autor Helios Prieto
© 1973 Ed. Tiempo Contemporáneo. Bs. As., Argentina -2014 Ed. Viejo Topo. Santiago, Chile
El golpe de estado del 11 de setiembre es una derrota histórica para la clase obrera chilena que los propagandistas de la internacional de los imbéciles tratarán de ocultar en todo el mundo para disminuir su propia responsabilidad
Derrota histórica en un doble sentido. En primer lugar porque la clase obrera chilena creyó alcanzar sus fines históricos: la construcción del socialismo, por medios electorales y pacíficos. Pasarán años antes de que los obreros chilenos que en todo este siglo no hicieron un solo intento insurreccional, puedan formarse una nueva conciencia y comprendan que esos fines sólo los pueden alcanzar por medios insurreccionales; máxime cuando la internacional de los imbéciles y sus amigos socialdemócratas tipo Roger Garaudy usan sus medios de comunicación de masas para tratar de demostrar que lo ocurrido en Chile no significa la imposibilidad de llegar al socialismo por vía pacífica.
En segundo lugar porque los mejores combatientes del proletariado chileno han sido exterminados o están en la cárcel. Fue una “vanguardia” de características muy particulares ya que en defensa de una política ajena a los intereses del proletariado llegó a enfrentarse a las grandes masas menos politizadas.
Pero fue la vanguardia, real, existente, del proletariado más maduro de América Latina. Pasarán muchos años antes de que la clase obrera chilena destaque de su seno una nueva vanguardia despojada de las ilusiones reformistas que tuvo la que cayó bajo la represión militar. Las masas no tienen posibilidades de una respuesta efectiva inmediata. Los partidos tradicionales de la clase obrera están desorganizados y en estado de semi-disolución. La CUT ha sido disuelta y por mucho tiempo no habrá un organismo eficaz que centralice la lucha de las masas; los reformistas chilenos no habían sido capaces de sindicalizar más del 33% de los trabajadores teniendo el gobierno, no puede esperarse que lo hagan en las condiciones que ha establecido la dictadura militar. Las masas han sido traicionadas y lo comprenden así perfectamente pese a la mitología que quieren elaborar para consumo de la izquierda sus traidores. El estado de ánimo prevaleciente entre los obreros detenidos en los campos de concentración es profundamente autocrítico, ellos comprenden que la política reformista de la UP fracasó y que muchos de sus dirigentes los traicionaron. Pese a la muerte heroica de Allende critican su determinación de resistir en La Moneda, símbolo secular del poder burgués, en lugar de hacerlo en los cordones industriales, junto a lo mejor de la clase obrera chilena. Es precisamente en este espíritu crítico del obrero chileno, en su capacidad de asimilar las experiencias históricas, en su desconfianza en los caudillos, mitos y dogmas, donde residen sus mejores posibilidades de recuperación. Recuperación que demandará mucho tiempo pero que vendrá inevitablemente.
El drama más grande de Chile es que una clase obrera socialista y combativa –aunque llena de ilusiones reformistas– no ha encontrado una dirección marxista revolucionaria capaz de proponerle una política proletaria. La intelectualidad de izquierda chilena vivió todo este siglo del puesto público del parlamentarismo. Hábil para la maniobra política, para la trama en los pasillos parlamentarios, para el discurso demagógico y la prebenda politiquera, fue incapaz de generar un movimiento teórico que pudiera confluir con las masas obreras en la formación de un partido revolucionario. Esta ausencia de teóricos marxistas era destacada con orgullo por los dirigentes del PC como un mérito. Se sabe que los burócratas son grises y viven explotando la ignorancia que les permite utilizar el nombre del marxismo para su política oportunista. Pero la experiencia histórica demuestra –al menos hasta ahora– que sin la existencia de una intelectualidad revolucionaria la clase obrera no construye su partido.
El único fenómeno “nuevo” lo ha constituido el desarrollo del MIR. Este grupo surgió como una típica organización castrista y con un proyecto foquista. El triunfo electoral de Allende lo obligó a buscar una “política de masas” y a rever sus posiciones (se hizo más de una autocrítica innecesaria), pero hasta ahora no superó las limitaciones propias del castrismo. Su dirección joven, sin experiencia, sin intelectuales, de bajísimo nivel teórico y de origen pequeñoburgués (en su Comité Central no hay un sólo obrero), no acertó a proponer otro programa y otra táctica en los últimos tres años que la del reformismo teñida por una crítica de “izquierda”. Cada política de la UP fue seguida –incluso sus candidatos electorales en una situación en la que nada impedía que el MIR presentara los suyos– fielmente por su dirección, la que buscaba “diferenciarse” y justificar su existencia como organización independiente, haciendo algunas críticas verbales de “izquierda”. Su estructura vertical, típica del militarismo, no fue modificada y repele a los obreros revolucionarios que necesitan de la vida política, la democracia interna y la discusión para coordinar una acción eficaz. Meses antes del golpe algunos de sus dirigentes obreros más importantes habían roto con su dirección porque la consideraban burocrática y oportunista. En realidad se trata de una dirección que quiere hacer la revolución “para” los obreros, pero que no ha comprendido en absoluto que “la liberación de la clase obrera sólo puede ser obra de ella misma”. Es casi inevitable que una organización con esas características, con muy poca influencia en la clase obrera, en la situación de opresión en que se vive ahora en Chile donde cualquier acto terrorista parece moralmente justificado, presionada por el castrismo caiga en la acción guerrillera de pequeños destacamentos aislados de las masas. Hasta ahora la dirección ha resistido esas presiones, pero es probable que no pueda hacerlo por mucho tiempo al menos sin fracturas importantes. Es necesaria la paciencia campesina combinada con el origen proletario que tuvo la dirección de Ho Chi Min y sus camaradas, para resistir una situación tan favorable al terrorismo pequeñoburgués y dedicar diez años –como lo hizo en la década del 30 el PC Vietnamita– a organizar a las masas. Si el MIR, siguiendo las indicaciones de los cubanos y despreciando la experiencia de doce años de inútiles sacrificios en América Latina, cae en el guerrillerismo, sólo contribuirá a desorganizar aún más a las masas, a apartar a valiosos cuadros de la tarea de organización del partido de la clase y a crear, introduciendo elementos ajenos a la lucha de clases del proletariado, condiciones para una más dura represión al movimiento de masas
Se trata de la única organización que ha sido capaz de salvar sus cuadros y conservarlos en la clandestinidad; que juegue un papel positivo o negativo en el proceso de reorganización del movimiento obrero chileno que hoy se abre, depende del curso futuro que tome su política.
La consigna central con que la Junta Militar ha iniciado su mandato es la “Reconstrucción Nacional”. Evidentemente se trata de la reconstrucción del capitalismo chileno y dé su desarrollo. Tres años de experimentos reformistas crearon una crisis monetaria y financiera, desataron una inflación galopante, hipertrofiaron aún más el ya monstruoso aparato burocrático y trabaron la reproducción capitalista; pero dejaron intacto el aparato productivo, salvo claro está, el retraso en la renovación de equipos y maquinarias que durante ese tiempo no se importaron por el cerco imperialista y porque se dilapidaron las divisas en importaciones suntuarias y de alimentos que el campesino chileno prefería contrabandear o vender en el mercado negro.
Pero todas estas distorsiones son relativamente fáciles de corregir aún cuando desaten luchas internas entre sectores de la burguesía y hagan necesario aplastar al proletariado bajo un talón de hierro. La UP –como lo demostraremos en un trabajo más extenso apoyándonos en todos sus documentos– se propuso solamente modernizar el capitalismo chileno. En 1970 Chile era uno de los pocos países semi-coloniales que quedaban en América Latina. El control de sus riquezas básicas estaban en manos del imperialismo. La tarea de recuperarlas, que otras burguesías latinoamericanas encararon por sí mismas bajo la dirección de Perón, Vargas, Cárdenas, Estensoro, etc., la había encarado la burguesía industrial chilena durante el gobierno de Freí.
Pero la democracia cristiana, atada por infinidad de hilos a la alta burguesía industrial asociada al imperialismo, no pudo llevar esa tarea hasta el fin; su astucia diabólica consistió en dejársela a los “partidos del proletariado” para después arrojarlos como un limón exprimido. La nacionalización del cobre y las riquezas básicas fue aprobada por unanimidad en el Congreso Pleno y hasta un reaccionario como el Contralor General de la República aprobó la deducción en concepto de “ganancias excesivas” de las indemnizaciones a las compañías norteamericanas del cobre
Después de Allende, Chile surge como un país capitalista relativamente independiente. El cobre, salitre, hierro, carbón, electricidad, petróleo, los bancos y algunas fábricas importantes que antes estaban en manos del capital extranjero, ahora son propiedad del Estado Burgués Chileno. Una enorme masa de plusvalía que antes de 1970 salía del país, ahora entrará en el ciclo de reproducción del capitalismo chileno. Claro que los obreros tendrán que pagar durante años las indemnizaciones que la UP pactó con las compañías extranjeras, pero eso afecta poco a los capitalistas.
En 1973, sin necesidad de pasar por una guerra civil como la mexicana de principios de siglo, el capitalismo chileno puede agradecerle a la UP haberle librado del latifundio y haber transformado a los antiguos señores de la tierra en modernos capitalistas del agro o de la industria, según sea el lugar en que decidieran invertir las indemnizaciones que les pagó la UP. En el campo chileno están creadas ahora las condiciones “estructurales” para un acelerado desarrollo de la producción que elimine la sangría de divisas que significó tradicionalmente para Chile la importación de alimentos. Millones de campesinos que estaban marginados del mercado capitalista ahora constituyen un potencial mercado interno para el desarrollo de la industria.
En estos tres años incluso se pactaron algunos acuerdos con compañías internacionales, la industria automotriz en particular Peugeot, Fiat, Pegaso y Citroën, que permitirán ahora el desarrollo de ciertas ramas de la industria que no existían antes. La burguesía chilena, a través de la Junta Militar, está ahora en condiciones de pactar con el imperialismo nuevas condiciones de dependencia, mucho más ventajosas que las que tenía antes de 1970. Algunas fábricas podrán ser devueltas. Después de todo la potencia del proletariado chileno que creyó en el socialismo introdujo cierta irracionalidad en el plan de modernización de la UP y obligó a incorporar al área estatal industrias que no estaban previstas. Tanto mejor, esas fábricas podrán ser devueltas a cambio de nuevos créditos. Pero que nadie espere que la burguesía chilena devuelva las riquezas básicas, las industrias fundamentales y los latifundios. Los esquemas teóricos de ciertos analistas de izquierda de moda se verán incompletos porque estos hechos no se producirán. No hay por qué reírse de la consigna de “Reconstrucción Nacional” de los militares chilenos, por más ridículas que sean algunas medidas como la campaña de aportes en joyas y dinero. La “revolución democrática, agraria y antiimperialista” de los “comunistas” ha sentado las bases para un renovado desarrollo del capitalismo en Chile. O para decirlo en las palabras de Rodrigo Ambrosio, fundador del MAPU y teórico de la UP: “Aquí puede seguir habiendo capitalismo en este país (el estilo es de Ambrosio, no nuestro) durante muchas decenas de años todavía, en el caso que la derecha chilena tuviera éxito en el cumplimiento de sus objetivos. Pero las formas de dominación del imperialismo norteamericano sobre ese capitalismo serían ya absolutamente diferentes a las que tuvo hasta el gobierno de Allende.La gran minería del cobre, en la hipótesis de un desarrollo capitalista en Chile en los años que vienen, queda definitivamente en manos del capitalismo de estado, con todas las implicancias políticas, ideológicas y teóricas” ...y económicas, agregamos nosotros. (Ver Rodrigo Ambrosio, Sobre el problema del poder, ediciones Lobo de Mar, páginas 78 y 79).
Es lo que pasa cuando los “revolucionarios” olvidan que el problema del poder, es decir, la destrucción del estado burgués y todos sus órganos de dominación, es anterior al problema de una política de reformas económicas
(continuará , próxima entrega último capítulo)