor­prendidos por el fuego de artillería contra La Moneda. Veinte veces el Gobierno había anunciado el golpe de estado; esta vez no había preparado ninguna movilización ,del coronel Souper, había sido precedido por uno de esos procesos tan propios de la “vía chilena”. Souper era uno de los pocos militares con mando de tropa que estaban conspirando con la secta “Patria y Libertad”, actividad que fue mal vista por el alto mando que quería preservar la unidad de las FFAA para asestar su propio golpe. El día 21 se le notificó, que en conocimiento de sus actividades conspirativas, el alto mando había resuelto destituirlo como jefe de su unidad, lo que se haría en ceremonia, con banda y formación, el día 29 a las 11 de la mañana. Ese día, a las 9, cuando Allende aún no había llegado a La Moneda, Souper la sitió con 4 tanques y soldados. El alto mando reprimió en pocas horas el intento. El coronel golpista no había intentado seriamente tomarse el poder, pero había creado un típico hecho de “pro­paganda armada”; su acción actuó como catalizador y desencadenó un abierto proceso de deliberación dentro de las FFAA que ayudó a los propósitos golpistas del alto mando y colocó a la UP en una situación de mayor dependencia política respecto de la DC.

El grueso de la oficialidad y suboficialidad de las FFAA, profundamente anticomunista, estrechamente vinculada con el ejército norteamericano y mucho menos formada políticamente que los altos oficiales, venía tolerando con impaciencia la hábil política del alto mando, con­sistente en apoyar a Allende para cercarlo y someterlo y era partidaria, desde mucho tiempo antes, de una salida golpista. Las FFAA eran una caldera a punto de explotar contenida por el estado mayor. Hoy, nadie que haya sido testigo de las brutalidades cometidas por el grueso de los oficiales y suboficiales después del 11 de setiembre puede dudar de cuál era el estado de ánimo de esa gente antes de esa fecha. Pero toda la izquierda chilena, incluido el MIR, prefirió cerrar los ojos ante esta realidad y engañarse trasladando al interior de las FFAA, un esquema de “lucha de clases” que sólo era una ilusión

La UP había intentado cortejar a las FFAA con una política económica que era el reverso de la aplicada con el proletariado. Nunca los militares chilenos gozaron de tantas prebendas como en los tres años de gobierno de Allende y justamente cuando los mineros de El Te­niente eran reprimidos a sangre y fuego, el P.E. envió al Congreso con carácter de urgencia un proyecto para otorgarles fabulosos aumentos de sueldo a los militares (cuya magnitud fue ocultada como secreto de estado). Con esta ingenua política se creía poder ganarlos y se esperaba (luego veremos que se esperó hasta último momento) una reacción antigolpista de los suboficiales y soldados. Pero la realidad era la inversa a lo soñado por la UP y la salida extemporánea de Souper desencadenó un movimiento de base de la oficialidad y suboficialidad que en todos los cuarteles empezó a exigir al alto mando una definición rápida.

Por otra parte, el día 29 quedó en claro la absoluta  indefensión de la UP ante un pronunciamiento militar. A las 9 hrs., cuando fue notificado en su residencia de Tomás Moro que los tanques rodeaban La Moneda, Allende llamó a la clase obrera a movilizarse al centro de la ciudad para reprimir el intento. Quince minutos más tarde, luego de haber conferenciado con los coman­dantes en jefe, dio marcha atrás en la directiva y llamó a los obreros a ocupar las fábricas y a esperar las órdenes de la CUT, y a “confiar en los soldados de la patria”. El desarme del Blindado 2 quedó a cargo de la comandancia del ejército y las masas recién entraron en escena a la noche en una concentración ante La Moneda, donde fueron forzadas por Allende a vivar a los verdaderos golpistas: los comandantes de la Marina y la FACH(Fuerza Aérea de Chile). Esa misma noche, el MIR, por un error de cálculo político, también manifestó su debilidad. Al término del acto de masas frente a La Moneda, un camión con parlantes se instaló frente a la Biblioteca Nacional, ubicada a unas cinco cuadras de distancia, llamando a “todo el pueblo de la provincia de Santiago a concentrarse para escuchar la palabra del Secretario general del MIR, Miguel Enri­quez”. Unos doscientos jóvenes, en formación militar, con cascos y largos garrotes, se ubicaron frente a la escalinata y cinco minutos más tarde llegó a un ómnibus del que descendieron cuatro carabineros armados con fusiles provocando una desbandada general. Así, por obra de cuatro carabineros, el jefe de la más temida formación paramilitar de la izquierda no pudo hacer oír su voz en tan histórica noche.

A partir del día 29, la dirección de la UP comprendió que su única posibilidad de estabilidad residía en un acuerdo con la DC. Pero los reformistas tienen un siglo de experiencia en negociaciones y saben que para sentarse a una mesa de acuerdos es necesario conquistar primero una posición de fuerza. Los primeros quince días de julio fueron de una euforia indescriptible. La UP quería con­vencer a las masas de la fidelidad de las FFAA y de que se había “aplastado el golpe”. La revista mirista “Punto Final” dedicó su ejemplar del día 30 (que fue requisado por el ejército), a la consigna “Ahora dictadura popular de la UP y las FFAA”; en un suplemento especial se explicaba que para terminar con los intentos golpistas debía instaurarse una “dictadura popular” del ejército y la UP y disolverse el Congreso, el Poder Judicial y la Contraloría de la República; como vemos, una posición aún más derechista que la del PC. En todas las fábricas estatizadas los interventores suspendieron la producción y los obreros comenzaron a fabricar armamento para “asestar el golpe definitivo a los momios”. Los mariscales de la insurrección UP hacían fabricar sables (!), miguelitos, explosivos caseros, linchacos y granadas a los obreros. Esta línea delirante fue impulsada por la UP en su conjunto, incluido el PC: la finalidad que se perseguía era asustar a la DC y obligarla a llegar a un acuerdo. El resultado que se obtuvo fue galvanizar a las FFAA y determinarlas a planificar una verdadera operación de exterminio. Los obreros democristianos informaban a sus direcciones o directamente a los militares, de los preparativos que se llevaban adelante en las fábricas, y el ejército centralizaba esa información llegando a la conclusión de que debía actuar con rapidez y suma violencia para evitar que el proletariado se armara.

El MIR y la izquierda del PS( Partido Socialista) llegaron a creer que el reformismo estaba dispuesto a desatar la guerra civil para hacer la revolución socialista. En esos círculos se sostenía que el PC estaba “entre la espada y la pared” y que para no sucumbir desataría la insurrección. Se fantaseaba con paralelos históricos recordando al PC vietnamita de los años 30, sin reparar en las diferencias que separaban a Chile de Vietnam, al año 30 del 73, y a Ho Chi Min de Lucho Corvalán. Arrastrado por ese clima, Miguel Enríquez pronunció a mediados de julio, un discurso delirante en el Caupolicán, en el que sostuvo que la clase obrera chilena nunca había estado tan cerca de la toma del poder y que bastaba con dar un pequeño empujón a los reformistas para que la insurrección proletaria se consumara. En realidad ocurría exactamente lo contra­rio: conducida por la política irresponsable, aventurera a veces, entreguista otras, del centrismo reformista, la clase obrera marchaba, ineluctablemente, a su derrota. Los reformistas nunca han hecho revoluciones

Es necesario recalcar que el salvajismo de la represión golpista guarda relación directa con el irresponsable aventu­rerismo de la UP. Los reformistas chilenos tropezaron con un obstáculo insalvable para llevar adelante su proyecto: Chile es un país atrasado, con graves contradicciones y una gran pobreza. Los gobiernos reformistas o socialde­mócratas (el chileno lo fue en todo sentido) necesitan de un proceso de desarrollo económico y riqueza para conservar su estabilidad. Esto ha sido harto demostrado por la experiencia del reformismo europeo. Como en Chile no se dan esas condiciones y la UP estaba presio­nada por los cubanos que la apoyaban (pero le exigían una política militarista de recambio “por si fracasaba la vía chilena”) fue incapaz de darse una política reformista coherente y coqueteó permanentemente con las tenden­cias militaristas. Allende no quería renegar de su pasado de jefe de la OLAS, ni romper con los revolucionarios –después de todo una de sus misiones era impedir que estos actuaran en forma independiente– entonces se veía obligado a hacerles concesiones para poder mantener su apoyo. En marzo de 1972 pidió o aceptó la llegada de una gran cantidad de armamento que fue detectado por el servicio de inteligencia militar (armamento que en lugar de ser distribuido al proletariado fue encontrado el 11 de setiembre en los sótanos de La Moneda y To­más Moro) y que arribó a Pudahuel en un avión de la Cubana de Aviación. Periódicamente algunos miembros del GAP -Grupo Amigos del Presidente-(su guardia defensiva) caían presos en acciones expropiatorias o vinculadas con grupos militaristas; en su residencia del Cañaveral efectuaba prácticas de tiro con los miembros del GAP que eran fotografiadas por  agentes del servicio de inteligencia militar infiltrados en sus círculos más allegados. Mientras toda su política era reformista y no se preparaba a la clase obrera para enfrentarse con las FFAA el alto mando iba registrando estas extrañas actividades del presidente y llegando a la conclusión (los militares no hacen análisis muy sutiles) de que estaba ante un enemigo peligroso al que había que aplastar sin piedad. A esta altura la UP había logrado crear la impresión de que estaba armando al proletariado y preparándose para un enfrentamiento decisivo, sin haber hecho nada serio en este sentido. Entonces el cardenal Silva Henriquez (el mismo que hoy sale de garante del humanitarismo de la Junta Militar) hizo un llamado al diálogo para evitar la guerra civil. El Partido Comunista venía –desde varios meses atrás– desarrollando una intensa campaña de propaganda contra “la guerra civil”, con el fin de presionar a la Democracia Cristiana para un enten­dimiento y de convencer a las masas de la necesidad de ese acuerdo. En realidad nunca existió el menor peligro de guerra civil ya que para que eso ocurra, como todo el mundo sabe, son necesarios dos ejércitos. En Chile eso podía suceder solamente de una de dos maneras: una división en las FFAA, cosa que era imposible como lo demostraron los hechos posteriormente, división, por otra parte que ningún partido de izquierda trataba de provocar; o el armamento del proletariado, condición que sólo podría darse a partir de un cambio cualitativo en la política reformista de la UP. El llamado del cardenal le vino muy bien al PC y a Allende para dar un brusco viraje. Este último, en un discurso pronunciado el 25 de julio ante un plenario de delegados de la CUT (Allende siempre eligió escenarios obreros para hacer sus anuncios más antiobreros) anunció la apertura del diálogo con “el partido democrático mayoritario de Chile” (según Allende la Democracia Cristiana) para evitar la “guerra civil”. Cuarenta y cinco días antes del golpe Allende consideraba que los principales problemas del país eran las demandas salariales excesivas de los obreros, su “eco­nomicismo”, y el “paralelismo sindical” de los cordones industriales. Pronunció un severo sermón contra la clase obrera y aclaró tajantemente: “ESTE PAÍS VIVE UN PROCESO CAPITALISTA”; anunció una severa política salarial advirtiendo que en el año próximo los reajustes de sueldos podrían ser inferiores al alza del costo de la vida, aclaró que las FFAA seguirían aplicando estricta­mente la ley de control de armas y sugirió, en medio de una ovación de sus anfitriones “comunistas” que el MIR podría estar actuando en complicidad con la CIA. Como vemos, una excelente política para preparar al proletariado para los enfrentamientos que se avecinaban

La primera fase de preparación del golpe

Durante todo el mes de agosto, mientras Allende y Aylwin (el presidente del PDC) dialogaban, sembrando la confusión en la clase obrera que luego de dos semanas de “preparativos insurreccionales” veía nuevamente a su dirección sentada a la mesa de las negociaciones con la DC; las FFAA, amparándose en la ley de control de armas, realizaron expediciones punitivas contra fundos y fábricas. La primera se llevó a cabo en Lanera Austral de Punta Arenas, allí golpearon a todos los obreros, robaron sus efectos personales, mataron a uno e hirieron a otro de un bayonetazo y destrozaron las máquinas buscando armas sin resultado. La UP no condenó el operativo. Las FFAA –a la par de intimidar a los obreros– medían la magnitud del “armamento popular” y la firmeza po­lítica del gobierno. Las únicas voces de protesta fueron las del MIR y la del diputado socialista Mario Palestro. El día 8 de agosto el general “allendista” Carlos Prats, presentó una querella del ejército contra ambos en los tribunales de justicia. El 7 de agosto la Marina detuvo a un grupo de marineros y suboficiales atribuyéndoles un fantasioso plan subversivo. En realidad era un pequeño grupo de simpatizantes de la UP que, creyendo en la propaganda del allendismo, habían efectuado algunas reuniones para concertar alguna acción contra los des­embozados preparativos golpistas de la oficialidad. Los detenidos fueron sometidos a torturas y flagelaciones. Cuando éstas fueron denunciadas por sus familiares y abogados Allende reaccionó defendiendo a la Marina. “Las acciones o declaraciones –dijo refiriéndose a las denuncias de torturas– que contribuyen a dificultar un proceso critico como el que vive la Nación son altamente perjudiciales; el gobierno ha insistido en que no puede deformarse la realidad chilena con un falso antagonismo entre el pueblo y las FFAA”. Y más adelante “en relación con las denuncias públicas sobre flagelaciones a miembros de la marina sometidos a proceso, he sido informado que algunos de estos han ejercitado las acciones legales ante los tribunales navales respectivos. Si hay culpables de torturas, serán sancionados (¿por quién? ¿por los mismos tribunales que torturaban?) En caso contrario serán castigados los que se hayan hecho responsables de imputaciones sin fundamento”. Después de este episodio escarmentador, si existían en las FFAA grupos dispuestos a defender al gobierno, debían darse por notificados del repudio del mismo Allende

El 30 de agosto las FFAA allanaron un Centro de reforma agraria en la provincia de Cautín; en la misma caso del fundo 27 fueron torturados campesinos para que declararan que estaban preparando guerrillas. El gobierno guardó silencio.

En la primera semana de setiembre las FFAA desataron una oleada de allanamientos en las fábricas más importantes de Santiago. El día 7 atacaron con ametralladoras punto 30 la planta textil de Sumar-Nylon, hubo muertos y heridos. Todos los allanamientos tuvieron las mismas características de brutalidad y fueron tolerados en silencio por el gobierno. La revista mirista “Punto Final” que días antes pedía una dictadura popular de ese ejército y la UP, ahora se lamentaba amargamente “nadie desar­ma a los golpistas”. Los militares comprobaban que el proletariado estaba prácticamente desarmado y atado de pies y manos por la UP

El 26 de julio –respondiendo al pacificador discurso de Allende del día anterior– la oposición desató su ofensiva final de masas contra el gobierno. Durante todo el mes de agosto los camioneros paralizaron el transporte y el comercio efectuó repetidos paros agravando el desabas­tecimiento de la población. El país estaba paralizado, los terroristas de “Patria y Libertad” actuaban tan impu­nemente, y asesorados por oficiales del ejército, que el 13 de agosto provocaron un apagón en casi todo el país mientras Allende hablaba por la red nacional de radio y televisión. La UP respondió encomendando al lobo el cuidado de las ovejas: para solucionar el conflicto del transporte Allende designó interventor al general Herman Brady, el actual jefe de estado de sitio en Santiago. Es fácil imaginar el empeño que puso este destacado golpista para terminar la huelga de los camioneros.

El 22 de agosto, por primera vez en tres años, se rompía el bloque que en todos los momentos críticos habían  formado el partido de la burguesía industrial (la DC) y los partidos de la burocracia del estado burgués y la pequeña burguesía (los que formaban la UP). La DC votaba con los nacionales una declaración en el Congreso en la que advertía que “el Ejecutivo ha quebrantado gra­vemente la constitución política del Estado” y llamaba a los ministros militares a “evitar avalar determinaciones políticas partidistas y encauzar la acción gubernativa por las vías del derecho”.

Todavía no era un llamado directo al golpe porque la DC se había negado a apoyar el proyecto inicial de los Nacionales reservándose todavía un estrecho margen de maniobras para apoyar a Allende si éste, puesto ya al borde del abismo, se decidía a cambiar cualitativa­mente su política y otorgaba garantías a la burguesía industrial, entre las cuales, la primera era aplastar a los sectores más avanzados del proletariado. En los últimos días de agosto el general César Ruíz Danyau, destacado golpista que Allende había presentado a las masas como uno de los héroes de la jornada la noche del 29 de junio, contribuyó a agravar la situación en las FFAA presen­tando su renuncia como Ministro y Comandante de la FACH, pero declarando más tarde que había renunciado solamente a su cargo de Ministro, y que el presidente le había exigido la renuncia como Comandante. La derecha protestó acusando a Allende de darle carácter político a los cargos de jefes militares y Frei le recordó al Presi­dente que el Estatuto de Garantías Constitucionales le obligaba a mantener la “profesionalidad de las FFAA”. Allende designó como sucesor de Ruiz en el comando de la FACH a Gustavo Leigh, el más derechista de los actuales miembros de la Junta Militar.

En la última quincena de agosto la oposición inició una campaña de actos públicos y recolección de firmas exigiendo la renuncia de Allende “para abrir paso a una nueva institucionalidad”. Amplios sectores de la pequeña burguesía –encabezados por la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica– se pasaban abiertamente al golpismo y rompían con los mitos de la democracia republicana. La Democracia Cristiana apoyaba la campaña pero ofreciendo todavía a Allende la opción de “rectificar rumbos”. Esta campaña culminó el 6 de setiembre con una gigantesca concentración de mujeres opositoras en la que las principales oradoras exigieron al Presidente que “rectificara su política o renunciara”. Simultáneamente se efectuaban repetidas manifestaciones de mujeres de altos oficiales frente al Ministerio de Defensa y la residencia privada del Co­mandante del Ejército, general Carlos Prats, exigiendo su renuncia “porque era el único obstáculo que faltaba remover”. ¿Para qué? Evidentemente para un golpe de estado sin fisuras en las FFAA. Prats decidió de inme­diato dejar el camino libre a los golpistas y renunció declarando que él “no podía dividir al ejército”. Esta actitud que bordeaba la complicidad con el golpismo fue presentada por Allende como un gesto “patriótico e histórico”. Los diarios de la UP publicitaron en primera plana una carta de Tomic a Prats, en la que aquel lo equiparaba con O’Higgins. El día 25 de agosto Allende designó comandante del ejército a Augusto Pinochet, el comando del golpe quedaba integrado.

La UP organizó una concentración de masas para rendirle homenaje al general que se iba para facilitar la unidad del ejército. La clase obrera fue convocada a esta farsa pero sólo asistieron grupos de obreros controlados muy estrechamente por el PC y el PS. Al día siguiente los diarios opositores se solazaron mostrando la foto de la silla que estaba reservada para el general Prats que permaneció vacía porque el “patriota” no concurrió al homenaje. El 4 de setiembre el comandante de la Marina, contralmirante Montero presentó su renuncia porque el hombre designado por la oficialidad, del arma para ocupar su lugar en el comando golpista era Toribio Me­rino. Allende intentó una última maniobra para impedir que el comando se constituyera: rechazó la renuncia de Montero. Esa misma tarde concurrió al desfile de masas organizado para festejar el tercer aniversario de su triunfo electoral. Un multitudinario desfile de muertos pasó frente a la tribuna donde los dirigentes no pronuncia­ron ningún discurso porque ya nada tenían que decir a las masas. Algunas obreras y obreros lloraban, otros marchaban cabizbajos, había pocos gritos y consignas, la clase obrera se sentía derrotada siete días antes del golpe final. Allá arriba, en los palcos en los que se notaba la ausencia de los cuatro ministros militares, los que la habían llevado a esa derrota permanecían impávidos, mirando al frente, conocedores del final cercano. Al día siguiente el general Torres de la Cruz, el que había dirigido el allanamiento contra Lanera Austral, advirtió a la izquierda, en una declaración que sirvió de modelo al lenguaje de la Junta Militar días más tarde, que “las FFAA no se darían descanso en su afán de descubrir y sancionar a los chilenos indignos y a los extranjeros indeseables”

El domingo 9 la Democracia Cristiana hacía un último intento por salvar a la burocracia política chilena, una casta que había sobrevivido desde hacía 160 años, fecha en que se fundó el Congreso Nacional, y que había servido de cemento para mantener el bloque UP-DC hasta días antes. Un plenario de dirigentes nacionales y provinciales ofreció a Allende la renuncia simultánea de todos los diputados y senadores si él presentaba la suya, para posibilitar un nuevo llamado a elecciones. La UP, con su lenguaje proverbial respondió: ¿Renuncia? ¡NICA! (6 )

6 Nica: expresión popular chilena que significa “ni cagando”

(continuará)


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