31.MAR.16 | postaporteñ@ 1580

?Una falta de verdadera humanidad comunista?

Por rolando

 

Rolando Astarita [Blog]

A partir de una crítica que realicé a la censura “socialista” (aquíaquí aquí), se me ha calificado de “tonto pacifista” por haber cuestionado la brutalidad de la colectivización forzosa en la URSS. Recuerdo que la colectivización habría costado entre seis y siete millones de muertes. El tema no es menor. En una nota que consta de varias partes, que estoy publicando de a poco en el blog, intento explicar por qué la colectivización y la industrialización acelerada significaron el quiebre definitivo de cualquier posibilidad de poder real de los obreros y campesinos en la Rusia soviética.

Pero no es esto lo que quiero tratar en esta breve nota, sino una cuestión mucho más elemental. Sostengo que es una aberración, una contradicción en los términos, pretender construir una sociedad libre de toda explotación y opresión sobre la base de millones de cadáveres

Por supuesto, una revolución tiene todo el derecho y el deber de defenderse de sus enemigos. Pero esto es una cosa, y otra muy distinta es imponer el socialismo a sangre y fuego a millones de campesinos, artesanos, pequeños propietarios u obreros “atrasados y ganados por la ideología pequeño-burguesa”

Y la colectivización en la URSS fue precisamente eso, un gigantesco intento de imponer el socialismo a fuerza de represión, generando un drama humano de proporciones inimaginables. Millones de vidas humanas se perdieron por la hambruna; otros muchos millones sufrieron la represión, de una u otra forma, y cientos de miles murieron. Durante la colectivización, el escenario de las deportaciones fue sencillamente horroroso. Tomo algunos pasajes de lo que publicaré en próximas entradas:

“El número de los deportados en 1930 es considerable. Trenes enteros, llamados por los campesinos ‘trenes de la muerte’, llevan a los deportados hacia el norte, las estepas y los bosques. Muchos mueren en el trayecto de frío, hambre o epidemias” (Bettelheim, 1978, citando un testigo). “Los preparativos para la deportación –transporte, alojamiento, comida, ropa, medicinas- parecen haberse hecho en simultáneo con las deportaciones. Los resultados fueron catastróficos. Se desataron epidemias en los “asentamientos especiales”, golpeando a los muy jóvenes y a los ancianos. De acuerdo a un informe de julio de 1931, para mayo de ese año más de 20.000 personas habían muerto solo en la región norte” (Viola, 1996).

Un registro del drama se encuentra en el diario de Alejandra Kollontai, embajadora de la URSS en Noruega cuando la colectivización. Antigua oposicionista de izquierda, en 1927 Kollontai se había alineado con Stalin contra Trotsky y Zinoviev. Un huésped, a quien no identifica en su diario, camarada del Partido que acababa de participar en el XVI Congreso, le describe las consecuencias de la orden de Stalin, de enero, de colectivizar rápidamente. El huésped había acompañado trenes cargados de kulaks deportados en el invierno de 1930. Kollontai, desespera por las historias de desdichados campesinos, “niños, padres, los ancianos y los enfermos, todos arreados en carros como ovejas... Tomaron gente de aldeas prósperas, kulaks, por supuesto, pero de todas maneras personas, no ganado”. La helada era tal que “los niños morían en los brazos de sus madres y eran arrojados de los carros en montones de nieve, mientras sus madres lloraban... No pude dormir después que se fue: madres y niños hambrientos aparecían ante mí... nadie tiene el derecho de matar de hambre a la gente o aumentar innecesariamente sus sufrimientos. ¿Cuántos niños murieron y por qué? Torpe, estúpido, una falta de verdadera humanidad comunista” (citado por Farnsworth, 2010; énfasis agregado).

Es significativo que a partir de esta sangrienta divisoria de aguas, ya no hubo posibilidad de involucrar a los campesinos “colectivizados” en cualquier proyecto que oliera siquiera a socialismo. Como tampoco lo hubo en la industria, luego de la industrialización impuesta con represión a escala masiva. Es que el policía stalinista puede obligar a actuar de determinada manera, pero no puede dominar las mentes. El campesino fue obligado a entrar en una granja colectiva, pero no por eso los medios de producción pasaron a ser controlados por los productores, ni estos adhirieron al socialismo. Por el contrario, mantuvieron una permanente actitud de resistencia, más o menos pasiva, u hostilidad. Es el desemboque inevitable del método bestial. Son las heridas que dejan las “construcciones socialistas” sobre montañas de cadáveres, y que jamás cicatrizan. Para ponerlo con un ejemplo menos dramático: el burócrata censura y prohíbe a los Rolling Stones, pero no puede anular el gusto por los Rolling Stones en millones de seres humanos que piensan y gustan con sus cerebros, y no con los del burócrata. Son casos históricos, pero actuales porque interpelan programas y proyectos que deberían ser actuales.

Parafraseando a Marx, digamos que el socialismo debe convocar al hombre a pensar, a obrar y a organizar su sociedad como hombre que sepa girar en torno a sí mismo y su yo real. Pero esto es imposible si en la sociedad se ha entronizado el miedo, la delación, la hipocresía, el doble discurso, o el cinismo del burócrata que habla de socialismo y se enriquece a manos llenas. Con lo que ha sucedido en los “socialismos reales”, ¿no pueden entender algo tan elemental los defensores de las burocracias?

La realidad es que por el camino de la brutalización de las relaciones humanas, solo se construirá un futuro de gulags. Eliminar las clases sociales es acabar con las relaciones sociales que dan lugar a la explotación del hombre por el hombre. No es acabar físicamente con todo aquel que no sea proletario y no tenga carné de comunista. Y no habrá recomposición política e ideológica del socialismo mientras no se arreglen las cuentas con ese criterio del “todo vale porque estamos construyendo el futuro”. En una nota anterior sobre Cuba, escribí:

... la transición al socialismo no se hace con “hombres nuevos”, sino con seres humanos comunes, de carne y hueso. En particular, porque los procesos sociales –que involucran cambios en puntos de vista, ideologías, prácticas sociales y costumbres arraigadas durante siglos- son necesariamente lentos, y porque las conciencias y voluntades no pueden ser dirigidas “desde las cumbres de la dirección iluminada con la ciencia del marxismo leninismo”. (…) “Las premisas de que partimos no tienen nada de arbitrario, no son ninguna clase de dogmas, sino premisas reales, de las que solo es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se han encontrado como las engendradas por su propia acción” (Marx y Engels, La ideología alemana, Ediciones Pueblos Unidos, p. 19). Hoy el punto de partida son esos individuos reales que viven y han vivido el “socialismo real”, con sus historias y sus experiencias, con su lucha cotidiana por la supervivencia y sus sueños y aspiraciones, y no el idealizado “hombre comunista”, forjado en la imaginación del intelectual de izquierda que todo lo justifica en su nombre.

Por eso, debemos recuperar al comunismo como un humanismo. Y no me vengan con la pavada de que me falta “endurecerme en la lucha de clases”. Por supuesto, soy un “intelectual pequeño burgués”, como reza el discurso partidario usual, pero he vivido (en 1976) el descenso a los infiernos de las desapariciones forzadas, la tortura y la muerte, y no hay nada de esa experiencia que me haya “endurecido” como para renegar del humanismo socialista. Si queremos cambiar el mundo, no es para convertirlo en un infierno para la “otra mitad” que no está de acuerdo con el socialismo.

Todo esto implica superar esa indiferencia del que se ve a sí mismo por encima del sufrimiento humano porque se cree cumpliendo una “misión histórica”. Hay que dejar atrás ese argumento deshumanizante. Al respecto, un periodista norteamericano, citado por Viola, comenta una carta que le había enviado una activista de la colectivización en Rusia, y le llama la atención que no tuviera ninguna alusión alguna a la convulsión que padecía el campo. “Revolucionaria sin pasión como era, no podía estar preocupada con el daño al individuo. No era que le pasara inobservado, pero no le generaba ninguna simpatía. (…) Su mente y corazón estaban fijos en las glorias del mañana, como ella las visualizaba, y no en los padecimientos de hoy”. Y agrega Viola, sobre el sentimiento en la militancia comunista: “Las deportaciones forzadas y las expropiaciones de cientos de miles de familias campesinas indefensas eran explicadas por necesidad revolucionaria. Los terribles sufrimientos experimentados por gente apretujada como ganado en carros en su camino al exilio o enfermos o muriendo de enfermedades que llovían a cántaros en los asentamientos especiales, eran consideradas necesidades revolucionarias”.

Hay que decirlo con todas las letras: así no se construye ninguna “gloria del mañana”; como lo han demostrado la suerte ulterior de la URSS y de los otros socialismos “reales”. Todo esto pone en evidencia que lo que está en la médula de los debates sobre la censura o el “precio” de la colectivización soviética son diferencias en torno al porqué luchamos. En definitiva, en muchos el problema pasa por “una falta de verdadera humanidad comunista”.

Textos citados:

Betttelheim, C. (1978): La lucha de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930), México, Siglo XXI.

Farnsworth, B. (2010): "Conversing with Stalin, Surviving the Terror: The Diares of Aleksandra Kollontai and the Internal Life of Politics", Slavic Review, vol. 69, pp. 944-970.

Viola, S. (1996): Peasant Rebels under Stalin. Collectivization and the Culture of Peasant Resistance, Oxford University Press.


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